Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Al finalizar la Guerra de los Mil Días, que dejó secuelas de espanto, entre ellas cerca de cien mil muertos, el robo de Panamá de parte de Estados Unidos y la “muerte” del liberalismo en Colombia, el país fue consagrado al Sagrado Corazón en 1902. Se seguía la línea trazada por el papa León XIII, que tres años antes había promulgado la encíclica Annum Sacrum, con la que “consagró a todos los hombres al Corazón de Jesús”.
La consagración colombiana se realizó en tiempos del arzobispo de Bogotá Bernardo Herrera Restrepo, continuador de la línea de otros altos prelados con aquello, que parecía tan olímpico y deportivo: “matar liberales no es pecado”. La imagen del Corazón de Jesús que prevaleció fue una muy asada, con un Jesús rubio, blanco y zarco, de encendidos colorinches, que años después llevó a no sé quién a decir que parecía maquillado con los polvos de Elizabeth Arden.
Hay que recordar también que tal consagración fue fácil en Colombia, porque existía el Concordato, la alianza Iglesia-Estado. Y así, la directriz trazada por León XIII, uno de los papas con más largo “reinado” pontificio, fue por aquí “pan comido”. Por todas partes había que erigir monumentos al Redentor, al Salvador del Mundo, lo que pudo ser un aliciente para escultores y marmolistas.
A propósito de papas, ahora que el nuevo tomó el nombre de León XIV, hay que devolverse a los tiempos de León XIII, el de la encíclica Rerum Novarum o de las Cosas Nuevas, que fue una respuesta al ascenso de las luchas obreras (entre ellas, las muy sangrientas por los “tres ochos”, cuya cúspide histórica se alcanzó en Chicago, de donde es nativo el nuevo pontífice) en Europa y Estados Unidos. Mediante ese documento, la Iglesia diseñó su doctrina social.
Se trató de una doctrina que, en esencia, se oponía al avance de ideologías libertarias, al marxismo e, incluso, al anarquismo. Pero apoyó la sindicalización en el sentido de la defensa consecuente de los derechos de los trabajadores, que apenas se estaban conquistando. La Iglesia, según la citada encíclica, buscaba mantener la “armonía” entre trabajadores y patrones. Y por tal característica, en el caso colombiano, los iniciales modelos empresariales, como los de Antioquia, la cultivan e imponen en fábricas mediante diversos mecanismos ideológicos y, sobre todo, religiosos.
En Medellín, donde también había estado de obispo Herrera Restrepo (hay un busto suyo en la avenida La Playa), la línea pontificia de construir estatuas sacrosantas del redentor, se esparció con rapidez, tanto que se bautizó un barrio como El Salvador, en cuyo cerro o morro, que entonces era conocido como “un lugar de pecado y perdición”, se erigió un enorme Redentor.
En 1901, el Concejo de Medellín aprobó un auxilio de mil pesos para la erección del referido monumento, con la intención de dar un “saludo al siglo XX”. Igual, se demoró cerca de quince años la aparición de la imagen, fabricada en una marmolería de Italia. Mucho tiempo después, a principios de la década del 60, un hombre trepó a las alturas del Redentor Universal, que ya había perdido un brazo en una tempestad, y se lanzó al vacío, quizá queriendo imitar el vuelo de los ángeles.
La consagración del país al Sagrado Corazón, dada en tiempos de terribles hostilidades, no acabó con ninguna violencia. Al contrario, esta fue creciendo por estas tierras de escudo con un cóndor (después, aparecieron los sanguinarios “pájaros” y el Cóndor Lozano), y en la llamada Violencia liberal-conservadora, se supo de espeluznantes matanzas realizadas al religioso canto de “reine Jesús por siempre…”.
León XIII, un papa de los tiempos de la revolución industrial y de la que es considerada la primera gran globalización, vuelve a ponerse en boga por la elección del cardenal Robert Prevost, estadounidense-peruano, miembro de una orden mendicante como los agustinos, matemático y que parece establecer distancias con el imperialista Donald Trump. Aunque en la historia del pontificado casi todos, por no decir todos, los papas han defendido el establecimiento (algunos reformistas asumieron una elección por los pobres), se espera de León XIV que no se quede callado ante los atropellos del capitalismo salvaje contra los trabajadores del mundo.
En tiempos de conflictos, de tensiones entre los bloques de poder en el orbe, del arrasamiento en muchas partes de los derechos laborales (el neoliberalismo ha sido un enemigo acérrimo de estos), León XIV tendrá que asumir posiciones claras del lado de los oprimidos, si es que desea credibilidad y respeto. Además, se quisiera, desde la visión de los pueblos, que asumiera una categórica posición frente al genocidio que adelanta Israel, con el apoyo de Estados Unidos y parte de Europa, contra los palestinos.
En tiempos difíciles, de xenofobia, pederastia, miserias de millones y riquezas de unos cuantos, León XIV debe tomar partido. Amanecerá y veremos.
