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Ver a una persona compartiendo con su perro es una escena típica en casi cualquier parte del mundo. Esa imagen, que para algunos podría pasar desapercibida y diluirse en el paisaje cotidiano, para María Camila Morales es la esencia misma de su trabajo y el momento perfecto para tomar su cámara y hacer clic.
Desde hace siete años, esta fotógrafa francocolombiana ha dedicado su vida a retratar a esos “habitantes de cuatro patas” que llenan las ciudades: los perros. Sus fotografías, catalogadas como fotografía de calle, mezclan lo impredecible de las calles del mundo con esos lazos de complicidad y cercanía entre animales y humanos.
Morales, quien pasó gran parte de su vida ejerciendo como periodista, encuentra en esas escenas cotidianas una forma de narrar algo más grande: la necesidad de reconocer a los animales como parte integral de las metrópolis. “Mi fotografía busca eso, mostrar que estamos equivocados al pensar que las ciudades son solamente para los de dos patas. Las ciudades son para los de dos y cuatro patas”, afirma. “Y lo hago, también, como una manera de evidenciar cuán atrasados estamos en términos de planificación urbana y legislación”.
Su cámara ha recorrido las calles de Bogotá, París, Nueva York, Londres, entre otras, siempre con la misma intención: encontrar momentos genuinos en los que el vínculo humano-animal se manifiesta. En sus fotos hay ternura, pero también denuncia, al evidenciar cómo algunos perros, especialmente los criollos y los callejeros, son víctimas de las durezas y desigualdades del mundo.
La primera foto
Hasta 2017, María Camila Morales llevaba una vida dedicada al periodismo y a las relaciones internacionales, pero no fue un reportaje ni una coyuntura política lo que cambió el rumbo de su vida, sino la urgencia de salvar la vida de 180 perros rescatados por AnimalLove, una fundación colombiana de la cual ella era madrina. La organización atravesaba una crisis que la ponía en riesgo de ser cerrada y Morales, buscando estrategias para ayudar a estos peludos a encontrar un nuevo hogar, recordó una iniciativa de un refugio en Estados Unidos, en donde retrataban el antes y después de perros adoptados.
Así fue como propuso lanzar una campaña de adopción impulsada por los retratos de los animales. Aunque la idea sonaba prometedora, había un problema: ¿quién se encargaría de fotografiar a los 180 perros? Fue entonces cuando ó a Carlos Andrés Cruz, fotógrafo de La Fotoperrería, quien le ofreció una solución: enseñarle a tomar las fotos para que ella misma pudiera hacerlo.
Para Morales, iniciar en la fotografía representaba todo un reto. “Yo soy de 1972. A duras penas sé prender un celular”, recuerda haber pensado en ese momento. Pero en vez de detenerse, decidió lanzarse a aprender. Comenzó a tomar clases y a perfeccionar su técnica poco a poco. “Empecé a tomar fotos, pero también me entró el síndrome del impostor, por haber empezado tan tarde”, cuenta. Tomó muchos cursos, la mayoría junto a jóvenes que le llevaban décadas de ventaja. “Yo era la mamá del grupo”, bromea. Sin embargo, gracias a su determinación logró retratar a los perros de AnimalLove y, en el camino, encontró su nueva vocación.
Su llegada a las galerías del mundo
Las primeras fotografías de María Camila Morales fueron en estudio, perfeccionando su técnica. Su primera modelo fue su perrita Perla, quien la acompañó pacientemente en su proceso, pero todo cambió con la llegada de la pandemia. En pleno confinamiento, cuando las salidas estaban restringidas y solo se podía salir con los perros, Morales comenzó a observar con otros ojos las calles casi vacías. Fue allí donde descubrió la fuerza de la fotografía callejera: en esos paseos diarios con su perrita captó la cercanía entre humanos y animales.
Desde entonces, la calle se convirtió en su escenario y los perros en sus protagonistas. “Siempre estoy buscando esos momentos únicos, esos momentos especiales en los que las personas tienen esa complicidad única con su perro”, explica.
Su primera gran exposición llegó en 2022, en Bogotá, bajo el nombre de Mi otro yo canino. Allí presentó una serie de retratos que exploraban las relaciones interespecies, mostrando a “los perros como modelos para hacernos a nosotros mejores seres sintientes”. En 2024, su trabajo cruzó el Atlántico con Compañeros de vida, una muestra presentada en París que profundiza en las formas de coexistencia urbana entre humanos y canes, en contextos tan diversos como América Latina y Europa.
Para este año, 2025, su visión llegó a la prestigiosa Galería Polka, también en París, con la exposición Te quiero como un perro, una serie que llena de orgullo a Morales al compartir espacio con dos de sus grandes referentes en la labor fotográfica, Elliot Erwitt y el japonés Daido Moriyama.
Su próxima parada será Nueva York, donde presentará la exposición Corazones rotos, almas rotas, del 27 de junio al 25 de agosto de 2025 en W83 Gallery. La muestra retrata encuentros entre perros y personas en situación de calle, y explora los vínculos que surgen en medio de la migración, el desplazamiento o la pérdida del hogar.
Un enfoque social
La fotografía de Morales nació como una herramienta para visibilizar una causa social, y ese propósito sigue siendo el hilo conductor de su trabajo. A lo largo de los años, ha colaborado con iniciativas como Proyecto Tawala, Arca Luminosa y Pitbulls de Corazón. Una de las imágenes que más orgullo le genera fue realizada para la marca Vagabundo Wines, un emprendimiento que dona parte de sus ganancias para la esterilización y recuperación de perros sin hogar.
En su fotografía, Morales también busca reflejar la resiliencia y la belleza de los animales sin hogar. Un ejemplo de esto es su serie Criollos, una de las más significativas para ella. “Es una serie que quiero muchísimo porque transmite una pureza increíble. Los criollos son luchadores y, para mí, son los mejores modelos”, afirma.
Con estas imágenes, Morales no busca la pose perfecta, simplemente busca transmitir y poner en primer plano a aquellos animales que rara vez son vistos. “Mis fotografías siempre tienen un ángulo, por lo general siempre estoy al mismo nivel, o sea mis rodillas tienen callos básicamente. Estoy a la búsqueda de esos ojos, porque la pureza de los ojos del perro criollo y de la calle no tiene igual”, explica.
Desde que entró en el mundo de la fotografía, María Camila Morales sale todos los días a las calles, en cualquier ciudad en la que se encuentre, con su cámara en mano. En sus recorridos, se cruza, casi por casualidad, con esos “habitantes de cuatro patas” que corren, juegan o simplemente habitan un mundo que, poco a poco, empieza a adaptarse también a ellos.
“La rutina de tomar las fotos es impredecible. Te cuentan toda la vida del perro, cosa que no harían con los hijos. ¿Cuáles son las alergias? ¿Dónde lo consiguieron? ¿Cuándo nació?”, dice entre risas. Y es que en cada paseo, en cada encuentro fortuito, hay espacio para la conexión, para la escucha, para descubrir que detrás de cada perro también hay una historia esperando ser contada.
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