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La tendrían fácil los del no, si pensaran como uno. El problema es que les son ajenos esos dos factores. No piensan (y no es un insulto), porque son reactivos, obedecen, simulan sumisión, pero, a cual más, están agazapados, oportunistas de formación y de ocasión, para diferenciarse de los demás, y es una paradoja, porque no tienen nada en común salvo esa sed atosigante de poder.
Por eso, no se necesita ser arúspice para saber que la consulta popular no pasará, sin importar lo que digan o quieran decir las preguntas puestas a consideración. El libreto está escrito desde hace 25 años: infundir miedo, como pasó hace nueve años con ese fantasma redivivo en cada elección que es, que fue y que solo existe en la mente retorcida de los costosos asesores de comunicación de siempre: el castrochavismo. O sembrar la idea del gato escondido en el cuestionario, con la sospecha, aún sin fundamento, de que servirá para que el presidente se eternice en el poder. Y responsabilizar a esa y a todas las reformas habidas y por haber de la crisis económica, el desempleo, la inflación, el costo de vida y cualquier otro factor que toque los bolsillos de los colombianos, que se creerán todos ellos empresarios exitosos, salvadores in pectore de la patria y artífices de la libertad de mercado, así no les alcance para transportarse en Transmilenio.
Lo grave es que al Gobierno tampoco le interesa la consulta, como no sea por la búsqueda plebiscitaria de apoyo a su proyecto, como si hubiese habido uno, ya no retórico o en las redes, sino en la práctica.
Por eso las preguntas, el trámite y lo que pase con la consulta es lo de menos. Para unos y para otros no se trata de otra cosa que de una suerte de aldea Potemkin, como en la historia falseada del siglo XVIII, detrás de la cual yacerá todo un país más empobrecido, más dividido, así algunos ilusos canten, sobre las ruinas, su triunfo. Tenía razón Pirro, otra victoria como esa y estaremos perdidos.
