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Ubiquémonos en los patrones pedagógicos de hace 111 años: Confianza, alegría y solidaridad eran palabras casi subversivas, que poco o nada tenían que ver con los reglamentos escolares de la época. Reglazos de madera, encierros y oscuridad, planas para homogenizar letra, pensamiento y conducta. El arte era para los bohemios, no para las aulas, en las que imperaba sangre sudor y lágrimas como táctica de enseñanza.
Entonces ¿qué mejor subversión que la del cariño, la cultura y la comprensión para transformar una sociedad? Sin jamás haber empuñado un arma, sin alzar la voz para descalificar a alguien, sin infundir temor sino amor, Agustín Nieto Caballero inició una revolución pedagógica en Colombia al construir –según lo vivido y aprendido con María Montessori, Ovide Decroly, Jean Piaget y otros psicólogos y pedagogos europeos– conceptos como la “disciplina de confianza” y “educar antes que instruir”.
Don Agustín creó en el Gimnasio Moderno un modelo de convivencia y formación para que los niños se enamoran de su país, fueran ciudadanos íntegros y aprendieran con dinámicas lúdicas y creativas como fuentes de conocimiento; quiso que alumnos y exalumnos conservaran siempre la curiosidad de comprender los cómos y los porqués de la naturaleza, de la humanidad y de los hechos. Para Don Agustín era imprescindible que los niños abrieran sus horizontes y gozaran con la lectura, que la comprendieran y la amaran como un certificado de libertad; que tuvieran criterio para saber que las verdades únicas y las miradas parcializadas no sirven para sacar conclusiones ni son suficientes para pensar y sentir la realidad. Don Agustín era la antítesis del dogma, de lo punitivo y la imposición. Era, más bien, la democracia vuelta maestro, la sonrisa afable; era el balcón y las palomas.
Libre pensador de tiempo completo, quiso que su colegio tuviera una capilla donde pudieran habitar la reflexión y la espiritualidad, y la versión de un Dios que acoge, construye y perdona, y no la divinidad que excluye y atemoriza. ¡Y lo hizo! Grandes barcos que venían del otro lado del mar trajeron los vitrales de la cúpula, para que el sol entrara a la capilla y la llenara de luz, así como se iluminan los lugares que invitan a creer, crear y pensar con felicidad. Don Agustín, mi abuelo, revolucionó a punta de cariño y de una mirada amplia y conciliadora, la educación en Colombia.
Y la historia no se queda en los miles de alumnos formados al amparo del palomar al norte de Bogotá. Llegó con el primer año del siglo XXI al barrio Arborizadora Alta, en Ciudad Bolívar, al sur oriente de nuestra capital. Una zona duramente estigmatizada por la presencia de desplazados, migrantes, pobreza y marginación. Gracias al programa de colegios en concesión, el Gimnasio Sabio Caldas (hijo pedagógico, conceptual y istrativo del Gimnasio Moderno) forma desde hace 25 años y con los mismos principios de disciplina de confianza, valores y alegría durante el aprendizaje, a niños y niñas que encuentran en su colegio un espacio seguro para ser, crecer y levantar su infancia y adolescencia sobre cimientos de comprensión, autoestima y solidaridad, respeto por las diferencias y agradecimiento por la diversidad.
Santiago Espinosa, rector del Sabio Caldas, maestro y confidente de la comunidad escolar, ha sido alma y motor y un vitral humano para el colegio. Como en la capilla, a través suyo pasa el sol que ilumina el corazón de una niñez que –gracias a él y al equipo que ha conformado– puede ejercer su infancia como debe ser: con felicidad, arte, literatura y conocimiento, con asombro y gratitud por la vida.
