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Hay gran diferencia entre información y propaganda. La primera respira bien en la democracia. La segunda se desgañita en ambientes autoritarios y por lo general se disfraza de imparcialidad, posa de entregar la verdad. Lo cierto es que en las sociedades no hay “la verdad”, sino que existen varias corrientes alternándose, superponiéndose. Esta realidad no la contempla la propaganda.
Los dos conceptos no sirven a un mismo señor. La propaganda le hace venias al líder autoritario, al mesías recién regresado a la Tierra para redimirla. Por eso es perentoria, unívoca, se pretende infalible. Su poder estriba en la repetición hasta el cansancio de un mismo discurso o lema. La propaganda ignora que el público se fatiga de que lo traten como oligofrénico.
La información, en cambio, no está ligada a ninguna autoridad. No pretende caerle bien al mandatario de turno. Investiga y luego proporciona su versión matizada. Mira para un lado y para el otro, procura acercarse a la realidad multicolor, y entrega la versión más equilibrada posible.
El gran fracaso de la verdad ocurre cuando se mezclan estas dos maneras de comunicar. Por lo general los propagandistas intentan disfrazarse de informadores, confundir a las audiencias con fachadas aparentemente similares. Los gobernantes toman el control de los medios públicos de comunicación y entregan su dirección a los seguidores más obsecuentes.
Estos sustituyen la desprestigiada mención al “pueblo” por la más callejera de “la gente”. Quieren así apartarse del apelativo de “populistas” que suele aplicarse a los regímenes que los compran. Entienden que el mote de populismo viene del sustantivo pueblo y resuelven entonces plantarse en los andenes, entre la gente.
Estos comunicadores oficialistas han dado últimamente en la costumbre de tomar métodos y palabras de la publicidad. Fabrican eslóganes, crean parejas de palabras que se dejen repetir entre canción y canción, entre noticia y noticia. Desconocen que su gente es inteligente, se aburre de que la traten como retrasada mental, y finalmente se fuga de los medios que la subestiman.
La información, en cambio, genera identificación entre lectores, escuchas, televidentes o asiduos de redes sociales. Es honrada, generosa, suministra contenidos ajustados a la vida, esa corriente variopinta, contradictoria, cambiante, que no se deja comprar.
Uno de los primeros indicios del forcejeo de un gobernante hacia el populismo es precisamente el recurso a la propaganda. Son las orejas del lobo cuando se delata a sí mismo porque no las puede ocultar. No importa que el jerarca sea de izquierda o de derecha, la postura ideológica pasa a ser un barniz que oculta la ambición personalista del mismo.
Cuando la información se ve asediada por la propaganda, es preciso alumbrar alarmas sobre las intenciones totalitarias de quien conduce una nación. Conviene entonces aguzar todos los sentidos y exigir de los medios de comunicación mayor rigor en el acercamiento a la realidad real.
