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Tras la controversia por la propuesta de resolución sobre los lineamientos ambientales para la Sabana de Bogotá, ha quedado en evidencia una fractura profunda en la confianza entre actores clave. En vez de avanzar hacia mejores decisiones para sus habitantes, la región se enreda en un limbo jurídico que sigue postergando su urgente adaptación climática.
Sorprendió, y mucho, la respuesta del alcalde Galán, quien convocó a una rueda de prensa a primera hora, con una parte de su equipo de gobierno y en un tono visiblemente molesto. ¿Qué fue lo que tanto molestó al alcalde? ¿La supuesta intromisión del Ministerio en asuntos del distrito? ¿La inclusión de represas como humedales –que, por cierto, lo son–? ¿O acaso la falta de invitación previa al proceso?
Por su parte, ambientalistas que llevan décadas defendiendo la Sabana insisten en que los argumentos de los gremios constructores son los mismos de siempre: frenar el desarrollo, dicen, por proteger los ecosistemas. Pero el diablo está en los detalles, entiendo que el mapa de humedales incluido en los anexos fue un elemento que despertó las alertas en la alcaldía, no solo en la Secretaría de ambiente, sino especialmente en el IDU y también en el gremio de los constructores.
Hace más de una década tuve la oportunidad de liderar científicamente la construcción del mapa nacional de humedales desde el Instituto Humboldt y el Fondo Adaptación. Este instrumento fue calificado por asesores de la Convención Ramsar como uno de los mapas de humedales más robustos científicamente en el mundo. El mapa muestra cómo tenemos territorios donde, gracias a diversos tipos de relieves cóncavos, el agua entra, se almacena y sale, permanente o temporalmente. Gracias a esas características, se han desarrollado ecosistemas tan diversos como los páramos, bosques y sabanas inundables, ciénagas o esteros. Además del mapa base, elaboramos varios mapas temáticos, donde se muestra el nivel de transformación de los humedales o la clasificación de más de 80 tipos de ellos.
Una recomendación fundamental de este proceso que llamamos ‘Colombia Anfibia’ fue que el mapa no debía ser usado de manera errónea para justificar más desplazamientos de personas en el país; reconocíamos la diversidad cultural con los humedales y gracias a ellos. Otra recomendación fue que, donde los humedales estuvieran deteriorados, el enfoque debía ser desde la gestión de riesgo para disminuir la vulnerabilidad ante la pérdida de funciones y servicios que regulan el agua y los sedimentos.
Hace pocas décadas reconocemos el valor de los humedales. Recordemos que, en épocas de reforma agraria, para que no los humedales no los vieran como tierras improductivas, los rellenaban. Aún hoy se desecan bajo la figura de adecuación de tierras. En las ciudades ha pasado más de lo mismo, miles de barrios y decenas de aeropuertos se han construido rellenando humedales urbanos.
Convivimos simultáneamente los herederos de quienes han subvalorado la importancia ecológica y cultural de los humedales, pero los han rellenado para privatizar su valor económico, y las personas que los hemos estudiado, valorado y defendido. Debemos transitar juntos para construir resiliencia climática en las ciudades. Los humedales conservados jugarán un papel fundamental para amortiguar inundaciones y debemos gestionar los humedales transformados que aumentarán el riesgo, pero esto no lo lograremos si no intentamos reconstruir la confianza perdida.
