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Tanto por decir de la entrevista, junto a los sentidos, esa herramienta primaria del periodismo. El territorio donde habitan las preguntas, las semillas, de las que bien plantadas pueden florecer de vez en cuando algunas verdades. Hace poco, escuché al periodista Jorge Ramos decir en un podcast que, en el caso de aquellas que son para confrontar a los poderosos, el truco está en la repregunta: la primera respuesta casi siempre es mentirosa o a medias, y en ese segundo intento ellos se dan cuenta de que tú sabes más y comienzan a romperse. Ahí es clave ir marcando un tono contundente desde el comienzo.
Con el poder particularmente siento muy efectivo el método que sugiere Alma Guillermoprieto, más parecido a una espiral que va ascendiendo: llegar como si no supieras mucho, haciéndote la boba, acaso tropezando “sin querer” el vaso de agua en la mesa, para que el personaje en cuestión baje la guardia, y ahí sí ir por la información que quieres.
Pero una de las reflexiones que más me gusta respecto a la entrevista en general es la de Gabo cuando señala que, de todas maneras, el periodismo no es la entrevista, sino además todo lo que pasa alrededor de esta. Incluso los argumentos que alguien tiene para conceder o negar una entrevista cuentan cosas. De gran ejemplo para la historia está la no-entrevista de Gay Talese a Frank Sinatra relatada en “Sinatra está resfriado”.
Hace unos días, Juanpis González, el gomelo cachaco clasista que interpreta Alejandro Riaño para ridiculizar a los gomelos cachacos clasistas, le hizo al presidente Gustavo Petro una de las entrevistas más interesantes de sus casi tres años de mandato. He oído a gente en cuyo criterio confío decir que no les gustó, entre otros asuntos, porque no la consideraron seria ni digna de un primer mandatario, porque la caricatura de Juanpis es chocante, porque estuvo fuera de lugar que el entrevistador sacara droga para preguntar si es cierto que Petro tiene problemas de adicción, y porque el presidente logró permanecer en un tono socarrón todo el tiempo.
A mí me pareció reveladora, y por lo tanto buena, justamente por razones como esas. Por lo que semejante puesta en escena cuenta más allá de la formalidad y de lo que se dijo, o en medio de lo que se dijo. Entre chiste y chanza, Juanpis asumió el deber de hacerle a Petro las preguntas que tenía que hacer cualquier periodista serio: ¿drogas? ¿Por qué se pierde? ¿No es hora ya de asumir en vez de seguir mirando por el retrovisor? ¿Qué va a hacer para que no sigan matando líderes sociales? ¿Hay un negociado detrás de Monómeros con su amigo Roa? ¿Por qué sostiene en el gobierno del “cambio” a señalados por violencia de género? ¿Cuál es el guardado que le tienen Benedetti y Sarabia? Petro no podía molestarse porque lo entrevistaba un personaje de ficción, pero sus respuestas no fueron ingeniosas ni sólidas, sino evasivas e interminables. Y el personaje presionaba: “No me ha respondido nada porque solo echa historias”, “¡esto es como entrevistar a Uribe!”, soltó Riaño, ya saliéndose en ocasiones del papel. Y todo eso, el teatro completo con funcionarios de fondo, incluyendo al omnipresente Benedetti que supervisaba, es una radiografía del Gobierno. Una escena que muestra más que muchas entrevistas solemnes.
Y la actitud socarrona termina de decirlo todo. Ver a Petro responder “no venga aquí con la tentación” cuando le sacan droga en plena entrevista. O culpar al escándalo Odebrecht de la crisis en el Catatumbo. O justificar que el cuestionado Hollman Morris siga en RTVC, alegando que no puede tomar decisiones en el gobierno “simplemente por creencias”. O asegurar que en los famosos audios filtrados de Armando Benedetti y Laura Sarabia no hablaban de su campaña, sino del Partido de La U “o del uribismo”. Son gestos que lo dicen todo.
Hasta el hecho de que haya sido desde Palacio que buscaron con insistencia al comediante, justo cuando necesitaban oxígeno para la consulta popular, cuenta algo de esa entrevista. Solo que, al final, se pareció más a una tragicomedia.

Por Laura Ardila Arrieta
