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Las libertades, la cultura y la salsa de Bertha Quintero


Entregada por completo a la búsqueda de la libertad, su vida ha estado marcada por el arte y la política, lo que la ha convertido en protagonista de momentos claves en la historia del país.


Hugo Santiago Caro
29 de marzo de 2025 - 01:59 p. m.
Bertha Quintero en el estudio musical de su casa. De fondo, el
piano con el que ensayó el Grupo Niche.
Bertha Quintero en el estudio musical de su casa. De fondo, el piano con el que ensayó el Grupo Niche.
Foto: Mauricio Alvarado
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Bertha Quintero ha vivido durante los últimos 40 años en la misma casa, en la parte alta de Chapinero, pero lejos de los estridentes edificios llenos de apartamentos cada vez más pequeños. Son tres plantas con ventanales amplios. Por todo el espacio, figuras de serpientes: un mural en la entrada, un adorno que gira frente a la puerta principal, adornos de mesas y fotos en la sala, todo con serpientes.

Sin embargo, mucho antes de que los reptiles tomaran posesión de la decoración de la casa hubo una época en la que Bertha prefirió tener sus paredes en blanco, sin cuadros, fotos, ni ningún símbolo. Fue poco tiempo después de que la guerrilla del M19 robara las armas del Cantón Norte del Ejército, en Bogotá, y en plena vigencia del Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay Ayala, que daba facultades especiales a las fuerzas del Estado para “reprimir por sospecha”. “La idea era no solo capturar a quienes consideraban militantes, sino reprimir a sus familias. Es decir, la forma más fácil de debilitar a una persona con la que se quiere acabar no es eliminándola directamente, sino atacando a su familia: la madre, los hijos, los hermanos... Y en esa forma de represión que asumió el gobierno de Turbay, llegan, por ejemplo, a las casas. ¿Y a qué hora llegan? A las 3 o 4 de la mañana, prácticamente rompiendo y destruyendo todo”, cuenta Quintero.

Y así llegaron: cerca de las 3:00 a. m., en 1979, irrumpieron agentes del Estado buscando interrogarla, siguiendo la pista de una militancia política de izquierda y feminista que había marcado su vida hasta entonces. Entraron 14 hombres a la casa en la que para ese entonces solo vivía Bertha con dos hijas pequeñas. Arrasaron con todo lo que encontraron a su paso antes de abordarla. “Destruyen todo lo que tienes para ver cómo te desmoronas, te vuelves débil y empiezas a decir lo que ellos quieren que digas”, cuenta. Entonces, en pleno interrogatorio, el agente exigió que les revelara los nombres de sus amigos, de su círculo más cercano.

Con cierto ingenio, frente a la poca astucia de los oficiales, Quintero respondió: “Mis amigos son Héctor Lavoe; el policía escribe ‘Héctor Lavoe, Eddie Palmieri, Rubén Blades’... Luego vuelve a empezar y dice: ‘Héctor Lavoe, Eddie Palmieri, Rubén, Willie Colón’”. No mentía. Bertha era parte de la bohemia bogotana que vio llegar la salsa en la segunda mitad de los años 70, y su amor por esta música tan latina, tan “subversiva”, fue creciendo en la misma medida en que lo hacía su decepción por la militancia, por la política: “Empezaba a ver el machismo, a observar el comportamiento de los hombres con tres, cuatro mujeres, golpeándolas; el alcohol, esa doble moral, esa doble visión de la vida que se daba en la cotidianidad de estos grupos de izquierda, en sus familias, en sus niños”.


Quintero es antropóloga, y esa mirada atraviesa, hasta hoy, a sus 78 años, cada aspecto y fenómeno que cruza por sus ojos. La salsa no fue ajena y encajó perfectamente en uno de sus principales objetivos en la vida: perseguir la libertad. Por esos días la represión sospechaba de todo: las redadas no solo se veían en sus casas, sino que también llegaban a los bares, a los sitios de escucha. Era una persecución continua.


“No había ninguna acusación, solo el hecho de escuchar esa música que, de alguna manera, aunque quien la había creado no tuviera la intención de cuestionar el orden establecido, contenía elementos que lo hacían. Estos, ya fuera de forma consciente o inconsciente por parte de sus compositores, cantantes o intérpretes, terminaron convirtiéndose en himnos de resistencia. Por la libertad, por la identidad latina, por mejorar las condiciones de vida… por eso, para algunos que mandaban, era un elemento peligroso. Veían a quienes escuchaban esa música toda la noche como subversivos. ‘Llévenselos’, decían”, continúa.


