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Entre el arte y el desastre

Jorge Tovar
12 de mayo de 2025 - 12:00 a. m.
BARCELONA, 11/05/2025.-El delantero del Barcelona Raphinha, y el portero del Real Madrid Thibaut Courtois, durante el partido de la jornada 35 de LaLiga EA Sports entre el Barcelona y el Real Madrid, este domingo en el Estadi Olímpic Lluís Companys.-EFE/ Siu Wu
BARCELONA, 11/05/2025.-El delantero del Barcelona Raphinha, y el portero del Real Madrid Thibaut Courtois, durante el partido de la jornada 35 de LaLiga EA Sports entre el Barcelona y el Real Madrid, este domingo en el Estadi Olímpic Lluís Companys.-EFE/ Siu Wu
Foto: EFE - Siu Wu
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En los últimos días hemos presenciado los dos extremos de lo que aparentemente es el mismo deporte. En Milán, el Inter-Barça nos ofreció la eliminatoria del siglo. En Bogotá, el Millos-Pereira fue, fácilmente, el más deplorable espectáculo futbolístico en décadas.

La eliminatoria de la Champions League recordó aquel histórico partido entre Brasil e Italia en 1982. Tele Santana, como Flick, concebía el fútbol en su acepción natural: el objetivo es marcar un gol más que el rival. Solo así se entiende que tras marcar el 2-3 que los clasificaba, minuto 87, el Barça no se replegara y se hubiese colgado de los palos por apenas unos minutos.

Como aquel legendario Brasil de hace más de cuatro décadas, a quien el empate a dos le servía, el Barcelona actual no concibe el fútbol sin la idea de marcar el siguiente. El público y la historia siempre lo agradecerán.

En ocasiones se gana, como sucedió en la final de la Copa del Rey. Perder, por supuesto, siempre es posible. Teniendo presente que jugando de forma conservadora no se garantiza la victoria, quizá los más hinchas aceptarían defenderse sin vergüenza, así sea por unos pocos minutos.

Mientras tanto, en Bogotá, en un campo de barro, claro contraste con el tapete de San Siro, se enfrentaron Millonarios y Pereira.

El partido fue un dolor de ojos para cualquier aficionado que hubiese disfrutado de la obra de arte del Giuseppe Meazza. No es un problema de la evidente diferencia de calidad entre unos y otros; es el conjunto lo que produce escozor en el alma.

En El Campín, jugando por la primera división del fútbol colombiano, se presenció un fútbol digno de la tercera división de España o Italia. Y seguramente ninguno sería líder en esas categorías.

Mientras allá un muchachito de 17 años controla un balón como parte natural del juego, aquí el público aplaude a rabiar la carrera del ídolo que fuerza un tiro de esquina ante la incapacidad del rival de controlar un balón estando sólo.

El trabajo, o quizá la capacidad de los entrenadores, es parte del maravilloso y deplorable espectáculo que respectivamente se ofrece. El trabajo de Flick es evidente. El Barça juega al borde del suicidio. El de Inzaghi, descifrando el rompecabezas azulgrana, se entiende en los siete goles que marcó su Inter con menos del 30 % de posesión.

En El Campín lo más notable fue el repliegue del Pereira, evidente trabajo de Dudamel. Nada más, ni los del Otún, y menos los azules.

Que Millos lleve 721 minutos sin recibir goles dice más del nivel del fútbol colombiano que de la sapiencia estratégica de su entrenador. Destruir siempre será más sencillo, y Millos se defiende, sin gracia, pero con efectividad. A partir de ahí, cero. Hace décadas no se veía un Millos tan aburrido como el de González.

No se pide el nivel de allá, se exige que estudien lo de allá. Los movimientos de sus futbolistas los delatan.

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