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Pese a las inmensas oportunidades que ofrecen, las redes sociales conllevan enormes riesgos para los jóvenes: adicción, manipulación emocional y deterioro de la salud mental. No hay duda: todos deberíamos aportar a la regulación de las plataformas tecnológicas para defender a los menores.
La primera generación de los gurús de la tecnología aplazó significativamente el de sus hijos a las pantallas. En Silicon Valley proliferaron los colegios Waldorf sin tabletas ni ordenadores, mientras en los hogares las niñeras tenían el móvil prohibido por contrato. Bill Gates, creador de Microsoft, por ejemplo, no permitió a sus hijos el a smartphones hasta los 14 años y Steve Jobs, creador de Apple, tenía prohibido el celular y el iPad en la mesa del hogar.
Ellos sabían que las plataformas eran muy adictivas, como lo reconoció Chris Anderson, exdirector de la revista Wired, considerada la biblia de la cultura digital: “En la escala entre los caramelos y el crack, esto está más cerca del crack”. En el documental El dilema de las redes sociales (2020) vemos cómo los dueños de las plataformas trabajaron arduamente para volvernos adictos. No hay duda, lo lograron. Hoy, lo primero y lo último que hacemos la mayoría de los adolescentes y adultos es revisar el smartphone. Así actúan las adicciones.
El documental Nada es privado (2019) analiza un segundo problema: la manipulación. Se trata de la manipulación política realizada por la empresa Cambridge Analytica para favorecer la elección de Donald Trump en Estados Unidos y el retiro de Gran Bretaña de la Unión Europea. Invadieron la privacidad y recopilaron delictivamente 85 millones de datos de los electores para manipularlos. Los hicieron votar a favor de Trump y del Brexit. Estudios actuales sobre la red Reddit ratifican que la manipulación hacia los jóvenes por parte de representantes de la extrema derecha en el mundo se hizo muy frecuente, lo que llevó a que esta obtuviera cada vez más simpatizantes en la población entre 18 y 24 años. Así lo vemos, entre otros, en Estados Unidos, Alemania, Italia, España y Francia.
La exitosa miniserie Adolescencia (2025) resalta otro tipo de manipulación de la que son víctimas los jóvenes: la emocional. Como respuesta al movimiento feminista y a la conquista de derechos de la comunidad LGTBIQ+, diversos influenciadores se tomaron varias redes con un discurso misógino que considera que las mujeres deberían estar sometidas a los hombres. Se trata de la “manósfera”, una red de sitios web, blogs y foros en línea que promueven el movimiento incel y la masculinidad tóxica. Andrew Tate, citado en la serie, es uno de sus líderes. Él, que fue campeón mundial de kickboxing, ha sido acusado por violación, estrangulamiento y trata de blancas en Rumania, Reino Unido y Estados Unidos. Como decía Cambalache: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador. Todo es igual, nada es mejor. ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!”. El problema es que, en el mundo de las redes, con tesis tan absurdas, Tate tiene 10,7 millones de seguidores en X y –para completar– goza de la protección del gobierno de Donald Trump.
Por otro lado, la demanda instaurada por 41 estados de los Estados Unidos contra las plataformas incluye otro elemento esencial: la salud mental. Como han mostrado múltiples investigaciones, los jóvenes actuales son más ansiosos, tienen generalizado déficit de atención y con frecuencia presentan deterioro del autoconcepto e ideación suicida. La demanda acusa a Instagram y TikTok de usar filtros y obsesionar a las niñas con tener cuerpos perfectos y enflaquecer hasta la anorexia, así como de producir una angustiosa comparación con modelos reconocidas. Amnistía Internacional ha denunciado diversas páginas de TikTok por promover la ideación suicida entre jóvenes. En Colombia, un estudio de la Universidad de los Andes y Aulas en Paz, descubrió que el 20 por ciento de los adolescentes ha encontrado en redes contenido en el que se les estimula y enseña a autolesionarse.
Como puede verse, pese a las inmensas oportunidades que abren, las redes están aumentando la adicción y la ansiedad de los jóvenes, deteriorando su salud mental y favoreciendo su manipulación emocional. No hay duda, todos debemos aportar a la regulación de las plataformas tecnológicas para defender a los menores.
