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Tampoco hay que olvidar la seguidilla de ministros de Defensa ya no malos sino malignos con los que gobernó Duque. Todavía resuenan los bombardeos a diversos campamentos en los que murieron menores de edad. “Máquinas de guerra”, les llamaba Diego Molano.
Un ejemplo de cómo los civiles pueden ser bárbaros.
Por ahí pasó el impresentable Guillermo Botero, que dejó su cargo tras otro violento ataque militar en el que, una vez más, murieron niños (“impecable” y “meticulosa” operación aérea, en palabras del propio Duque cuando no era claro de qué iba el resultado).
Quizás por lo mismo al presidente Petro le resulta razonable designar como nuevo ministro de la defensa al general Pedro Sánchez, reconocido por liderar la Operación Esperanza, que rescató a los hermanos Mucutuy en la selva amazónica. Una decisión sin precedentes desde la Constitución del 91, que se presta fácilmente para comentarios celebratorios sobre la indiferencia frente a la muerte en un lado y el heroico respeto a la vida en el otro.
Cualquiera sea la comparación, y más allá de si el nuevo Ministro suscita confianza, seguimos ante una realidad tozuda: un militar, que ya renunció a sus labores oficiales como tal, es el nuevo Ministro de la Defensa. En el país de una larga historia de estados de sitio y violaciones a los derechos humanos por parte de los militares. Denunciadas todas, con esfuerzos y dificultades varias, por una izquierda que suponíamos respetuosa del complicadísimo equilibrio entre civiles y militares.
La legítima decisión del presidente es, desde luego, bastante polémica. Si era esa la idea, si se trataba de encandelillar una vez más con algo que diera de qué hablar, el resultado es exitoso. Acá lo estamos comentando… como política de seguridad para el Catatumbo y su población tantas veces violentada por las fuerzas del Estado sin que existan espacios para revirar, por dar un ejemplo, la duda se impone.
