![“[Ucrania deberá luchar muchos años más], así sea con las uñas y recurriendo incluso a formas de resistencia terrorista”: Andrés Hoyos](/resizer/v2/GKBCBBV6X7AT4CIN7GKJOQDKFY.jpg?auth=f187765dace163267a675a3ac2c81bf4297168e96fe79577f44f14efeceb5092&width=920&height=613&smart=true&quality=60)
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Érase una vez en que el tío Sam tenía en sus manos la famosa bolita del poder. Acababa de pasar la 2ª Guerra Mundial, dos potencias monopolizaban las armas nucleares, pero una de ellas, la URSS, estaba regida por una forma anquilosada de comunismo que, 40 años después, se desplomó con estruendo.
El modelo que mantuvo a los gringos a la cabeza durante varias décadas no era tan complicado. Con un gran énfasis en la población masculina blanca, los líderes del país seleccionaban a los mejores estudiantes y les daban una educación de gran calidad, dejando filtrar a algunos de las minorías. Sin embargo, un porcentaje bastante considerable de los graduandos provenían del extranjero: India, China, el sureste asiático, América Latina e incluso África. Así conformaron una poderosísima élite en muchas industrias y sectores económicos. Esto ocurría hasta hace por ahí 15 años, cuando todavía se podía decir que Estados Unidos tenía, de muy lejos, el sistema de educación universitaria más potente del mundo. En contraste, hoy la competencia se está volviendo brutal. O sea, ya un estudiante brillante de Cúcuta o de Angola no tiene por qué terminar en Stanford, MIT o Harvard para dar el gran salto de su carrera. Se han diversificado mucho sus opciones.
Los factores que dan poder a un país también han cambiado en forma dramática. Antes, además de las ojivas nucleares, eran vitales los ejércitos, las marinas de guerra, los escuadrones de aviones y misiles costosos e imbatibles. Hoy esos factores todavía pesan, pero por cuenta sobre todo del inesperado resultado de la invasión rusa a Ucrania se han consolidado fuentes alternativas de poder: la I.A., los drones y demás armas pequeñas, guiadas por un software inteligente que las hace capaces de destruir armamento mucho más costoso que ellas. También están los sistemas de comunicación basados en algoritmos versátiles y resistentes a la manipulación. En términos generales, el conocimiento es cada vez más crucial y ya no es monopolio de Estados Unidos ni de ningún país.
La moraleja del éxito gringo de la posguerra indica que los países deben facilitar la llegada del talento con propuestas atractivas y pocas cortapisas, pero hoy a la cabeza de Estados Unidos está un personaje al que no le gustan los extranjeros. Lo que sí le encanta es la cháchara. Voy a invadir otra vez al Canal de Panamá, me tomaré Groenlandia, Zelenski es un dictador, quiero convertir la Franja de Gaza en una colonia y a Canadá en un estado de la unión. Viles mentiras. De paso, el costo político de la toma de Gaza se podría volver impagable, pues implicaría cometer crímenes de guerra o de lesa humanidad. Además, Estados Unidos se vería obligado a relegar a segundo plano los escenarios de conflicto que de veras importan: el conocimiento, la tecnología y el comercio.
Un mundo en el que el poder se está fragmentado de forma creciente no es fácil de leer. Un colega en estas páginas decía que yo puedo estar equivocado. Lo acepto. ¿Él no se equivoca en nada? Tomemos el caso del Oriente Medio y de Siria. ¿Quién se va a llevar los dulces a su casa? ¿La Turquía de Erdogan, China, Israel? ¿los tres? Yo tampoco sé. ¿Qué va a pasar al final en la súper convulsionada Europa Oriental? Imposible predecirlo, salvo por la indudable obligación para Ucrania de luchar muchos años más, así sea con las uñas y recurriendo incluso a formas de resistencia terrorista, si Trump y Putin no le dejan otra salida y si a Europa no le alcanzan los arrestos para respaldarla con la debida fuerza.
Lo que sí es casi seguro es que la fragmentación seguirá en aumento.
