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Si uno transita por casi cualquier calle de Bogotá, verá señales claramente contradictorias. Por un lado, avisos de “prohibido parquear”; por otro, un carro tras otro parqueado frente al andén donde están los signos. ¿Los conductores no saben leer? Claro que saben, lo que pasa es que las reglas les valen cáscara. Uno mismo a veces para un ratico donde no debe, pa qué. Hay costumbres muy arraigadas que es necesario erradicar.
¿Y qué tal los funcionarios que cuentan con esquemas de seguridad y miran para el otro lado cuando sus conductores violan cada regla de tránsito? “Usted no sabe quién soy yo”, dicen. Pues no, todavía no lo sabemos, pero vaya que nos gustaría averiguarlo para denunciarlos y hacerlos sancionar.
Aquí y allá la Policía o los escasos y remolones agentes de tránsito de la ciudad ponen comparendos a estos cómodos parroquianos, para su aguda irritación. Claro que son muchas más las reglas de tránsito violadas. Por ejemplo, está prohibido “bloquear la intersección”, así uno haya accedido a la misma con la luz del semáforo en verde. ¿Que los que vienen en el otro sentido tienen entonces que quedarse quietos pese a tener vía? De malas, amigos. Es, asimismo, en extremo común ver a la gente girar a pesar del signo que dice que está prohibido hacerlo.
Otra regla muy violada es la de pagar impuestos, por ejemplo, el IVA. En muchos pueblos medianos y pequeños, o en los comercios informales de las ciudades, le argumentan a uno que el IVA “no pegó”. Usted va y cuchichea con el señor del pequeño almacén y queda lista la rebaja. En las grandes capitales abundan incluso los así llamados “Sanandresitos” donde las facturas son exóticas. Eso sí, debe pagar en billetes. Igual pasa con un abogado tributarista, un laboralista, un dentista o un psiquiatra, qué sé yo. Paga en cash y se ahorra el 19 % de IVA al tiempo que el beneficiario se lleva la plata para su casa sin tener que declarar esos ingresos como renta. Después, estos amigos pontifican en clubes y tabernas sobre las políticas públicas que sería pertinente establecer.
Existen en paralelo una serie de reglas para el funcionamiento del clientelismo y de la corrupción, no escritas, claro, aunque sí acatadas. Nosotros te pasamos tanto y por ende tú nos debes esto o aquello. No lo olvides. De más está decir que, cuando el beneficiario sí olvida la “obligación” implícita con los torcidos, se habla de traición y se plantean consecuencias drásticas, las cuales, con frecuencia, incluyen la violencia y hasta la muerte del que falla. Piénsese en las andanadas que ha venido protagonizando Armando Benedetti y se tendrá una idea de esta vertiente.
El egoísmo de muchos ciudadanos, que sin duda hasta votan en las elecciones, es notable en un país como Colombia. El cumplimiento de la gran mayoría de las reglas colectivas, sobre todo de las sensatas –porque alguna insensata hay por ahí–, tendría que ser la base de una organización social progresista. La pregunta del millón es por qué vía se puede mover al país en esa dirección. Un primer paso, no el único, tendría que ser generar algún tipo de costumbre virtuosa, o sea, que quien cumpla las reglas reciba beneficios de varios tipos. Lo segundo sería seleccionar un puñado de reglas esenciales y dedicarse de forma muy estricta a hacerlas cumplir, empezando con castigos fuertes a los que las violen. De las reglas mencionadas, les dejo a mis lectores la labor de detectar ese puñado de reglas esenciales. Ah, y creo que un dicho aplica en todo esto: en el comer y en el rascar lo importante es comenzar. Así que comencemos ya.
