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“Desde muy temprano empecé a leer por búsqueda propia, porque en mi casa no había libros. Era una familia muy pobre. Mi padre era jornalero agrícola. Militante del Partido Comunista. Ser militante en los campos cubanos era un sambenito. Pasaba mucho trabajo para encontrar trabajo. Mi madre era hija de un capataz, de alguien que ayudaba a istrar una colonia cañera. A pesar de eso eran todos muy pobres. Jornaleros agrícolas, más que campesinos.
Los libros faltaban. Cuando triunfa la revolución yo accedo a los libros. Realmente fue así. El primer libro que se editó fue El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
El proceso de leer es único. Tiene una magia especial. Es un desentrañamiento de signos de carácter gráfico, que aprendes a silabearlo con la vista. Te produce un hartazgo mental increíble y te crea unos soportes maravillosos dentro de tu mundo interior. Una expectativa, unos escenarios, una participación en lo desconocido que no tiene parangón en el mundo de la cultura. Y, en la medida en que vas envejeciendo con los libros, ese proceso va madurando, quintaesenciándose. Vas ganando en plasticidad y vas sumando adherencias vivenciales.
De modo tal que, con los años, cada vez que lees, hay un arco voltaico muy abundante que crea una luz interior cegadora, deslumbrante. Porque el proceso no termina: crece, se perfila, se madura. Se enriquece. No envejece. No amengua. No se deteriora. Al contrario. Adquiera rizomas, echa frondas. Y cuando tú vienes a ver tiene un modo vegetativo enorme en el proceso de la lectura. Lees como si fueras, no un árbol, sino una arboleda leyendo.
Le debo a los libros todo lo que soy interiormente, más allá de la experiencia cotidiana, real, objetiva, primaria, inmediata. Todo lo que implica un irse más allá. Leer y descifrar. Alcanzar lo que se esconde debajo de las superficies. Llegar a recodos que resultan, de pronto para uno, desconocidos. Y encontrar que hay nuevas perspectivas. Todos esos alumbramientos y despertares los genera el libro. Es como si dentro de nuestro mundo interior hubiera continuamente muchas velas encendidas. Cada uno de los libros que uno lee es una fogata interior”.
El que habla es el poeta y ensayista cubano Roberto Manzano. Estamos visitando a Vicente Crespo, librero de “La Lectura”, una pequeña librería en Párraga, barriada del municipio de Arroyo Naranjo, de La Habana. Mientras Vicente pone a colar el café, Manzano habla como si escribiera. Escribe en el aire: sus palabras hacen el texto que se oye. Un texto que se va a olvidar y que yo intento preservar en algo que podría a lo mejor llamarse crónica.