La casa del Grupo Niche


Mientras, su casa ya se había convertido en todo un centro cultural, Bertha no dudaba en ofrecerlo a cuanta actividad se le cruzara. Es por eso que cuando conoció a un músico chocoano en el centro de Bogotá, que quería crear una orquesta, no dudó en ofrecer su casa como sitio de ensayo. “Me presentan a un flacuchento desteñido, mestizo, que no era completamente negro, empeñando una flauta. Y hay algo en las mujeres, una consideración natural por el otro. Así que le digo: ‘Venga a la casa, hay un espacio, hay un piano. Tengo mi piano ahí abajo’”, cuenta mientras señala un espacio en la sala de su casa. “Sus ojos se le abren de par en par. Le pregunté cuántos son, cuándo vienen... Vengan el lunes, el día que quieran. Y empiezan a venir muchachos flacos, sin chaquetas, con el frío de esta ciudad, llegando a las 10 de la mañana a ensayar aquí”, relata Bertha despreocupada.

Ese muchacho era Jairo Varela Martínez y la orquesta que estaba fundando era el Grupo Niche. Todavía estaba esperando que llegaran a Bogotá algunos músicos de Quibdó y otro par desde Medellín. Así se completaron los primeros 14 integrantes de Niche y se podría decir que en casa de Bertha cogió forma la orquesta más importante de la salsa colombiana y un referente a nivel mundial.


Para ese punto, mientras se acercaba a la rumba, y desde sus épocas militantes, había una pregunta fundamental que siempre la acompañaba, y es el rol de las mujeres. Bertha, como buena antropóloga, tomó la presencia de Varela y su tropa en la sala de su casa para observarlos, para analizar cómo se conformaba una orquesta, cómo ensayaban, cómo se manejaba un grupo. Los tomó como un objeto de estudio que desembocó en su aporte propio a la historia colombiana: la primera orquesta femenina de este género, Caña Brava.

¿Cómo suenan?


El grupo, a todas luces escuchando a Bertha, nació como un acto político, y en sus palabras, como respuesta a una serie de preguntas que interpelaron su existencia como mujer, militante y rumbera: “Ya estábamos cerca de construir la agrupación de mujeres y empezábamos a notar la actitud de los hombres hacia el arte. No había una verdadera conciencia al respecto, porque para ellos lo masculino se vive como algo natural, como parte de su identidad, de su ser. La libertad de expresión, su calidad o incluso su existencia no se cuestionan. En cambio, para quienes han estado excluidas del arte durante siglos, expresarse es una lucha, una oportunidad”.


Entonces comenzó una experiencia diferente. Su rol, además de directora, era de conguera de la orquesta, por lo que comenzó a ver su cuerpo y sus músculos transformarse al ritmo de las necesidades del instrumento y su ensayo cotidiano. Así, en 1985, comenzó una historia de muchas primeras veces: de viajes con cajas de cartón como maletas, camisas playeras (de hombre) compradas en la bahía en Cartagena como uniformes, la alternancia de las maternidades y cuidados del hogar con el oficio de ser músicas, por mencionar solo algunas.


“Un grupo femenino no tiene el mismo comportamiento que una orquesta masculina. Ya había tenido la oportunidad de conocer cómo funciona una orquesta de hombres: si alguien toca mal, el director le suelta un madrazo y, si el otro responde, pueden llegar hasta los puños. En una agrupación de mujeres las cosas se resolvían de otra forma. Si había un problema, existía la posibilidad de ayudarte, de explicarte, había un poco más de paciencia, otra actitud. Sí, definitivamente, otra actitud. De alguna manera, ciertos elementos de la feminidad también afloraban en el arte, y eso era lo que permitía una forma distinta de expresarse”, describe Quintero.

Entonces, como si pensara que lo necesitaban, el director de otra reconocida orquesta salsera les hizo un “cumplido”, un comentario no pedido: “Felicitaciones, suenan como hombres”. Eso solo la hizo cuestionarse enteramente lo que estaban haciendo. ¿Qué significa un sonido femenino en la salsa? ¿Existe, siquiera? Explica que todo esto va de la mano con un temor intrínseco de soltarse, de entregarse en la expresión de su sonido. “Para nosotras siempre está la duda: ‘Uf, ¿será que lo estoy haciendo bien?‘. Sí, sí suenas bien. Aunque la agrupación no se formó con la intención de ser reconocidas, pero en el imaginario sí existía, de manera inconsciente, esa necesidad. La necesidad del reconocimiento del otro, aunque al principio esa no fuera necesariamente la finalidad de la orquesta”.


