Más o menos a los 20 años, perdí la fe religiosa. Hoy en día, frente a una persona que cree en Dios, siento nostalgia, como si esa persona estuviera en un lugar que quise mucho y al que yo jamás podré volver.
Pero no tengo miedo de lo que viene cuando me muera. No me quiero morir, no, quiero besar todavía a Carmen y a mis hijos. Y la nariz y las pestañas de mis nietos. Sentir la luz que toca las hojas amarillas de los alcaparros. Sentir la mirada sobre mí, de tres amigos que me quieren mucho. Recordar por las mañanas, al despertar, a los cinco niños que corrimos bajo la luz del sol que entraba por entre las copas de los árboles en...

Por Gonzalo Mallarino Flórez
