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¿Es posible manipular el caos? Es quizá lo que creen Trump y sus asesores cuando chantajean en el mercado negro de los negocios internacionales con la moneda de cambio de los aranceles. Introducir pequeñas modificaciones a manera de trastornos inducidos con estabilizaciones predecibles es una apuesta difícil de asumir, a juzgar por la patraseada de Elon Musk, uno de los jugadores más disruptivos que, tal vez, no contaba con perturbadores más arriesgados en el lejano oriente.
A ese caos presuntamente controlado sigue apostando la derecha nacional confiada en que, pasada la tormenta, las aguas retomarán a su cauce, al de ellos, no el de las aguas cuyos movimientos están oscilando hacia lo inopinado. Sus acciones temerarias desconocen que al otro lado del espectro hay un jugador agresivo o maníaco, como lo llaman en póker. Ambos bandos apuestan como si tuvieran la certeza de que la cuerda oscilante de la institucionalidad volverá al equilibrio; o como si no tuvieran nada que perder; o, como en la trampa de Moloch en la teoría de los juegos, en la que, si un sector no gana, la estrategia es que el otro también salga perjudicado.
En ese caos se mueven las propuestas de reforma laboral, en las que lo menos importante es el trabajador, con tal de que pase la “propia”, o no pase la del opositor; también las iniciativas de consulta popular y la idea reciente de esa godarria sin creatividad, de un referéndum para tener manejo tributario territorial; para no hablar del medio centenar de (pre)candidatos sin otro oficio que despotricar del otro, acudiendo a barrabasadas de “prestigiosos” asesores, como la que aboga por eliminación del salario mínimo y otras garantías.
Hasta ahora, el caos inducido tiende al equilibrio, eso sí, contra toda predicción, porque la economía se sostiene con desempleo a la baja y moneda fuerte en este maremágnum que sirve a unos y otros como cortina de humo, para manejar la agenda, posicionar nombres y, mutatis mutandis, para acomodar las reglas de juego, pero a su favor.