De la Constitución del 91 a Rock al Parque


Aunque Bertha dejó de militar activamente en la izquierda, desde las artes tuvo un rol importante para la época de la redacción de la Constitución Política de 1991. En ese entonces, junto con gestores y representantes de las artes como Patricia Ariza, exministra de Cultura, con toda una vida dedicada al teatro, llegaron hasta la sede en la que funcionaba la Constituyente, en instalaciones del hotel Tequendama en Bogotá, exigiendo un papel más protagónico de la cultura en la redacción de la nueva Carta Magna colombiana.


“Estaban reunidos todo el mundo escribiendo los articulados, todos los grupos. Nosotras entramos a la fuerza, casi no nos dejaban. Creo que íbamos con las cédulas en mano, gritando, hasta que finalmente nos dejaron entrar. Esa entrada permitió que se escribieran los artículos 70, 71 y muchos más, donde se reconocen la cultura y el arte como derechos fundamentales de la identidad colombiana. También se reconoce al país como multilingüe, multicultural y pluriétnico”, comenta sobre la incursión y el breve cameo en la Constituyente.


Sin embargo, como si su historia no fuera ya intensa, tras esa participación fue reclutada para formar parte del naciente Instituto Distrital de Cultura y Turismo (las bases de lo que hoy es Idartes), como gestora de la parte musical. Allí, con una oficina en el Planetario y la tarea de fomentar las prácticas culturales en la ciudad, comenzó a implementar lo que mejor sabe hacer: escuchar y analizar los fenómenos culturales.

Para 1992, y bajo la pregunta de cómo querían vivir los jóvenes la cultura y las artes en Bogotá (dos conceptos que insiste en diferenciar), nació la iniciativa de un festival de música en el Planetario: “Lo llamamos el Primer Festival de Música Joven Santa Fe de Bogotá, y dijimos ‘Escribamos a la gente, a ver en qué se inscriben. Abramos todos los géneros: jazz, rock, ranchera, vallenato, bolero, todo’. El género con más inscripciones fue el rock. Cuando empezamos las presentaciones, el mayor número de asistentes estuvo en los festivales de rock. Fue tanta la gente, que tuvimos que llamar a la Policía Metropolitana para que nos ayudara a proteger los vidrios del Planetario. Ahí, por primera vez, se dieron a conocer bandas como Aterciopelados, La Derecha y 1280 Almas”.


Bertha le halla hoy un total sentido a la explosión del rock en este contexto ligado a uno de sus principios de vida: la libertad. “El rock, que nace entre 1955 y 1958 y llega aquí en los años 60, se convierte en la forma esencial de expresión para los jóvenes de todo el mundo. ¿Por qué? Porque era libre. Era una música contestataria, con letras que desafiaban el ‘statu quo’, y porque existía libertad para hacerla. La libertad ha sido un elemento fundamental para el desarrollo de las diferentes expresiones artísticas”.


Leyendo bien este suceso, apostándole a esa búsqueda de la juventud bogotana de los 90 y apoyando esa búsqueda de libertad, Bertha formó parte del equipo de fundadores del primer festival al parque de Bogotá, Rock al Parque, en 1995. Hoy Caña Brava no está más en actividad, aunque duraron más de 20 años tocando y llegaron a escenarios en Venecia, París y Japón. Tampoco Bertha es parte de Idartes, aunque su legado fue reconocido con el premio Vida y Obra del Instituto en 2023. Sus días transcurren en la búsqueda de recoger sus memorias, de contar en voz propia la razón de su vida, que es “la búsqueda de la libertad diaria permanente en cada acción”.


En sus paredes están recuerdos de su paso por Caña Brava y su etapa como gestora. Fotos con Rubén Blades, Wilfrido Vargas y otras de las primeras etapas de Rock al Parque han llenado el blanco espacio que dejó la redada del 79.

Todavía la abordan preguntas que cuestionan su existencia y la del entorno que la rodea, mientras pasa los días recogiendo las anécdotas de una vida dedicada al arte, la cultura y la libertad: “Cuando uno se propone hacer algo y se enamora de un propósito, de una acción, se entrega por completo, y al llevarlo a cabo puede pasar mucho tiempo antes de que uno realmente reaccione y tome conciencia de qué fue lo que hizo, cómo lo hizo y para qué lo hizo”.

Hugo Santiago Caro

Por Hugo Santiago Caro

Periodista y productor radial javeriano. Ganador del Premio Nacional de Periodismo del B 2021 a mejor tesis de grado. Ha escrito para El Tiempo y Bacánika. @HugoCaroJ[email protected]

 

Duncan Darn(84992)30 de marzo de 2025 - 12:32 p. m.
Muy buen artículo sobre la vida y obra de Bertha Quintero. La escuché con su orquesta cuando se presentaba en algunos sitios de salsa en Bogotá, creo que eran Café Libro y Quiebracanto, años 80 creo.
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