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“El sistema de justicia de mi país no fue diligente ni tuvo la capacidad de resolver a un proceso que se ha denominado ‘emblemático’ frente a todas las pruebas, declaraciones y pruebas y diligencias practicadas”, dijo la semana pasada, en una rueda de prensa, la periodista Jineth Bedoya, a la vez que renunciaba a seguir buscando justicia para su caso ante la Fiscalía. En la rueda de prensa, Bedoya leyó la carta que le había enviado a la fiscal Luz Adriana Camargo, ausente en el recinto.
Hace 25 años Bedoya, fue secuestrada y violentada mientras reporteaba en la cárcel La Modelo, en uno de ataques más brutales en la historia de la censura a la prensa en Colombia, con una sevicia añadida por ser una periodista mujer. Desde entonces, Bedoya no sólo ha seguido siendo una excelente periodista: también ha luchado incansablemente por encontrar justicia, agotó todos los caminos regulares y hasta llegó a tener un fallo histórico de la Corte Internacional de Derechos Humanos en 2021, que condena al Estado colombiano por la impunidad y le exige reparaciones. Pero estas reparaciones no han llegado, el caso sigue paralizado en Fiscalía, y en septiembre del año pasado se supo que el único condenado (a 40 años) por los crímenes contra la periodista, Jesús Pereira, alias Huevo e’ Pisca, está prófugo hace dos años. A Bedoya ni siquiera le avisaron de forma oficial. Y como si todo esto fuera poco, ha vuelto a recibir amenazas de muerte, que la periodista ha dicho que coinciden con su visita a La Modelo para hacer un mural como acto de memoria.
En una columna en El Tiempo, Bedoya explica: “la justicia es la única esperanza que mueve a una víctima, a un o una sobreviviente o a sus familias. Pensar incesantemente en la verdad, en el escarnio para el victimario, en una condena que dé la razón y ratifique (a pesar de saberlo de sobra) que sí pasó, que sí te secuestraron, que sí te torturaron, que sí te violaron, que sí te mataron, es un aliciente. Por eso, la justicia se convierte en una causa. Entonces, ¿qué pasaría si llegara la justicia?”. Bedoya también presenta unos datos alarmantes: una impunidad del 96 % para la violencia sexual en Colombia. Y se pregunta algo muy válido: si a ella con tanta visibilidad a lo largo de 25 años, con el fallo de una corte internacional, no le ha dado respuesta la Justicia colombiana (con mayúscula), ¿qué pueden esperar las otras tantas víctimas de violencia de género que hay en el país? ¿Cuál es el sentido de que las víctimas sigan pasando por procesos revictimizantes eternos si el resultado es la impunidad?
“A lo que yo desisto es al proceso de justicia, pero no desisto de hablar. No callaré”, explicó Bedoya a la BBC. Con esto nos pregunta si somos capaces de imaginar otras formas de justicia además de la judicial y patriarcal. “Sé que inicialmente puede ser desesperanzador, pero quiero que lo convirtamos en política. Creo que decirle al Estado que uno no quiere recibir su justicia porque no la dio es una acción política contundente. Es eso lo que le digo a las mujeres: que no nos dé miedo renunciar a la justicia que no nos dieron si ya estamos agotadas y no podemos más”. Las víctimas de violencia sexual y de género tienen derecho a tener una vida después de la violencia, que no esté marcada permanente y trasversalmente por un dolor irresuelto. El anuncio de Bedoya es una propuesta, pero también es un ejercicio de imaginación: ¿qué es lo que necesitan las víctimas para una verdadera reparación? También nos ofrece una primera respuesta: “Seguiré persiguiendo otra justicia, porque, ¿qué más justicia que potenciar las voces de otras mujeres que no tienen mi fortuna de estar cobijada por tantas instituciones?”.
