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No quedan muchas por cruzar. La violenta ofensiva que lidera Benjamin Netanyahu en la franja de Gaza ya va en hambruna. En vez de ayuda humanitaria, bombardeos. A tono con las palabras de Trump, el propio Netanyahu pretende abiertamente el destierro de los gazatíes como condición para que la guerra termine.
Según la BBC, ya son más de 50 mil muertos. La proporcionalidad de la que habla el derecho internacional humanitario ya no fue; la distinción entre civiles y combatientes como marco normativo de la guerra que llaman justa, el derecho a la defensa contra los ataques de Hamás del 7 de octubre, tampoco. Todas las líneas imaginables por cruzar han sido deliberadamente transitadas impunemente en nombre de los rehenes.
Reacciones ha habido muchas. Incluso y más recientemente, entre los aliados del Estado de Israel. Desde el Reino Unido hasta Francia y Canadá, hay voces de rechazo y llamados a la represalia diplomática. “14.000 bebés morirán en 48 horas” advirtió un alto funcionario de las Naciones Unidas hace unos días.
Desde los Países Bajos, el domingo pasado miles de personas salieron a las calles vestidas de rojo a protestar ya no contra Netanyahu en específico sino contra el gobierno que dirige Geert Wilders, del Partido de la Libertad (el PVV). Un decidido y populista antislamista, promotor de la prohibición del Corán y el cierre de las mezquitas.
No menos de 100 mil personas caminaron por las calles de La Haya, desde el parque de Malieveld, a pocas cuadras de la estación central de trenes, hasta el Palacio de la Paz. El mismo lugar en el que sesiona la Corte Internacional de Justicia, que no es, para ser exactos, la misma Corte Penal Internacional, en la que ya hay una orden de detención contra Netanyahu por crímenes de guerra y contra la humanidad.
La idea era justamente la de trazar una línea roja más.
