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Infancias trans: cuando sus familias les dan la posibilidad de soñar, crecer y ser

La historia de la familia de Antonia muestra los retos que enfrentan las infancias trans para afirmar su identidad, desde la dificultad de comprender quiénes son en un mundo que no les da espacio, hasta las complejidades de la atención médica y los derechos jurídicos en Colombia.

Lunes 31 de marzo de 2025

Era una noche cualquiera, como tantas otras en la casa de Milena. Ella, que vivía con la serenidad de la rutina, tenía a su cargo esa noche a sus dos nietos, con quienes compartía un momento íntimo antes de dormir. La tradición, que ella misma había inculcado, dictaba que cada noche, antes de descansar, se rezara juntos.

— Ángel de la Guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día… — Rezaban los tres a la orilla de la cama.

— Amén.

— Pídanle un deseo al angelito. — Les indicó la abuela a sus dos nietos.

— Deseo que mañana cuando me despierte toda mi ropa se convierta en vestidos y ropa de niña. — Respondió con alegría e inocencia uno de sus nietos.

No era la primera vez que su nieto mostraba gustos por las cosas tradicionalmente asociadas con el género femenino, “cosas de niña”, pero sí fue la primera vez que lo dijo en voz alta frente a su abuela. Para él y su familia, esto marcaría un antes y un después, pues sería allí que sus padres se darían cuenta de que quien en ese momento consideraban su hijo, en realidad era su hija. Para Tiana y Tomás, sería el inicio de una nueva comprensión sobre su hija. Aunque no lo sabían aún, aquel “deseo” pronunciado en voz alta sería la semilla que crecería y abriría un proceso de autodescubrimiento y, sobre todo, de amor incondicional.

En entrevista con El Espectador, Tiana comenta el recuerdo de los primeros años de vida de su hija. Desde los tres años, Antonia mostraba interés en lo que para sus padres, en un principio, parecía ser una preferencia pasajera. “Ella disfrutaba de los cuentos de hadas, las princesas con largas melenas y los vestidos pomposos. A diferencia de su hermano, quien le lleva un año de diferencia, y disfrutaba de los carros de juguete, los ninjas y los superhéroes”, cuenta. Por su parte, Tomás recuerda que él empezó a buscar información y descubrió que en la historia de la humanidad podría haber una explicación, “en otras épocas y culturas han existido hombres que usaban faldas, maquillaje y tacones, para ese momento se trataba sólo sus gustos”, relata.

Desde pequeña, Antonia siempre mostró sus preferencias sin importar lo que se esperaba de ella. Sus padres, Tomás y Tiana, le dieron libertad para explorar todo tipo de juegos, incluso aquellos considerados “masculinos”. Pero, por más que intentaron, sus elecciones no cambiaban. "Si jugaba con su hermano a los Power Rangers, a los ninjas o a cualquier otro juego, siempre elegía los personajes femeninos", cuentan. Para Navidad, sus peticiones eran siempre las mismas: muñecas de Disney, disfraces de princesas o unicornios. Incluso llegó a pedir usar esos disfraces todos los días, y sus padres, respetando su deseo, le dieron permiso de hacerlo dentro de casa. "Al llegar del colegio, lo primero que hacía era ponerse su disfraz, y parecía que esperaba todo el día para eso, se veía muy feliz", agregan.

Aunque respetaban sus elecciones e intentaban guiarla, Tomás y Tiana no podían evitar sentirse preocupados. "Nosotros no lo demostrábamos frente a ella, pero sentíamos angustia. Esperábamos que eso cambiara en algún momento y que le empezaran a interesar cosas de niños", recuerdan. La familia, profundamente tradicional y creyente de la religión católica, no entendía por qué Antonia tenía esos gustos. "Puedo con un hijo gay, pero no con un hijo travesti", pensaba Tiana, dejando entrever la lucha interna que vivía en esos primeros años. No obstante, esos pensamientos se desvanecían en esas situaciones en las que veían a su hija feliz, disfrutando de cosas simples, como cuando fingía que tenía el cabello largo con una trenza de lana hecha por ella misma.

