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Rayza de la Hoz y su lucha para que las mujeres afro vivan su cuerpo a su manera

La Fundación Mata’e pelo fue creada en 2010 y, desde entonces, se ha convertido en un referente para hablar de salud sexual y reproductiva en La Guajira, desde Riohacha hasta sus zonas rurales. Uno de sus proyectos, Semillas Rojas, aborda el ciclo menstrual y, hasta ahora, ha impactado a cerca de 300 mujeres.

Luisa Fernanda Orozco
05 de abril de 2025 - 03:00 p. m.
Rayza de la Hoz Pérez fue nominada a la edición de 2025 del premio Mujer Cafam.
Rayza de la Hoz Pérez fue nominada a la edición de 2025 del premio Mujer Cafam.
Foto: Jose Vargas Esguerra
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Lo que comenzó como una iniciativa para hablar del cabello de las mujeres afro se transformó en un movimiento que aborda los derechos sexuales y reproductivos. Así nació la Fundación Afro Mata’e Pelo, creada en Riohacha, La Guajira, durante 2010. Según Rayza de la Hoz Pérez, una de sus fundadoras, su propósito era establecer un círculo de mujeres para explorar el autorreconocimiento: “Comenzó como una estrategia para hablar de quiénes somos, de dónde venimos, nuestra identidad y nuestro origen”, cuenta De la Hoz.

En sus inicios, recuerda que eran alrededor de cinco mujeres quienes se reunían para conversar sobre la estética afro. “Nos juntábamos para debatir cómo las mujeres negras han cuidado sus cuerpos utilizando productos propios del territorio, porque, a pesar de la diversidad de nuestro país, seguimos enfrentando un racismo profundo”, explica.

De la Hoz cuenta que, en el pasado, no había tanta información disponible para que las mujeres negras supieran cómo cuidar sus cuerpos. Por eso, en los inicios de la fundación, empezaron a crear círculos de confianza con mujeres de su entorno cercano, en los que compartían saberes comunitarios y personales sobre el cuidado del cabello. “Era una especie de laboratorio ancestral donde nos reuníamos con nuestras madres, tías y abuelas para, a partir de plantas, brebajes, aceites y frutas, crear fórmulas para cuidar nuestro cabello y nuestra piel”, recuerda. La mayoría de esos productos eran silvestres y no se conseguían en supermercados; por ejemplo, el cogollo de la mata de guayaba, la sábila o la auyama. Este proceso también lo llevaron a zonas rurales de La Guajira, donde realizaron talleres con niñas.

A partir de ese momento, la fundación amplió su labor hacia otras temáticas, como la cultura de paz, el desarrollo territorial y la participación política, sin perder de vista la salud sexual y reproductiva. “Al dialogar con niñas y adolescentes de las comunidades, empezamos a identificar riesgos significativos. Nos preguntábamos, por ejemplo, cómo viven su menstruación. En algunas zonas de La Guajira, la falta de alcantarillado obliga a que el agua llegue por camiones cisterna”, afirma De la Hoz. Este hallazgo los llevó a iniciar el proyecto Semillas Rojas. De hecho, por la labor realizada, Rayza fue nominada en la edición 2025 del premio Mujer Cafam, que reconoce a mujeres destacadas en labores sociales, educativas y científicas en Colombia.

¿De qué se trata Semillas Rojas? ¿Cuál ha sido su impacto en la comunidad? ¿Y cómo abordar el tema del periodo menstrual, considerando las prácticas tradicionales y la cosmogonía de las mujeres afrodescendientes? Hablamos con Rayza de la Hoz Pérez sobre esto.

¿En qué consiste Semillas Rojas y qué las inspiró a crear el proyecto?

Semillas Rojas es un programa que nació de la experiencia previa en educación menstrual y el uso de elementos de higiene reutilizables. Inicialmente, trabajamos en la creación de toallas elaboradas a partir de telas caseras, una solución adaptada a la realidad local cuando no era viable higienizar copas menstruales en condiciones óptimas. La iniciativa se planteó desde un enfoque territorial y étnico, impulsada por el deseo de generar espacios para el diálogo sobre educación sexual, justicia menstrual y derechos sexuales y reproductivos. En esencia, Semillas Rojas surgió para transformar conversaciones sobre la estética afro en un movimiento que reconozca y fortalezca el autoconocimiento y la salud integral de las mujeres en territorios vulnerables.

