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La película Origen, basada en la vida de la escritora e investigadora Isabel Wilkerson, la primera mujer negra norteamericana ganadora de un Premio Pulitzer, trata sobre cómo la discriminación social y racial ha moldeado nuestra historia. Nos lleva a una dolorosa introspección y aprieta la garganta.
Es un recorrido por las jerarquías o castas que, como un marco invisible, han sostenido a lo largo de los siglos la desigualdad y legitimado la explotación. Un sistema rígido que define las relaciones humanas y perpetúa la violencia y la exclusión.
“A medida que avanzamos en nuestra vida cotidiana, la casta es el acomodador silencioso en un teatro a oscuras, que con la luz de una linterna nos guía por los pasillos hacia nuestros asientos asignados para una actuación”. La jerarquía de castas no trata de sentimientos ni de moralidad. Se trata del poder: de cuáles grupos lo tienen y cuáles no.
En Estados Unidos, más de seis millones de negros, descendientes de esclavos del sur, tuvieron que migrar hacia el norte de su propio país para poder tener una vida digna. Es el único caso en el mundo donde la migración no tiene que ver con la geografía, sino con la libertad. Alabama, Georgia, Carolina del Norte, entre otros estados, los tenían condenados a trabajar en plantaciones de tabaco, algodón y arroz. Les prohibían ingresar a las bibliotecas. Había Biblias para blancos y Biblias para negros; la palabra de Dios, segregada. Si sorprendían a un blanco jugando ajedrez con un negro, podían ejecutarlo; eran cuestiones de vida o muerte. Doscientos cuarenta y seis años de esclavitud, simplemente por el color de la piel. Doce generaciones tuvieron que migrar a Chicago, Nueva York, Los Ángeles, para poder estudiar, ser profesionales, médicos, músicos, actores, arquitectos.
Y si nos trasladamos a España, primero fue la expulsión de moros y judíos. En la América colonial, quien tenía antepasados indígenas o africanos era relegado a los oficios más humildes. La élite blanca y criolla los veía como seres inferiores. Así los trataban. Y lo seguimos haciendo.
En Alemania se inició toda esa barbarie de millones de víctimas por pregonar la superioridad de los arios respecto a otras razas, religiones o etnias. Y si nos vamos a la India, desde hace tres mil años existen los “intocables”, esos millones de seres humanos convertidos en escoria, destinados a limpiar la escoria de sus semejantes.
El actual eslogan y clamor de “Make America Great Again” es otro alarido de supremacía y poder. Se están prohibiendo libros y frases, debilitando universidades y manifestaciones culturales, controlando medios de comunicación, como empezaron los nazis. Ya son sospechosas las palabras “negro”, “mujer”, “diversos”, “gay”.
“Mi padre solía decir: cuando el fascismo llegue a América, lo llamarán americanismo” (Siri Hustvedt, escritora, esposa de Paul Auster).
Miremos hacia adentro, si somos capaces. Colombia, un país violento y ávido de sangre, es uno de los que más castas tiene. Forman parte del paisaje y ni nos damos cuenta. Campeones en discriminación, exclusión social, inequidad y jerarquías de todos los colores, olores y sabores.
Origen, un llamado a la conciencia... si es que todavía la tenemos.