Primero. ¿Qué deberían hacer los Estados? Tendrían que prohibir el anónimo a las redes. El debería exigir registro de la tarjeta de identidad o la cédula y cada perfil en redes debería estar asociado a un único documento, tal como propone Pedro Sánchez, presidente español. Así recibimos las vacunas y así participamos en elecciones. Al ser anónima, la red facilita que estafadores, radicales, enfermos y pedófilos accedan a los menores. El anonimato también permite que niños muy pequeños sean jugadores activos de las redes. Las plataformas permitieron su ingreso desde los trece años, pero todo indica que la edad en la que crean perfiles es a los once y, según psicólogos y educadores, la edad a la cual deberían ingresar es a los dieciséis.
Por otra parte, los dueños de las plataformas deberían responder si en sus espacios se envenena la sociedad y se promueve el odio, la polarización, la exclusión y el suicidio. La responsabilidad existe en todos los sectores. Si el dueño de un restaurante generara la muerte de sus clientes por envenenamiento, él no podría alegar que los ciudadanos fallecidos fueron libres de ingresar a su negocio. Tiene que hacerse responsable por los bienes y servicios que brinda. Desafortunadamente, no pasa lo mismo con las plataformas: absurdamente sus líderes quieren convencernos de que no son responsables de lo que pase en ellas. Es cierto que es difícil controlarlas dado el enorme poder económico y político que han alcanzado las plataformas al aliarse con el poder político en EE. UU. Aun así, debemos movilizarnos masivamente para defender a los menores de edad y a la democracia amenazada.
Segundo. ¿Qué deberían hacer las escuelas? La tarea más importante de la educación es formar jóvenes cada vez más autónomos, empáticos y con mayor nivel de lectura y pensamiento crítico. Desafortunadamente, las redes están llevando a la juventud en sentido contrario. Promueven la endogamia, la polarización y el fanatismo; debilitan la empatía y facilitan la manipulación. Solo un joven autónomo y con lectura crítica verifica la información antes de compartirla, duda de los mensajes que recibe y consulta diversas fuentes para validar los mensajes. Él se pregunta por la intención comunicativa oculta. La lectura crítica lo ayuda a entender los intereses de la sociedad de consumo que convierte el cuerpo de la mujer y nuestros datos privados en mercancías. Así mismo, lo ayuda a entender por qué las adicciones y las notificaciones frenan su autonomía y por qué los juegos virtuales no logran el mismo impacto en las competencias socioafectivas que los juegos reales.
Los padres tienen enorme influencia en el nivel de autonomía de sus hijos. De allí la necesidad de trabajar conjuntamente con ellos. Desafortunadamente, muchos padres les piden a las escuelas que prohíban los celulares, pero no promueven de manera simultánea la autonomía de sus hijos ni favorecen el diálogo y la lectura reflexiva, los estilos de autoridad democráticos o las actividades conjuntas en el hogar. Además, los adultos no somos modelos a seguir porque también vivimos enganchados a las plataformas.
Tercero. ¿Qué pueden hacer las familias? Deben aprender de Bill Gates y Steve Jobs y aplazar el a la tablet y los smartphones, así como prohibirlos en la mesa y en las alcobas. Los padres de niños menores deberían instalar sistemas de control parental en los computadores. Aun así, todos tienen que ser conscientes de que si encierran a sus hijos en los cuartos, ellos no tendrán ninguna opción diferente a engancharse a las redes y a los smartphones. De allí la necesidad de dialogar en casa, promover el juego libre, los hobbies, las reuniones con amigos y familiares, así como favorecer las actividades deportivas, científicas y artísticas en los menores.
Hasta el momento, los jóvenes con poca autonomía y lectura crítica están siendo fácilmente manipulables por intereses macabros. Como decía Stephen Graham, creador de la serie Adolescencia, todos somos responsables por la formación que estamos brindando a los jóvenes. Como sostiene el proverbio africano: “Para educar a un niño hace falta una tribu entera”. Solo si actuamos de manera conjunta podremos ponerles freno a unas plataformas que hasta el momento solo han estado interesadas en acumular dinero, un dinero que, sin duda, llenó de ansiedad a millones de niñas, niños y jóvenes.
