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Brechas de las mujeres rurales: el círculo vicioso que las excluye del trabajo

Aunque las mujeres tienen más educación que los hombres en la ruralidad, participan menos en el mercado laboral porque tienen una sobrecarga de trabajo no remunerado y del cuidado. Así lo expone un reciente informe de la CEPAL.

María Camila Ramírez Cañón
12 de abril de 2025 - 01:00 a. m.
Las mujeres rurales participan de labores productivas que no son remuneradas.
Las mujeres rurales participan de labores productivas que no son remuneradas.
Foto: CRISTIAN GARAVITO/EL ESPECTADOR - Cristian Garavito/ El espectador
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Acceder a oportunidades laborales en Colombia es más difícil para las mujeres que para los hombres, pero tampoco es igual para todas las mujeres porque hay elementos que profundizan las brechas de género.

Ellas participan menos del mercado (53 % frente al 76,5 % de los hombres) y también son las que tienen mayores cifras de desempleo (13,4 % comparado con el 8 % de los hombres), de acuerdo con las más recientes cifras del Departamento istrativo Nacional de Estadística (DANE).

El panorama es todavía más complejo para aquellas mujeres que viven en la ruralidad porque deben enfrentar mayores obstáculos para acceder al empleo. No se trata de una población menor. El ámbito rural corresponde al 84,8 % del territorio colombiano y su población representa el 31,2 % de los habitantes del país: viven en municipios rurales dispersos o en las áreas rurales de los municipios intermedios o ciudades.

Las brechas adicionales a las que están expuestas las mujeres en este contexto responden a la forma como se han configurado las labores productivas en el campo. Son ellas las que asumen la mayoría de las labores no remuneradas y del cuidado, que son distintas.

Eso es lo que refleja el documento “Revisión de las brechas en la inclusión productiva y social de las mujeres y los jóvenes rurales”, realizado por Ángela María Penagos, directora de la oficina de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en Bogotá, y Claudia Ospina, asistente de Asuntos Económicos de esa organización.

“La tradición en las zonas rurales les ha asignado unas labores que no se pagan, pero son productivas. Algunos ejemplos son el cuidado de la huerta, el manejo de las semillas, encargarse de los animales y alimentar a los peones. Si ellas no hacen estas actividades, habría que pagarle a alguien para que lo haga”, explica Penagos. Añade que a esto se le suma la labor del cuidado, pues, con mayor razón en el campo, el cuidado de la familia y los hijos está a cargo de las mujeres, porque tampoco hay quien más lo haga: hay menos escuelas y centros para dejar a los niños.

Son estos quehaceres los que contribuyen a la separación entre las mujeres del campo y el mundo laboral remunerado. No se trata de que les falten las capacidades o el conocimiento para hacerlo. De hecho, la publicación de la CEPAL señala que las mujeres tienen más años de educación que los hombres en las zonas rurales, en promedio, 0,5 años más de escolaridad que los hombres rurales.

De todos modos, participan menos en el mercado laboral. En 2023, el 40,6 % de las mujeres rurales hacían parte del mercado laboral, frente al 79,7 % de los hombres rurales. Por su parte, la tasa de ocupación de las mujeres rurales se ubicó en 35,3 % y la de los hombres es del 76 %. Es decir, menos de la mitad de las mujeres rurales hacen parte del mercado laboral y, de ellas, solo una tercera parte logra ubicarse, de acuerdo con los datos del DANE.

“Los mercados laborales rurales prefieren a los hombres por su movilidad, mientras que se asocia a las mujeres a que se quedan en la finca. Es la estructura patriarcal la que no deja que el trabajo de ellas sea reconocido o que salgan a hacer otras labores”, destaca Penagos.

Emigrar para trabajar

La falta de oportunidades para obtener un empleo remunerado termina impulsando a muchas mujeres, especialmente jóvenes, a emigrar a la ciudad en búsqueda de otras labores. Alrededor del 12 % de los jóvenes rurales migra a la zona urbana y el 55 % de los jóvenes son mujeres. Además, el documento muestra que las mujeres son el 51,2 % de la población total nacional, y mientras esta tendencia se sigue en lo urbano (52,2 %), en lo rural las mujeres representan el 48,1 %. “Por ello se habla de un fenómeno de desfeminización de las áreas rurales”.

