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Hace poco, en Cali, muchos periodistas fuimos testigos del rechazo general hacia la prensa nacional que se ha cultivado entre las comunidades que se sienten vulneradas por el poder, especialmente el poder político. Si llevabas chaleco o escarapela con un enorme «Prensa» escrito e intentabas ingresar a un «punto de bloqueo» o «punto de resistencia» —el nombre depende de la narrativa que se quiera implementar— por lo general una persona te paraba y te preguntaba a cuál medio pertenecías. «¿Usted de dónde es? ¿RCN? ¿Caracol? ¿Semana?», esa era siempre la bienvenida. «No, no. Ninguno de esos», y eso era lo que algunos nos apresurábamos a aclarar. Entonces el personaje agregaba: “Ah, bueno, porque solo estamos dejando entrar a medios internacionales y prensa alternativa”.
La sentencia era rotunda y varias veces pregunté el porqué. La respuesta fue básicamente la misma en todos los “puntos”: «Porque no cuentan lo que realmente está pasando, solo vienen acá a buscar imágenes para presentarnos como vándalos». El malestar era evidente e invitaba a la reflexión: ¿por qué el pueblo protagonista de esta coyuntura no se siente retratado en su prensa nacional? Diría Kapuscinski: porque lo estamos haciendo mal, porque “los cínicos no sirven para este oficio”.
En el libro, que lleva por título el entrecomillado que acabo de citar del periodista polaco y que aborda sus reflexiones sobre «el buen periodismo», se lee que no hay periodismo que intente comprender una realidad sin el acercamiento «al otro», sin esta experiencia personal y fundamental. «La fuente principal de nuestro conocimiento periodístico son “los otros”», sostiene Kapuscinski, «los otros son los que nos dirigen, nos dan sus opiniones, interpretan para nosotros el mundo que intentamos comprender y describir. No hay periodismo posible al margen de la relación con los otros seres humanos. (…) Hay que saber cómo dirigirse a los demás, cómo tratar con ellos y comprenderlos».
Y, después de explicar que nuestro trabajo periodístico depende de «la gente», de ese «otro» que está dispuesto a dejarnos conocer su realidad, agrega también que esa gente «descubrirá inmediatamente vuestras intenciones y vuestra actitud hacia ella. Si percibe que sois arrogantes, que no estáis interesados realmente en sus problemas, si descubren que habéis ido hasta allí sólo para hacer unas fotografías o recoger un poco de material, las personas reaccionarán inmediatamente de forma negativa».
Tal vez eso es lo que está ocurriendo con la prensa masiva nacional: perdió la conexión, la empatía con el otro, que en ningún momento significa tomar partido por su causa sino intentar comprenderlo para lograr retratarlo. Tal vez hay consciencia del daño que esto hace a la sociedad, pero no hay interés de repararlo sino de agrandar la brecha porque el periodismo se volvió instrumento de política electoral. Tal vez por eso vi entrar a los colegas de la revista de carátulas incendiarias a “Puerto resistencia”, en Cali, sin ningún tipo de identificación visible e intentando pasar desapercibidos. Tal vez sienten vergüenza. Tal vez no. Tal vez el medio que representan es cínico, lo que hace no es periodismo, y descubrió que su negocio es rentable si se vuelve show y propaganda; o tal vez fue más simple: perdió el o con la gente y por eso acabó siendo del gobierno una obsesiva caja de resonancia.
