
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Laura Gil es politóloga, internacionalista, nacida en Uruguay y nacionalizada en Colombia. Ha sido vicecanciller y embajadora en Austria; cofundadora del movimiento ciudadano Defendamos la Paz y ganadora de un premio Simón Bolívar por un pódcast sobre Venezuela publicado en el medio que creó y dirigió La línea del medio, un medio alternativo, independiente y digital que trabajó sin venderse ni parpadear, para que sus lectores nunca tragaran entero las medias verdades que otros asimilaban como hechos cumplidos. Ha logrado que las Naciones Unidas se replantee la política frente a las drogas ilícitas, y la semana pasada fue elegida Secretaria Adjunta de la OEA, primera mujer que en los 76 años de historia de la Organización ocupa ese cargo.
Pero la esencia de Laura Gil va mucho más allá de los cargos ejercidos y los premios recibidos. Laura es ante todo una mujer templada por el rigor y la conciencia, intensa en su trabajo y en sus convicciones, persistente y sin miedo a “atravesarse como un quicio” cuantas veces sea necesario para defender -sin alardes y con argumentos sagaces y estructurados- los derechos de las mujeres, la voz de la justicia justa, el valor de la integridad como punto no negociable, y la defensa de la paz como derecho, deber y conquista de las personas y los pueblos.
Laura es la viva demostración de que se puede hablar duro, ser firme y capaz de poner el mundo patas arriba, sin perder la capacidad de sentir consideración y empatía con los más vulnerables, rebelarse con todas las letras contra las arbitrariedades y defender la paz así eso implique enfrentarse a los intocables de siempre. Laura tiene la cabeza llena de inteligencia y conocimientos de Colombia y el mundo, y el corazón habitado por la ternura y el amor por la familia de sangre y por la familia de cuatro patas; es una chef espectacular, mira de frente, y es leal con sus causas, sus convicciones y sus amigos.
Para las mujeres, y más aún para las mujeres colombianas, la elección de Laura Gil representa un triunfo del feminismo bien entendido y un motivo de orgullo, una ruptura de paradigmas, una conquista de la dignidad y la política, de la rectitud y la importancia de jugar con las cartas sobre la mesa.
Esta elección le permitirá a la OEA tener una reestructuración que resulta inaplazable. Para nadie es un secreto que bajo el imperio Trump la viabilidad de los organismos multilaterales será tarea de titanes. Bueno, pues ahí les llegó una titana que ejerce como pocos -como pocas- un mix necesario para habitar el siglo XXI y ni morir ni matar en el intento: no le tiembla el pulso para decir las cosas como son, pero su hemisferio diplomático moldea con elegancia las formas de la contundencia. Y eso, en un mundo saturado de animadversiones y broncas de todo calibre, ya no es conveniente sino indispensable.
A quienes les genera preocupación su pensamiento de centro-izquierda o izquierda moderada, tranquilos: Laura ha dejado muy en claro que por encima de su visión personal, lo que primará será la voluntad de los Estados y, como corresponde a un liderazgo emocionalmente sólido y adulto, todo parece indicar que lo suyo será tender puentes, concertar las agendas de los Estados y ayudar a recuperar la credibilidad del mundo en las entidades multilaterales.
Para Albert Ramdin será una bendición tener a Laura Gil como Secretaria Adjunta. Clave que siempre haya respeto y confianza entre ellos y que no falten la sinergia para complementarse y la humildad para reconocer los errores. Y, por favor, en los momentos difíciles cada uno recuerde que no está solo… es evidente que el futuro no se construye con monólogos, sino con diálogo, comprensión y sintonía.
