En mi colegio nos escondíamos para jugar con la tabla ouija. Formábamos un círculo con los ojos cerrados y las manos tomadas, mientras la líder preguntaba: “¿Espíritu, estás aquí?”. La ventana que se agitaba o el lavamanos que goteaba eran la señal de esa presencia sobrenatural, tan anhelada y temida.
Luego comprendí que no hay mejor tabla ouija que un libro. Desde la primera página el espíritu del autor está presente. Leer es dialogar con muertos que viven en su obra o con vivos que no conozco. Escucho voces nítidas que me hablan desde épocas remotas o me transportan a lugares que jamás visitaré.
En la nota editorial de la...

Por Adriana Villegas Botero
