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Recibo un mensaje del sacerdote suizo-alemán radicado en El Bosquecillo, al filo de la cordillera occidental, entre los altos del corregimiento de Felidia y el valle de Tocotá. Desde su casa-taller, al anochecer, no se ven las luces de Cali. Casi tres mil metros de altura. Radicado en Colombia, se dedica a trabajar por los más vulnerables de los vulnerables: la juventud “sin futuro”. Su nombre de pila es Amadeus.
Lo conozco, lo quiero, lo iro y lo respeto. Si todos los sacerdotes fueran como él, muy diferente sería la movida eclesiástica. Espiritual, sin fanatismos y sin tragar entero muchos “mandatos curiales”. Sigue las enseñanzas de Jesús y las comparte, las vive y las lleva en su alma.
Lo nombro porque recibo su texto, escrito desde la niebla paramuna, entre eucaliptos, flores y esos árboles centenarios.
—Aura Lucía, lo de Trump y Zelensky me trae a la memoria lo que han dicho desde la Segunda Guerra Mundial: “La guerra es un lugar donde hombres y mujeres que no se conocen y no se odian se matan entre sí por la decisión de políticos viejos y soberbios que se conocen y se odian, pero no se matan. El mundo entero está fuera de control”.
Un escalofrío me recorre la columna vertebral. Mi mente se dispara sola hacia Franco, Hitler, Mussolini, Stalin, Videla, Pinochet, Kim Il Sung, Pol Pot, Ismail Enver Pasha, Mengistu Haile Mariam, Hideki Tojo, Leopoldo II de Bélgica, Mao Zedong, Nicolae Ceaușescu, Batista, Ortega. Entre ellos, por nombrar algunos, se han “cargado” más de cien millones de personas. Se recuerdan sus nombres, pero nadie recuerda a los muertos, las familias destruidas, los desplazamientos, las fosas comunes olvidadas. Todo esto desde el siglo XX y el actual. Si nos remontamos en la historia, ya serían más de mil millones.
Paso a Colombia. Llevamos casi cinco siglos matándonos unos a otros. Desde la Conquista hasta hoy seguimos la matanza: que si los conquistadores, que si los indígenas, que si los liberales, que si los conservadores, que si las FARC, que si el ELN, que si los carteles de la droga, que si los paramilitares, que si los disidentes, que si los sicarios en moto o en camionetas de alta gama. Matar, matar, matar. Las “potencias” y las “no potencias” se muestran los dientes. Caudillos y dirigentes de pacotilla juegan a ser Dios y no pasan de esquizofrénicos o sociópatas mesiánicos. Y seguimos el baile sangriento, en el que hombres y mujeres que no se conocen ni se odian se matan entre ellos por políticos que se odian pero no se matan.
La única paz posible en este planeta habitado por vampiros humanos pareciera ser la paz de los sepulcros. Esa es la única paz total. Los que seguimos vivos, aprovechemos para mirar los atardeceres, las plantas, las flores, el trinar de las aves, los océanos, antes de que nos desaparezcan. Por lo menos, algunos nos iremos con la conciencia tranquila, en paz, hacia la paz.
P. D. Para poner la mente en otra cosa, por lo menos unas horas, no se pierdan El brutalista ni Cónclave, dos producciones cinematográficas fuera de serie, de esas que no veíamos hace mucho tiempo. Actuación, fotografía, guion, encuadres, diálogos. Y el libro de Fernanda Trías, El monte de la furia, una novela diferente en la que la protagonista es la naturaleza.
