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A propósito del día de los humedales (7 de febrero), es un buen momento para reflexionar sobre estos ecosistemas, sobre los cuales Bogotá está literalmente construida, y cómo su conservación puede ayudarnos a ser más resilientes a los desastres naturales que trae el cambio climático.
Bogotá se asienta sobre una antigua sabana que una vez fue una vasta laguna. Sin embargo, mientras otras ciudades sufren por la falta del líquido, nosotros nos hemos dado el lujo de tratarla como un problema y un estorbo.
Según Naciones Unidas, “a pesar de que los humedales cubren alrededor de 6 % de la superficie terrestre, son el hábitat del 40 % de todas las especies de plantas y animales”. Los muiscas supieron establecer una relación armoniosa con el agua, y la usaron para crear sistemas de siembra en camellones para aprovecharla sin interrumpir su curso natural.
Sin embargo, desde que llegaron los españoles y establecieron el modelo de ciudad europea, el agua se convirtió en un desecho y un baño público. Las basuras y aguas residuales eran vertidas directamente a los arroyos, contaminando ríos como el San Francisco, el Fucha, el Salitre y el Tunjuelo. Esta práctica continúa hasta el día de hoy y los mantiene como caños insalubres.
Con la expansión de la ciudad se secaron y canalizaron gran parte de los cuerpos de agua. De las 50.000 hectáreas que existían en el siglo XVIII, hoy quedan menos de 800. A pesar de la lucha de organizaciones sociales y ambientales, que han logrado declarar muchos humedales como sitios de protección, la presión por secarlos para construir vivienda los mantiene bajo amenaza.
En nuestro imaginario todavía persiste la idea de que urbanizar es sinónimo de echar concreto y acabar con cuanto árbol, animal o insecto haya. Por ejemplo, la gran idea de Enrique Peñalosa para proteger los humedales fue endurecerlos, y por eso hizo obras como ciclorrutas y alamedas. Puede que haya tenido una buena intención, pero fueron construidas con materiales inadecuados y sin ningún tipo de análisis de impacto ambiental.
El caso del Humedal Jaboque, que estuvo a punto de ser vendido ilegalmente, es un claro ejemplo de los intereses que amenazan estos ecosistemas. Gracias a la acción del Distrito, se logró desmantelar a una banda de estafadores que pagaron a funcionarios corruptos de diferentes entidades, para hacer pasar ese predio por un lote privado.
Otros humedales como el de Tibanica sufren constantemente por invasiones y obras inadecuadas, como las construcciones en cemento que alteran su equilibrio natural. Es una gran ironía que la avenida aledaña se llame “Terreros”, una especie de homenaje a esa práctica ilegal de invasión y apropiación de la tierra que ha traído tantos problemas a la capital.
Otro caso emblemático en la ciudad es la zona norte, que cada tanto se inunda, debido a que construcciones como la autopista norte se hicieron sobre cuerpos de agua que, en temporadas de fuertes lluvias, vuelven a reclamar su espacio. El resultado lo conocemos de memoria: los habitantes quedan atrapados y los bomberos tienen que usar lanchas para rescatar a los niños que quedan encerrados en los colegios y a ciudadanos atrapados en sus casas y vehículos. Además del riesgo para la vida, las pérdidas materiales son cuantiosas, pero es una tragedia más a la que nos hemos habituado.
Los bogotanos no tenemos por qué seguir viviendo bajo este círculo vicioso de problemas creados por nuestra mala relación con el territorio que habitamos. La protección de los humedales no debe limitarse sólo a la conservación y a evitar su destrucción, sino a implementar soluciones basadas en la naturaleza para resolver problemas urbanos, e incluso evitar este tipo de desastres, y otros como derrumbes e incendios forestales. Hay que recordar que los humedales son mucho más que simples cuerpos de agua, son refugios de biodiversidad, reguladores hídricos y pulmones de la ciudad.
Es fundamental restaurar los ecosistemas degradados y reconectar los humedales entre sí y con otros cuerpos de agua, como ríos y montañas. Esto permitirá crear corredores biológicos que favorezcan la biodiversidad y la resiliencia de los ecosistemas. Además, en temporadas de lluvias, como la que tuvimos en octubre y noviembre del año pasado, estos ecosistemas pueden absorber el agua y evitar desastres.
Es hora de cambiar la mentalidad del cemento y el asfalto por una nueva que integre el equilibrio y la convivencia entre humanos, animales y vegetación. En lugar de “endurecer” los humedales con obras de cemento, podemos utilizar materiales permeables, restaurar la vegetación nativa, atraer polinizadores y, sobre todo, involucrar a la comunidad en la protección de estos valiosos ecosistemas.
La responsabilidad no es solo del gobierno de turno. Te invito a unirte a esta causa a través de múltiples iniciativas de conservación, y de acciones ciudadanas para exigir a los líderes que tomen medidas para proteger nuestros humedales. No podemos seguir permitiendo que estos valiosos ecosistemas desaparezcan.

Por Blanca Inés Durán
