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Aeropuerto El Dorado, Bogotá. Al frente mío en una de las tiendas en las que una botella de agua cuesta un riñón, una pareja hace fila para pagar una. Cuando llega al mostrador con su producto uno de ellos saluda en inglés y le entrega la botella a la dependiente para que la pase por el lector de código de barras.
La dependiente pasa el producto y señala el precio en la registradora. Los visitantes desenfundan una tarjeta de crédito para pagar en el datáfono que reposa sobre el mostrador. Al ver la tarjeta, la dependiente les explica, mitad a señas mitad en español, que no pueden pagar con ese medio.
Los visitantes habían visto al cliente previo pagar con una, así que insisten, mitad a señas mitad en inglés, que quieren usar la tarjeta, que son turistas que acaban de llegar al país y que no tienen pesos en efectivo. La dependienta toma otra botella de agua y con mímica señala ambas botellas y el datáfono.
Los turistas algo perplejos y de nuevo en inglés, le explican que quieren una botella no dos, que pueden pagar con tarjeta o con dólares en efectivo que proceden a mostrarle. La dependiente les responde “no dólars”, escribe $20.000 en la registradora y señala de nuevo el datáfono. Los turistas no entienden lo que intenta explicarles la vendedora así que acuden a los que seguimos en la fila en busca de traducción.
La vendedora nos explica que para poder pagar con tarjeta el consumo mínimo es de 20.000 pesos, que la botellita de agua no llega a ese umbral, pero que si llevan dos lo superan y pueden usar la tarjeta. Algo asombrados tras oír la traducción, los visitantes llevan las dos botellas de agua y las pagan con la tarjeta.
En el aeropuerto que recibe más pasajeros de toda América Latina y en un país que le apunta a volverse en un destino internacional de turistas, sus tiendas no aceptan pagos con tarjeta de crédito si no superan un umbral y el personal a cargo de la atención no habla inglés.
En defensa de los dueños de la tienda de marras debe ser tremendamente retador encontrar un empleado que hable inglés y además quiera emplearse en labores de atención en un comercio.
Datos recientes indican que ocupamos la plaza número 15 en el nivel de inglés de nuestra población entre los países de América Latina lo que en esa escala implica un “dominio bajo” de la lengua. Cambiar esa realidad implica un reto mayúsculo con réditos lentos y lejos de los espejismos presidenciales que prometen una sede universitaria en cuanto rincón de la geografía pisa.
El segundo reto es más conocido. Muchos comercios en Colombia no aceptan pagos con tarjeta o tienen umbrales mínimos para hacerlo. ¿Por qué? Las altas comisiones de bancos y procesadores, sumadas a las retenciones fiscales que aplica el Estado por cada pago recibido hacen que prefieran el efectivo.
Ojalá la creciente competencia en el sector de medios de pago —incluido el sistema que liderará el Banco de la República— impulse mejores condiciones para los comercios, y que la regulación sobre retenciones del gobierno también evolucione para reducir las cargas que desincentivan los pagos digitales. La paradoja es que esas retenciones marchitan el canal digital que es el que le permite a la propia Dian un mejor seguimiento a los contribuyentes.
X: @mahofste
