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El papa Francisco, cuyo reemplazo se aprestan a elegir los cardenales a partir de mañana, habría cumplido veinte años de pontificado si un colombiano no hubiera iniciado en su contra una guerra “santa” en el cónclave. Estuvo muy cerca de ser elegido en reemplazo de Juan Pablo II en vez del alemán Joseph Ratzinger. El rival de Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y heredero del polaco Karol Wojtyla, entró al cónclave del 2005 creyendo que su competidor iba a ser el arzobispo de Milán, Carlo María Martini, pero no fue así. No pudo brindar ni con Martini ni con vino. En la primera votación, la de tanteo, Ratzinger obtuvo 47 votos, el segundo fue Bergoglio y Martini apenas llegó a nueve. En la segunda, Ratzinger subió a 65 y Bergoglio a 40. Sin embargo, Martini aún estaba optimista porque los números no le daban la posibilidad al alemán de obtener las dos terceras partes y el arzobispo de Milán confiaba en ser el tercero en discordia. Pero en la cuarta y definitiva votación, Ratzinger alcanzó una mayoría suficiente de 84 votos y Bergoglio bajó a 26. El favorito de los anti-Ratzinger, es decir Martini, lo afectó su estado de salud, pues sufría entonces una incipiente enfermedad de Parkinson que también padeció el pontífice polaco.
Por el contrario, al arzobispo de Buenos Aires lo afectó la mala imagen, la guerra “santa” que le hizo el arzobispo colombiano, de ingrata recordación entre nosotros, Alfonso López Trujillo, quien había sido uno de los jefes de debate de Wojtyla. Convenció a los latinoamericanos de que no existía “ninguna otra auténtica alternativa que Ratzinger”.
Finalmente, Bergoglio fue elegido en el cónclave del 2013 cuando muchos juzgaban que estaba viejo para el cargo y que había dejado escapar su oportunidad en el 2005.
Es que por algo los romanos tienen un proverbio según el cual “quien entra papa al cónclave, sale cardenal”. ¿Qué nos depara el que comienza mañana? Pero, como siempre, hay López en todo: hay un cardenal de España que está sonando, Cristóbal López, que no es maloso como nuestro compatriota fallecido.
