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El infierno en llamas que se prendió en pleno invierno en Los Ángeles este 7 de enero y que arrasó con 16.000 hectáreas, más de 10.000 casas y mató a 27 personas, me llevó a otro incendio apocalíptico que causó pavor: este 3 de julio se cumple un siglo de una tragedia que casi acaba con Manizales.
En 1925 Manizales consistía en un casco urbano de 30.000 habitantes con otros 20.000 en la zona rural, parecido al que hoy tiene Tame (Arauca). Imaginen que a un poblado de esas dimensiones se le quemen 229 edificaciones en 32 manzanas en menos de 24 horas: eso fue lo que ocurrió hace 100 años en mi ciudad.
Ya el 19 de julio de 1922 un primer incendio había afectado el centro de la capital de Caldas, construido en bahareque, pero ese desastre poco sirvió en materia de prevención: cuando la ciudad ardió por segunda vez los bomberos carecían de todo lo necesario para apagar ese nuevo fuego. “El Concejo ha estado discutiendo meses y meses si consigue por mil pesos más o mil pesos menos lo que se necesita para dotarlos completamente”, denunció La voz de Caldas en 1926.
Manizales City, un documental del cine mudo, permite dimensionar el cataclismo. La primera media hora muestra los carnavales con los que se celebraron los 75 años de la ciudad en 1924, pero luego de estrenar la película ocurrió el segundo incendio, por lo que su director, Félix R. Restrepo, añadió un fragmento final en el que se ven “las ruinas, humeantes aún”, con el propósito de “llamar al corazón de los buenos hijos de la patria”.
El registro que hizo La Patria de esta catástrofe ardió en el tercer gran incendio, ocurrido ocho meses después, el 20 de marzo de 1926. Ahí se quemaron la catedral y otras dos manzanas, incluyendo la sede del periódico. Hubo otros 38 conatos de incendio entre el segundo y el tercero de estos grandes desastres y su causa se atribuye a la llegada del progreso: la ciudad estrenaba luz eléctrica y eran frecuentes los cortos circuitos en las redes de energía.
Autores como Maruja Vieira, Aquilino Villegas, Uva Jaramillo Gaitán y Natalia Ocampo de Sánchez dejaron registro de lo vivido y sus testimonios coinciden en estar presenciando el fin mundo: repiqueteo de campanas anunciando la desgracia, explosiones con dinamita para generar boquetes y escombros que sirvieran como freno al fuego, saqueos, vandalismo, búsqueda desaforada de documentos valiosos para salvar del fuego y escasez de camiones para improvisar mudanzas. Luego del segundo incendio, muchas familias abandonaron la ciudad ante la falta de vivienda.
La actual catedral de Manizales y el hermoso conjunto de arquitectura republicana del centro de la ciudad son consecuencia de esas tragedias, porque en pleno auge de la industria cafetera emprendieron una reconstrucción masiva.
Pensé en ese apocalipsis que hace un siglo y que hoy ya es olvido con los incendios de Los Ángeles de hace dos semanas, pero también con los apocalipsis noticiosos de la semana pasada: la posesión de Donald Trump y el desastre en el Catatumbo. Tragedias que agobian el presente, como si no hubiera futuro, y que en una temporada serán pavesas. Los fuegos que no apaga el agua se mueren con el tiempo.

Por Adriana Villegas Botero
