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César Pagano ha sido un lobo solitario en su largo recorrido radial, con su cargamento de boleros y músicas caribeñas. Lo han seguido varias generaciones de bailadores y devotos, felices de recibir música y comentarios sobre estos aires que desbordan los límites de los países en que se originaron.
Antioqueño, de 82 años, ha dejado en el camino iniciativas que definieron el tono de la fiesta en muchos aspectos fundamentales. Su estadía en Bogotá, prolongada por medio siglo, es especialmente fecunda. Es creador de palabras y lemas con los que gusta marcar su impronta.
“Música y cultura hasta la sepultura” es su grito de fe en la originalidad y lozanía de los ritmos antillanos, de los cuales conserva una discografía que va a permanecer más allá de su prolongada vigencia en el planeta. Es difícil cruzarse en la calle con gentes de varias generaciones que desconozcan su figura y trayectoria.
“Chácata y prácata” es su forma callada de inventar melodía cada vez que anuncia la siguiente canción. Es un mantra, un grito bélico que no necesita traducción pues su sonoridad lo anuncia todo. Cada rumbero lo interpreta a la manera de un llamado de la tribu. Y Pagano es entones el comandante en jefe de la tropa.
Por su innumerable cantidad de programas radiales y escenarios de baile, César Pagano ha visto desfilar a muchísimos coequiperos que le hacen la segunda voz. Él les da voz y voto, pero no los amarra. Son la escuela dilatada en el tiempo, que ha venido formando seguramente para alargar en el siglo la vigencia de la música de guitarra, maracas y vientos.
Es la genuina Universidad de la Salsa de la cual él es rector vitalicio y profesor que contagia el entusiasmo, la investigación y el criterio estético. Pagano ha recorrido varias veces los países del Caribe haciendo entrevistas a las principales figuras de la sabrosura. Su memoria de elefante le permite citarlos al vuelo y emitir sobre cada uno de ellos una valoración precisa.
Frente al micrófono se suele acompañar de aficionados salseros de todas las edades. No les impone su sabiduría, les permite expresar sus preferencias. Ninguno, eso sí, le da la talla en cuanto al conocimiento del universo sonoro antillano. Seguramente son asiduos bailadores de los varios sitios de rumba fundados y alimentados por él.
El primero de ellos fue el Goce Pagano, un templo fundado con dos colegas paisas que se vinieron a amaestrar bogotanos. El original, en zona brava del centro, era un socavón en que se apretaban muchachos y muchachas telúricamente unificados por el baile. Se replicó con el mismo nombre en otros escondrijos centrales.
Entonces César fundó Salomé Pagano, en plena zona rosa del norte. El paganismo de este modo se fue regando por la capital nocturna. Donde él sentaba cabeza, allí confluían los atravesados por los sones furibundos de las Antillas. Es curioso que el líder de semejante revolución estética no fuera un costeño ni un caleño. Es un paisa, picado por la culebra de las islas y refugiado en Bogotá como emperador de la sabrosura.