¿A cuántas mujeres ha impactado?

El impacto directo de Semillas Rojas se ha registrado en aproximadamente 300 mujeres. Además, gracias a la replicación del conocimiento en sus comunidades, se estima que indirectamente han alcanzado a cerca de 1.000 mujeres, fortaleciendo redes de apoyo y replicación en diversos territorios.

¿Cuáles son los principales tabúes que han identificado al hablar de derechos sexuales y reproductivos con las mujeres de la comunidad?

Se han detectado varios mitos y prejuicios profundamente arraigados en la cultura local. Entre ellos destaca la creencia machista de que la menstruación confiere una condición de “maldad” o inutilidad, y la idea de que la sangre menstrual es algo que se “despoja” o “libera” del cuerpo. Estos estigmas se han reproducido generación tras generación y generan una carga emocional y social que dificulta el a la información y al ejercicio pleno de los derechos sexuales y reproductivos.

Uno de los mayores desafíos ha sido adaptar las prácticas tradicionales y superar el escepticismo sobre la higiene y la reutilización de materiales, especialmente en contextos donde no se cuentan con infraestructuras adecuadas. Además, se ha trabajado intensamente en educación para transformar percepciones y romper estigmas.

¿Cuáles son los resultados más positivos de este proyecto?

Los resultados han sido muy alentadores: Semillas Rojas ha logrado no solo empoderar a las mujeres a través de la educación en salud sexual y prácticas de higiene menstrual, sino también generar un impacto replicable en la comunidad. Además del beneficio directo a 300 mujeres, la transmisión de estos saberes ha alcanzado a cerca de 1.000 mujeres en sus comunidades. Asimismo, el proyecto ha permitido que las mujeres reduzcan gastos en productos desechables al adoptar métodos reutilizables, lo que también tiene un impacto positivo en el medio ambiente.

¿Cómo congeniar las prácticas ancestrales y la cosmovisión con el conocimiento sobre la menstruación?

Para responder esa pregunta necesito contar una historia: las feministas occidentales usan el concepto de la sororidad para hablar de la hermandad entre mujeres. Este es un término que reivindica por supuesto las relaciones entre mujeres. Pero nosotras, como mujeres negras, ya teníamos nuestra propia manera de juntarnos. En la Fundación Mata’e pelo, por ejemplo, no hablamos de sororidad, sino de “manitud”. Es una combinación entre el diminutivo que usamos para decir hermana, “mana”, con la negritud. Para nosotras, el mayor gesto de hermandad es que una mujer acompañe a otra en su embarazo y su parto. El momento de peinado también es clave porque le estás permitiendo a otra mujer que lo toque, lo trence, y que saque de ti la feminidad desde nuestra visión.

Cuento este contexto porque toda la vida nosotras nos hemos cuidado desde los saberes de nuestro territorio. Antes de tomarnos una pastilla, recurrimos a otros elementos como la ingesta de ruda, cidrón y canela. Es decir, nosotras probamos con plantas antes. Cosas como la interrupción voluntaria del embarazo, el ciclo menstrual y el parto tuvo que autogestionarse por las mujeres negras durante muchos años, ya que no teníamos las mismas condiciones que la población mestiza para acceder a los servicios de salud. Todos estos temas no son nuevos para nosotras. Es solo que los gestionábamos a nuestra manera.

¿Cómo hacer para que ese conocimiento tradicional permanezca?

Esa responsabilidad ha sido en gran parte de las mayoras, que son las lideresas dentro de nuestras comunidades. Tengamos en cuenta que enfermedades como la endometriosis y la dismenorrea se han gestionado por mucho tiempo con nuestros saberes ancestrales, porque el al sistema de salud ha sido y continúa siendo precario.

