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Por lo menos ya tenemos la escala de prueba ácida para determinar qué capacidad de aguante tendrán los ciudadanos en esta fase de la campaña electoral en la que “todos quieren”.
Sin proponérselo, el “fenómeno Benedetti” no solo caracteriza, sino que también performa el contexto moral en el que se mueve la política. Esto se evidencia en las veleidades, ya proverbiales, de figuras como Katherine Miranda o, en su momento, su tocaya Juvinao, quienes adoptan una pose para las cámaras, los medios y la ciudadanía, mientras en sus intimidades legislativas actúan de manera no siempre coherente con los principios y propuestas que las llevaron a las “dignidades” que hoy ocupan.
O como se ve en el misterioso silencio público del mismo Benedetti frente a sus responsabilidades presentes y pasadas, mientras en corrillos, chats, correos y conversaciones ha corrido la raya ética, con permiso presidencial, hasta los límites de “cómo se le dé a él la gana”, pasando por encima de lo digerible, lo aceptable y lo comprensible.
En cambio, no tiene reato en recurrir a insultos o diatribas contra quienes, como el ex mincomercio Luis Carlos Reyes, han expuesto su clientelismo disfrazado. Es la misma estrategia abusiva de descrédito que ha usado la oposición, aunque nadie sepa para qué lado está halando Benedetti, como no sea hacia los árboles que le den más sombra, sin importar su origen biológico o apellido, si son lo suficientemente frondosos.
Esa prueba ácida determina también el cambio a la siguiente fase, la de “quiénes pueden” lanzarse al agua, más allá de los exhibicionismos, purismos ideológicos, lealtades o las muy ambiguas y desacreditadas métricas de seguidores o likes, a las cuales se les puede creer, en esta burbuja autorreferencial, si acaso en una décima parte…
Esa prueba ácida no nos devuelve a la política de los ochentas y posteriores. Solo nos recuerda que no hemos salido de ahí y que no escaparemos de ese círculo vicioso mientras los benedettis, y quienes conversan con ellos en secreto, sigan acaballados en esa frase que nos marcó para siempre: el poder… para poder.
