Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿Quién recuerda que Alfonso López Michelsen fue profesor universitario y que quien hacía política era su padre? Había dicho: “Mientras mi padre desempeñe funciones directivas dentro del Estado o dentro de nuestra colectividad, yo no debería aspirar a ningún cargo de elección popular ni desempeñar función istrativa alguna”. Por eso, después de regresar de Europa y concluir sus estudios profesionales en Bogotá y en Chile, se dedicó a la cátedra universitaria. Enseñó derecho constitucional en la Nacional, el Rosario y la Libre, y fruto de ellas escribió el libro El Estado fuerte. Introducción al estudio de la Constitución de Colombia, que acaba de ser reimpreso por tercera o cuarta vez. Cualquiera se preguntará ¿acaso no ha perdido vigencia después de tantas reformas y de una nueva Constitución? La verdad es que no, porque el trabajo de López se remonta a las instituciones de la Audiencia de Santa Fe, así como lo que significó para estas naciones la revolución sa y el nacimiento del constitucionalismo en Norteamérica. Analiza a Rousseau, Hobbes, Locke y tantos otros pensadores que influyeron en los diseños de los Estados y en el análisis del origen del poder. López llega a la conclusión de que la Constitución Política de Colombia ha sido la misma, en sus líneas fundamentales, desde la primera hasta nuestros días. Por supuesto, no comenta la del 91 porque entonces, en los años cuarenta, no existía.
El libro lo habíamos leído y deleitado en publicaciones anteriores, pero esta edición tiene la virtud de contar con presentaciones de los profesores Guillermo Sánchez Luque y del español Jaime Rodríguez Arana Muñoz que enriquecen el análisis de nuestro derecho público.
Como profesor tuvo varios discípulos, entre otros a García Márquez, que no sacó ningún provecho de esas clases, y Jacobo Pérez Escobar, que está próximo a llegar a los cien años de edad; fue magistrado con gran decoro y secretario general de la Constituyente. Coincidencialmente, ambos nacieron en Aracataca.
Algo le debieron servir a López Michelsen sus años de lucha de clases.
