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En 2011 llegó el catarí Nasser Al-Kehelifi a París para hacerse del PSG a cambio de cien millones de euros. La transacción se dio en medio de una confusa situación en la que se incluyeron votos de los países de la UEFA, ordenados por el francés Michel Platini —entonces presidente del máximo ente rector del fútbol europeo—, para que Catar ganara la sede del Mundial de 2022 a cambio de esta inversión, mucho dinero para sus socios y hasta la compra de aviones por parte del país a la sa Airbus.
Hasta aquí nada distinto al viejo truco de demostrar poder mediante el deporte. Muy pronto el jeque puso el objetivo claro: el PSG tendría que ser el club de fútbol más poderoso de Europa, costara lo que costara. Para eso tendría que ganar la Champions, el torneo de clubes más importante de ese continente, de manera continua.
Lo que el jeque no imaginó es que le costaría 14 años conseguirlo, al menos una vez. Después de haberlo intentado todo con millonarias contrataciones, que lo llevaron a firmar a Messi, Neymar, Mbappé y Keylor Navas, entre otros, y haber fracasado una y otra vez, el sábado, con una superioridad superlativa, el PSG por fin consiguió levantar la orejona y lo hizo por primera vez.
Sin embargo, para conseguirlo el PSG tuvo que aplicar un concepto básico de innovación: hacer algo diferente para conseguir resultados diferentes. Después de sumar frustraciones y ganarse la antipatía del fútbol mundial por tirarles la billetera encima a todos los demás, entendieron que este es un deporte de equipo más que de individualidades. Así, decidieron dejar de invertir en estrellas, mantener a los más laboriosos de los antiguos futbolistas y llevar jóvenes con talento y, sobre todo, con hambre de gloria, como Doué (de 19 años), Nuno Mendes (de 22), João Neves (de 20), Barcola (de 20) y Krvaskhelia (de 24). Salieron del último de los rockstars que les quedaba: Mbappé; no por mal jugador, sino porque necesitaban un colectivo que trabajara sin poner problema alguno para un entrenador innovador, exigente y diferente como lo es Luis Enrique, a quien escogieron para que liderara el barco de lo hasta entonces imposible.
El técnico español ya había ganado una Champions en 2015 con el Barça, tal vez el menos Barcelona de la época por su capacidad para ser vertical cuando la jugada lo exigiera a pesar de su impronta de posesión y progresión a través de largas secuencias de pases. No obstante, el fútbol evolucionó, hoy es más atlético que jugado, más rápido que pensado.
Pues Luis Erique, sin grandes figuras, convenció a sus jugadores de que se puede correr, jugar y pensar a una alta velocidad. Su caos organizado con constantes cambios de posición entre sus jugadores enloqueció en la graduación al Inter de Milán para por fin darle la Orejona al jeque, quien nunca imaginó que lo más bonito del fútbol es que todo el dinero del mundo no alcanza para construir el mejor equipo del mundo y que este deporte tiene otros matices. Esto le deja muchas enseñanzas al planeta en muchos ámbitos.
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