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El acoso sexual, en sus distintas formas, suele ocultarse bajo prácticas muy normalizadas dentro de una sociedad machista: miradas insistentes, comentarios de doble sentido o “bromas inofensivas” que, a veces son difíciles de reconocer como parte de un tipo de violencia más grande. Con un tono “inofensivo”, “gracioso” o hasta “halagador”, quienes acosan buscan generar sensaciones de incomodidad y confusión en la víctima, lo que contribuye a que estos casos no sean denunciados oficialmente y, que cuando sí se denuncian, sean minimizados por las instituciones que lo investigan. En medio de la ambigüedad artificial que rodea el acoso, tanto para quienes lo sufren como para quienes lo ejercen, puede ser difícil identificar los escenarios en los que se violan los límites del consentimiento.
¿Qué es el acosómetro?
El acosómetro es una herramienta pedagógica que nació con el propósito de visibilizar y prevenir estas conductas naturalizadas que pueden escalar desproporcionadamente a formas de violencia de género más reconocidas socialmente: el manoseo, la amenaza directa o la persecución. Este recurso didáctico, inspirado en el violentómetro —concebido para medir el escalamiento de la violencia feminicida— fue desarrollado por el Instituto Politécnico Nacional (IPN) de México, para apoyar a la detección de expresiones de acoso sexual y violencia de género y generar estrategias de prevención en entornos estudiantiles y laborales.
Nidia Cristina Betancur, psicóloga del Centro de Justicia para las Mujeres de Colectiva Justicia Mujer, en entrevista con El Espectador, explica que su valor radica en “poner la mirada sobre ciertas prácticas cotidianas que, en general, no se leen como violencia e incluso hacen parte de la cultura [machista]”.
El acosómetro ha sido adaptado por diferentes organizaciones para identificar y penalizar el acoso sexual según su gravedad. Por lo general, en los niveles más bajos, se ubican aquellas prácticas difíciles de identificar como los comentarios de doble sentido o las bromas con connotación sexual, mientras que en los niveles más altos, señalados de color rojo, se encuentran formas más explícitas de acoso como el hostigamiento o las amenazas.
La versión diseñada por Colectiva Justicia Mujer lo divide en tres categorías principales: no verbal, verbal y físico, y asocia a cada una con una emoción guía (molestia, intimidación o miedo) que facilita su identificación. En el primer nivel se relaciona el acoso no verbal con emociones de asco e intimidación al invadir el espacio corporal sin o (miradas lascivas, gestos obscenos, exhibición de partes íntimas); en el segundo nivel se relaciona el acoso verbal con la molestia y la necesidad de distanciarse del victimario (comentarios, chistes, sonidos no consentidos que sexualizan o ridiculizan); y en el último nivel, el acoso físico se relaciona con el miedo y la agresividad al traspasar los límites del consentimiento, el espacio personal y, en muchos casos, la seguridad (tocamientos, roces, persecución, encerrones y halones).
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“Si sientes asco, miedo o intimidación, es tu primera bandera roja”, advierte Betancur, subrayando que estas sensaciones son señales de acoso que deben ser validadas y consideradas como alerta de un riesgo mayor. Otro indicador de que alguien puede estar siendo víctima de estas prácticas es un cambio repentino de conducta: evitar compartir espacios o mucho tiempo con una persona en específico, limitar las interacciones o expresar intimidación, rechazo, molestia o rabia.
Betancur insiste en que el acosómetro es una herramienta que ayuda a “reconocer estas prácticas para tomar conciencia de ellas y fortalecer la capacidad de reacción y toma de decisiones frente a quienes pueden llegar a sufrir el acoso”. Además argumenta que estas formas naturalizadas de acoso hacen parte de lo que se conoce como la “cultura de la violación”, en la que el hostigamiento, el doble sentido y los “piropos” son itidos y casi celebrados socialmente. “Esta normalización da una percepción de tolerancia sobre el acoso que lo minimiza e incluso culpabiliza a la víctima por sentirse incómoda o atacada” expone.
Otro factor para tener en cuenta es que, con frecuencia, las instituciones (empresas, universidades, escuelas, o el Estado) suelen desestimar, pasar por alto y minimizar las denuncias argumentando que la agresión “sutil” podría ser objeto de interpretación y que ante una falta de pruebas —de un comentario al aire por ejemplo— no se puede hacer un seguimiento adecuado. La experta controvierte esta idea: “lo que siente la víctima es muy importante… estas violencias no se pueden denominar como sutiles, porque causan efectos como cualquier otra violencia”.
¿Cómo se castiga el acoso en Colombia?
En Colombia, el acoso sexual es reconocido como una forma de violencia sancionada por la ley. La Ley 1257 de 2008 sentó un precedente al tipificarlo como delito, y la Ley 2365 de 2024 fortaleció este marco al establecer medidas claras de prevención, protección y atención en los ámbitos laboral y educativo. Esta normativa lo define como una conducta que debe ser prevenida, denunciada y sancionada por el Estado.
“Es muy importante que, en toda entidad pública o privada, en instituciones de educación superior, y en empresas, los protocolos disciplinarios tengan enfoque de género, porque este proporciona una herramienta de análisis integral para entender los orígenes de la violencia y permite comprender su carácter estructural contra las mujeres”, señala Betancur.
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Asimismo, la experta argumenta que es fundamental que, en procesos de investigación de delitos sexuales, se flexibilice la carga probatoria, con el fin de darle validez a la voz y experiencia de la víctima en los casos en los que es difícil tener pruebas, y optar por otras formas de verificación de las declaraciones como corroboraciones periféricas y testimonios de personas especializadas: “El testimonio de la víctima es fundamental… pero también lo son las valoraciones psicológicas, forenses y las historias clínicas”.
Por otro lado, es común que el acoso sexual se confunda con otras formas de acoso como el bullying, pero se hace necesario aclarar que aunque pueden compartir ciertas acciones y efectos, su intencionalidad y origen son muy diferentes. Mientras que en el bullying el objetivo es molestar, intimidar y hacer sentir mal a la persona perjudicada, en el acoso sexual, según Betancur, existe una “intencionalidad libidinosa”, muy centrada en la sexualidad y en generar insistentemente un acercamiento sexoafectivo con la víctima.
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Por Valentina Guerrero Rojas