Una consecuencia que subraya Penagos es que las mujeres cabeza de hogar migran para buscar el sustento económico y dejan a sus hijos al cargo de las mujeres mayores que se quedan en el campo. “Ellas asumen una carga más alta en las labores del cuidado porque los jóvenes se van a la ciudad”. Los hombres, por su parte, tienen más oportunidades productivas porque a ellos se les asocia con las labores agropecuarias, que representan la mayor fuente de ingresos para el campo. Además, la propiedad suele estar a nombre de ellos, por lo que en muchos casos las mujeres quedan aisladas de la toma de decisiones.

De acuerdo con la Encuesta Nacional Agropecuaria del 2019 (ENA, 2019), ellas deciden sobre el 26,3 % de las Unidades de Producción Agropecuaria (UPA) y los hombres sobre el 73,5 %.

Los beneficios de un campo incluyente para las mujeres

Lo primero para cerrar las brechas mencionadas, de acuerdo con Penagos, es reconocerlas. “Hay que incluir el trabajo no remunerado en la estructura productiva y, ojalá, pagarles por ello. También hay que promover políticas que faciliten que puedan salir de la unidad productiva a vincularse a otras áreas de trabajos”, dice.

Esta sería una gran oportunidad para la diversificación de los ingresos rurales, ya que suelen asociarse al agro. Pero puede ser clave fortalecer actividades en las que se desempeñen las mujeres y que debían poder ser reconocidas, como el turismo y la gastronomía rural y conservación de la naturaleza. El problema es que todavía son muy incipientes, no se han desarrollado.

“Dar oportunidades a las mujeres de inclusión productiva en el campo es apoyar el desarrollo de estos nuevos mercados laborales, donde las mujeres sí puedan tener un rol importante en la toma de decisiones y generación de ingresos. Hay muchas actividades en las que las mujeres pueden ser protagonistas sin necesidad de migrar”, subraya la autora de la publicación. Además, el que haya más oportunidades para trabajar trae beneficios para los ecosistemas rurales, pues se dinamizarían los mercados laborales y se reduciría la presión sobre la migración que se hace solo por razones económicas.

“En el largo plazo, donde se generen vínculos entre el campo y la ciudad, la gente podrá vivir menos concentrada en grandes urbes, con mayores facilidades. Por ejemplo, una mujer que trabaja en el campo y tiene sus ingresos puede ir a la ciudad más cercana para acceder a la salud porque va a tener con qué pagar el bus. Se generan dinámicas virtuosas que a la larga se traducen en crecimiento, incluso para la agricultura”, subraya Penagos.

En este contexto, es necesaria una agricultura mucho más tecnificada, con mayor productividad, pero que no vaya en detrimento del mercado laboral, porque la tecnología reemplace la mano de obra. La clave allí está en diversificar los mercados laborales rurales, que, en últimas, van a tener que ver siempre con la naturaleza y agricultura.

Vale recordar que, en la medida en que se tenga una agricultura menos productiva, es más caro y difícil acceder a los alimentos porque valen más. “En Colombia hay una buena capacidad para producir alimentos, pero no la aprovechamos lo suficientemente bien porque tenemos una agricultura precaria”, puntualiza la directora de la CEPAL y agrega que entre las fallas está que no se mejora la productividad de los alimentos desde hace más de 40 años y se sigue produciendo lo mismo, con una alta vulnerabilidad ante los riesgos climáticos o el cierre de una carretera. Todo ello, al final del día, encarece la comida.

Finalmente, Penagos afirma que no solo se puede ver a los campesinos y habitantes rurales en función de las necesidades de producción de alimentos, sino también como ciudadanos que tienen derechos. De lo contrario, el rol de la mujer se desdibuja porque no importa si le pagan o no ni la calidad de vida que tenga, porque lo importante para los centros urbanos es que se estén produciendo alimentos. “Estamos hablando de ciudadanos colombianos y una mujer tiene que poder ejercer sus derechos en la ruralidad”, finaliza.

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karl(g3os1)12 de abril de 2025 - 05:11 p. m.
El efecto del conflicto armado q se manifestó en la mayor parte en la zona rural ???? .
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