Pero hay una nueva generación que está creciendo, dispuesta a acudir al llamado heredado de nuestras familias y poblaciones. Actualmente, hemos generado espacios para nosotras mismas y, en medio de eso, muchas de nuestras mujeres se han interesado por estudiar carreras científicas para equiparar el conocimiento ancestral con la medicina, por ejemplo.

¿La concepción de lo corporal y lo femenino se experimenta diferente desde la vivencia afro, por cuestiones del racismo?

Cuando hablamos de feminidad y el concepto de belleza como tal, las mujeres de por sí tenemos una carga enorme porque el concepto de lo hermoso y lo bello está reducido a lo occidental. Pero cuando hablamos de mujeres negras, el concepto de belleza es muchísimo más violento. Nuestro cabello y nuestra fisionomía no se parece en nada a ese canon de belleza occidental, y ni hablar de nuestro color de piel. La gravedad de todo esto no es que suceda en términos de cómo nos sentimos nosotras mismas, sino en lo que la sociedad nos dice constantemente: que nuestros cuerpos no encajan en el molde y que no están bien. Lo hemos visto en instituciones educativas y empleos en los que devuelven a las niñas y mujeres que van con su cabello natural porque “no es lo suficientemente formal o elegante”. Por eso es que a nuestro pueblo le dicen “pelo malo”. Lo problemático es que las mujeres negras perdemos muchas oportunidades por este motivo.

¿Y qué pasa con la sexualización?

Ese es otro concepto mucho más problemático que tiene que ver con la hipersexualización: la creencia de que las mujeres negras son buenas para tener sexo, cocinar y bailar. Un comentario común que escuchamos constantemente es “yo nunca he estado con una mujer negra”. El problema es que, si nosotras nos vamos a la historia, nuestros cuerpos han sido botín de guerra y conquista, de despliegue de poderío.

Aquí hay otro tema mucho más complejo. Reitero que Colombia es muy racista, e, independientemente de la postura política que cada persona tenga, el hecho de que nuestra vicepresidenta es una mujer negra ha reflejado muchos prejuicios que todavía tiene la sociedad. Por ejemplo, se ha dado que a nosotras nos juzgan con la misma vara que la miden a ella cuando se equivoca, y eso nos deja claro que nosotras no tenemos margen de error. Es angustioso cuando publican algo sobre ella y los comentarios son terribles. Todo lo que luzca como ella va a ser perseguido de la misma manera.

¿Qué otros proyectos vienen para la fundación a futuro?

Desde hace meses, veníamos trabajando en temas de comunicación étnica y comunitaria. Habíamos adquirido formaciones en edición, creación de guión y demás. Luego, nos surgió la oportunidad de crear un pódcast, al que llamamos “Voces de la Rochela”, que en un principio comenzó con el propósito de visibilizar a 15 mujeres afro de La Guajira que se destacaran en algún área del conocimiento, como las artes, el deporte y la ciencia.

Ahora, estamos publicando la segunda temporada, mucho más profesional, en la que también visibilizamos cómo se ha naturalizado el racismo en el Caribe. No traemos a profesionales para hablar de esto. Son amigos, aliados, compadres y primos del día a día nuestro. Gente negra que está contando cómo ha vivido toda su vida el racismo. Los episodios están disponibles en Spotify.

También, estamos próximas a sacar nuestro primer documental llamado “El potaje”, con la historia de la comida de la gente negra en semana santa y cómo está atravesada por las prácticas de nuestros territorios.

Además de Semillas Rojas, la fundación ha ampliado su trabajo hacia otros ámbitos de la salud sexual y reproductiva. Hace unos seis o siete meses iniciamos, en colaboración con UNFPA, una investigación sobre el a la PrEP y PEP para el tratamiento al VIH en comunidades palenqueras. También hicimos una investigación a propósito de los matrimonios infantiles y las uniones tempranas forzadas. Los resultados están próximos a publicarse.

Luisa Fernanda Orozco

Por Luisa Fernanda Orozco

Periodista de la Universidad de Antioquia.@luisaorval[email protected]

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