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La elección del Papa León XIV no fue simplemente un acto protocolario dentro de la tradición vaticana. Fue una declaración simbólica. En medio de una época marcada por la ansiedad crónica, la hiperconectividad digital y una creciente pérdida de sentido, la elección de Robert Prevost representa algo más que un cambio de liderazgo: representa una invitación al regreso interior. Prevost no es un outsider, pero tampoco es un burócrata de la fe. Es el primer pontífice agustino en siete siglos. Y eso importa. Porque San Agustín no es solo un padre de la Iglesia; es, ante todo, un cartógrafo del alma. Su legado nos recuerda una verdad profunda: sin autoconocimiento no hay transformación posible. Mucho antes de que existiera el lenguaje de la psicología transpersonal, Agustín ya había comprendido que el viaje esencial no es hacia afuera, sino hacia las profundidades del ser. Lo escribió en sus Confesiones: «En el interior del hombre habita la verdad».
Prevost ha bebido de esa fuente. Su paso por las comunidades del Perú no fue asistencialismo, sino un ejercicio radical de escucha: hacia el otro, y hacia su propia interioridad. Porque el verdadero servicio no se improvisa; se encarna desde la conciencia de sí. La psicología transpersonal, desarrollada por autores como Stanislav Grof, recoge ese mismo impulso: ir más allá del ego para tocar lo sagrado que nos habita. Grof afirmaba que «la curación profunda requiere trascender el ego», y Agustín, siglos antes, ya lo presentía: “Me he convertido en un problema para mí mismo”. Ambos sabían que el dolor no se supera negándolo, sino iluminándolo. En su libro Ser feliz es fácil, Borja Vilaseca ofrece una perspectiva radicalmente contemporánea que dialoga con Agustín desde otra orilla. Afirma que la felicidad no depende de nada externo, sino de despertar del sueño del ego. Propone prácticas de atención plena y autoobservación, no como moda espiritual, sino como ejercicios de honestidad brutal. En el fondo, Vilaseca y Agustín dicen cosas similares: que la libertad interior se conquista confrontando las propias cadenas.
En un mundo en el que, según la OMS, los trastornos de ansiedad han aumentado en un 40 % desde 2020, las personas buscan lugares donde puedan respirar, sentir, desnudarse del personaje. Aquí es donde el legado agustiniano y la psicología transpersonal pueden encontrarse: en una espiritualidad encarnada, que habita el mundo con profundidad. En un mundo que venera la productividad, Agustín nos recuerda que «el alma crece cuando se mira a sí misma». La psicología transpersonal añade: solo integrando nuestras sombras podemos caminar hacia la libertad. Y Vilaseca concluye: sin autoconocimiento, seguiremos confundiendo tener con ser. Quizás esa sea la gran misión de Prevost: demostrar que la espiritualidad no es un refugio para los frágiles, sino un camino de madurez y presencia. Como escribió Agustín, «nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Tal vez hoy, ese “tú” sea también la versión más compasiva y despierta de nosotros mismos.
