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Se pregunta uno a veces por qué, hasta el día de hoy, se siguen escribiendo y leyendo novelas de todo tipo que se publican en todas las esquinas del mundo (recordemos que el último Premio Nobel de Literatura se le concedió a una escritora coreana, Han Kang). ¿A qué se debe la acogida siempre renovada que recibe con entusiasmo la novela en el mundo entero?
Aunque lo de contar historias no es nuevo —la tradición literaria de Occidente se inaugura con la Ilíada y con la Odisea—, en los albores de la Modernidad se renueva el género con la narración en prosa de temas profanos que les ocurren a seres ordinarios en sus vidas comunes. Así se hace patente en El lazarillo de Tormes o en el Quijote, y antes, en Italia en tiempos del humanismo del primer Renacimiento, con el Decamerón de Boccaccio.
Durante la Edad Media el sentido de la vida y del mundo se daban por descontado. Cuando Anselmo de Canterbury tuvo que buscar un suicida para su prueba ontológica de Dios le fue necesario recurrir a los tiempos bíblicos, pues suicidas había dejado de haberlos… Pero ocurrió que con la secularización del mundo, con el desplazamiento del eje explicativo y conceptual de Dios al hombre —que es, en suma, lo que significa y significó el humanismo— fue necesario volver a dotar de sentido el mundo y sus rincones. Por ello pierde prelación (y hasta sentido) la teología y lo ganan la novela y una filosofía que, dejando de lado la trascendencia, en un proceso que tardará siglos, se hace ahora en el marco de la inmanencia.
En el mundo moderno, como viene la vida desprovista de sentido, y debe cada quien inventarle uno a cada paso, encuentra el lector en esas historias que le cuentan las novelas maneras de vivir muy varias, mejores o peores, pero siempre distintas y, en cierto modo, posibles. Y esas novelas se erigen entonces como marco de referencia y como faro en el camino, bien como guía y como modelo, bien como advertencia y como onición. Constituyen maneras de arrojar luz sobre todos los rincones del mundo y sobre las pasiones del alma, hasta de las más recónditas e inconfesables. De esta manera cada quien va forjando su vida, en la lucha tenaz del día a día, como el personaje de una novela; con esas mismas dudas, con esas mismas tensiones, con esos desenlaces a veces felices, a veces abiertos, muchas veces inciertos.
Si la novela tuvo su origen en el mundo moderno fue precisamente porque con el desencantamiento del mundo, que supuso el derrumbe de una concepción religiosa de la vida y del universo, con la pérdida de sentido que produjo desfondamiento tal, fue menester colmar de nuevo de sentido al universo y a los seres que lo pueblan. Y lectores y autores encontraron en la novela una manera hermosa y entrañable de hacerlo.
