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Resultó ser bastante más revolucionario el gobierno de Juan Manuel Santos en su política de drogas que el de Gustavo Petro. Visto en perspectiva, fue histórico cómo bajo Santos se le puso fin al uso de la aspersión aérea de cultivos de coca con glifosato. Por razones apenas obvias, uno esperaría del gobierno del cambio no solo la continuación de esa política, sino su mejoramiento.
Pues bien, ahora es noticia que el glifosato sigue. Por supuesto que no llegarán al punto de asperjar de nuevo (tampoco podrían hacerlo legalmente), pero el glifosato vuelve con palabritas pretendidamente amigables como que su uso se dará de manera “consensuada previamente con las comunidades”. Al propio Petro le tocó salir a hacer control de daños y afirmar que no era cierto que hubiese ordenado retomar el uso del glifosato. Una corrección a medias porque lo que realmente es cierto es que el glifosato nunca fue prohibido durante su gobierno con todo y las enemil veces que lo atacó anteriormente en sus posturas públicas.
Dicho de otra manera: no es que el glifosato vuelva, es que nunca se fue. Desmentir y corregir es una cosa; escuchar al ministro de la Defensa es otra. Basta con retomar el tono y los supuestos con los que explica el ministro la política de drogas para que se vea lo lejos que estamos de un cambio.
En palabras del ministro Pedro Sánchez, se trata de “acelerar el proceso de erradicación voluntaria”. Si se iban a “tardar siete meses” erradicando, ahora tendrán “un producto lícito más rápido”, en un mes, con la ayuda del glifosato. El mismo que “se emplea en la agricultura” nos dice feliz, como con el sentido común que dan décadas de lo mismo y en las antípodas de todo lo que ha sido promulgado por este mismo gobierno desde el Ministerio de Ambiente.
Casi podría decirse que seguimos en la propaganda de la mata que mata.
