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Ayer, hace 15 años, la Orquesta Filarmónica de Bogotá llevó a cabo un concierto para inaugurar el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. La semana pasada, en homenaje a ese cumpleaños, se presentó “La coronación de Popea”, ópera de Claudio Monteverdi realizada por La Compañía Estable y la orquesta sa Le Poème Harmonique. El director Pedro Salazar se encargó de que los bogotanos pudieran ver por primera vez una obra revolucionaria, una oda a la pasión, una profunda reflexión sobre el poder y sus abusos. Entre el concierto de la orquesta y la ópera sobre Popea han pasado más de 4.000 funciones por las tablas del teatro, que se consolidó como un lugar de paso esencial para las producciones más reputadas del mundo entero. También es un recordatorio de cómo el sector privado puede trabajar de la mano con el público para construir legados que les quedan a todos los ciudadanos.
Cuenta la historia que el entonces alcalde de la ciudad, Enrique Peñalosa, llevó por un tour de las bibliotecas recién construidas a don Julio Mario Santo Domingo, uno de los hombres más ricos de Colombia, y también debemos decirlo, cuya familia sigue siendo dueña del grupo económico al que pertenece este periódico. En aquel momento Peñalosa llevó a Santo Domingo a un lote de cinco hectáreas bien al norte de la ciudad y le hizo una propuesta audaz: construir otra biblioteca para seguir apoyando la transformación de la ciudad. Menos de cuatro años después, el 26 de mayo de 2010, abriría no solo una biblioteca pública, sino un teatro de calidad mundial. Hoy el Teatro Mayor es reconocido por su arquitectura, el manejo de la acústica y la calidad de clase mundial de sus instrumentos. No en vano todas las compañías más importantes del mundo han pasado por nuestra capital.
Es fácil subestimar el éxito de un proyecto de esta envergadura por contar con el músculo financiero de la familia Santo Domingo. Sin embargo, en promoción de la cultura, como tantas veces de manera triste ha tenido que aprender el país, nada está garantizado. Para una sociedad todavía en guerra, para una Colombia que sigue sufriendo el estigma internacional del narcotráfico, para una situación económica que a menudo hace inaccesible el apoyo a las artes, el Teatro Mayor es el resultado, sobre todo, de un acto de amor. Amor de sus fundadores, que siempre han dispuesto los recursos necesarios, pero también la pasión de cada uno de sus funcionarios, que se dieron a la tarea utópica de construir un espacio de clase mundial mientras el mundo les arroja su popularidad a otros tipos de consumo cultural. Y, además, un centro cultural de primer nivel mundial con amplio e incluyente para bogotanos de toda condición. Ramiro Osorio, exministro de Cultura, cofundador del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, ha sido el encargado de dirigir esta década y media el teatro. Sus resultados hablan por sí solos.
Una biblioteca y un teatro en pleno siglo XXI, en medio de la inteligencia artificial y las redes sociales, se sienten como reliquias, anacronismos de otra era. Precisamente por eso lo necesitamos, porque es un espacio de encuentro tanto para los artistas, que siguen encontrando maneras de sacudir la conciencia colectiva, como para los ciudadanos, que necesitan un lugar para disfrutar la cultura. Por muchos años más, por muchos proyectos similares que les generen orgullo a generaciones de bogotanos, nos unimos a la celebración del cumpleaños del Teatro Mayor.
* Como ya dijimos, vale advertir que El Espectador es sostenido por la misma familia que financia el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo.
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