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Gustavo Enrique Malo Fernández, magistrado de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia investigado por el “cartel de la toga”, enfermó desde el pasado mes de septiembre y padeció mucho a lo largo de una licencia muy prolongada.
Durante seis meses los médicos dictaminaron cuadro de estrés, hernia de abdomen, depresión moderada y una lesión de menisco medial agudo en la rodilla izquierda del togado. Quiroprácticos y teólogos también habrían conceptuado mal de esqueleto por exceso de romanismo y vértigo por indebida postura, y su penalista le habría diagnosticado un cuadro de escorbuto que le habría impedido decir el derecho y acudir al derecho. Todos los doctores habrían acordado que el magistrado padecía de enfermedad y todos guardaron silencio sobre las causas.
En ausencia del magistrado también enfermó su solio, mudo en la Sala Penal de una corte que hubo de avalar sucesivamente cinco males imaginarios. La Corte no habría tenido más remedio que comisionar a un carpintero, restaurador de muebles ulcerados de la justicia, con el fin de procurar la rehabilitación de la majestad del asiento. En el interior de su estructura fue hallada una colonia de termitas que suelen anidar en curules turbias. “El solio está muy enfermo, sin remedio”, habría resuelto el carpintero, impotente, y el asiento fue trasladado a un rincón del sótano de Palacio que aún guarda las tiznas del holocausto.
El 3 de abril, martes de Pascua, el magistrado resucitó y se apareció ante sus iguales para justificar su permanencia en la investidura, ya sin solio. Dicen que él vestía una toga digna para la ocasión, confeccionada con retazos de votos por varones sombríos y con resonancias de secretos sin noticia criminal; con papeles eternamente preliminares y con sobornos sobre los salarios de sus peones, y con alegatos de impedimentos de los representantes que se sustraen de acusar a sus jueces. Un sastre habría recopilado aquellos materiales y los habría cosido de tal manera que parecieran integrar una túnica inconsútil.
Finalmente, el magistrado pronunció la palabra: “la Corte no puede suspender a los suyos por tener investigaciones en curso”, sentenció como si, de tanto padecer, hubiese trascendido a un estado de elación suprajurídica, y desde ese más allá recusó a sus pares por indagar sobre la subasta de impunidades en la cabeza de la justicia y sobre sus altos clientes.
La Corte cesó al magistrado en sus funciones jurisdiccionales, aunque no en su pompa etérea ni en sus remuneraciones. Apenas desnudo, Malo Fernández habrá de comparecer ante la Comisión de Acusaciones del Congreso, que este jueves determinará si le imputan cargos. Dicen que, de comparecer, el magistrado vestiría la misma toga pascual, con gesto de Ecce Hommo en procesión tardía. Ojalá que no enferme de nuevo, que no padezca más…
Nuestros votos por la salud de Gustavo Malo, quien aún reposa fuera de la justicia; nuestras plegarias van por la majestad de su asiento, empolvado bajo las cenizas que siguen lloviendo en las fosas del Palacio.
@Los_Atalayas, [email protected]
