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Los cónclaves son los certámenes más impredecibles y misteriosos de cuantos existen en el mundo, en donde cualquier cosa puede ocurrir. Nadie, aparte de sus participantes, ha podido saber cómo se “cocina” un papa. Aquí se comentó hace ocho días cómo un cardenal colombiano, de ingrata recordación, Alfonso López Trujillo, manipuló la elección del alemán Joseph Ratzinger en detrimento del argentino Jorge Mario Bergoglio, quien tenía muchas posibilidades de ser electo. Ganó Ratzinger en el 2005.
Lo del argentino se aplazó para el 2013. Entonces, al comenzar el cónclave de ese año, los favoritos eran los cardenales de Milán, Angelo Scola, y el de Sao Paulo, Odilio Scherer; este último apoyado por el secretario de Estado vaticano de entonces, Tarcisio Bertone. Pero como quien entra papa al cónclave sale cardenal, desde la primera votación el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, comenzó a ganar gracias a la mediación del cardenal de Washington, Donald Wuert, y el resto del bloque norteamericano y también suramericano (ya no estaba el colombiano). En el segundo día, y antes de la quinta votación, Scola se retiró amistosamente para evitar alargar el cónclave. De esa manera, el argentino superó las dos terceras partes requeridas de los 114 electores. Alcanzó más votos que cuando eligieron al papa dimitente Benedicto XVI, ocho años antes.
En el conclave que acaba de finalizar se daba como favorito al secretario de Estado Pietro Parolin, quien también entró como papa y salió cardenal. Ganó, para sorpresa de muchos, monseñor Robert Francis Prevost de Estados Unidos, nacionalizado en el Perú. Los vaticanistas futurólogos fueron derrotados una vez más.
¿Por qué ganó? Un misterio más de los muchos que tiene el Vaticano. Se especula que el cargo que le dio el papa Francisco para escoger a los obispos que iban a ser nombrados por el Sumo Pontífice le permitió tratarlos y que lo recomendaran ante el Espíritu Santo. Simples especulaciones. Todo se ve en la viña del Señor.