Como sucede con tantos padres, al principio pensaron que se trataba de una simple fase en el desarrollo de la infancia de Antonia, una etapa de exploración de los géneros en un mundo cargado de estereotipos. Sin embargo, el tiempo les iría enseñando que este no era un simple juego de niños, ni una fase que pasaría. Era la expresión de una identidad que ya estaba pidiendo a gritos ser reconocida. Y no fue sino hasta esa noche en la que Antonia habló en voz alta, que Tiana y Tomás comprendieron que a quien tenían en sus brazos no era solo una persona “que se interesaba por cosas de niñas” en un sentido superficial, sino una niña cuya identidad pedía ser vista.

Esta es una realidad que enfrentan miles de familias cuando se encuentran con una infancia que desafía las normas tradicionales de género. El día a día de estos hogares está marcado por las elecciones y preferencias de sus hijos e hijas, quienes, desde su inocencia, exploran su identidad de género a través de los juegos, los sueños y las metas que surgen desde su más temprana edad. En El Espectador, conversamos con varios niños y niñas, de entre tres y 16 años, que desde pequeños han mostrado esa curiosidad natural por descubrir quiénes son. A pesar de la diversidad de sus experiencias, sus deseos y proyectos siguen siendo los mismos que los de cualquier otro niño o niña. A medida que crecen, se enfrentan a un mundo que aún tiene mucho por aprender sobre sus identidades, pero ellos continúan luchando por construir su camino, tal como lo desean.

Todas las personas tuvieron una infancia, incluso las personas trans

Cuando un niño o niña expresa su identidad, no lo hace con discursos elaborados ni con términos complejos. Lo hace con gestos, actitudes, juegos, dibujos, preguntas; pequeños actos de resistencia que, desde su misma inocencia, reflejan esa inconformidad hacia la personita que la sociedad les dijo que debían ser desde el día que nacieron. Por eso, cuando una infancia diversa decide hablar y compartir quién es en realidad, no es un momento cualquiera, es una revelación cargada de valentía y vulnerabilidad.

Un mundo en el que todas las personas podamos vivir felices

Para este reportaje, le pedimos a nueve personas con experiencia de vida trans de diferentes edades que dibujaran cómo entienden su identidad y el mundo que sueñan para ellas. A través de sus trazos, plasmaron su identidad y su visión del mundo. Cada uno de esos dibujos es un reflejo personal, un testimonio visual de cómo se ven y de su derecho a existir plenamente.

Así fue como Tiana comenzó su búsqueda. Se sumergió en toda clase de literatura, desde estudios científicos hasta libros espirituales, con la esperanza de encontrar algo que pudiera ayudar a aclarar el camino. En su recorrido, se encontró con muchos mitos y realidades sobre las infancias trans. Pero con el tiempo, fue capaz de encontrar respuestas claras, respaldadas por la ciencia, que le dieron la seguridad que tanto necesitaba.

Sus padres recuerdan todos esos días, cuando cada mañana llegaban con más preguntas y miedos que se acumulaban, como si una carga pesada fuera aumentando con el tiempo. La incertidumbre se hacía más grande, y pronto se dieron cuenta de que las decisiones que tomaran para su hija podrían cambiar su futuro, su felicidad y sus oportunidades. Con cada paso, sentían que estaban decidiendo por ella sin saber si estaban eligiendo lo correcto. ¿Estaban tomando las decisiones adecuadas? ¿Estaba bien lo que estaba sucediendo? ¿Qué tan normal era todo esto? ¿Será que es una etapa? ¿A quién puedo recurrir para obtener respuestas? Estas eran algunas de las preguntas que les rondaban la mente, pues siempre escuchó que no era “normal” o “natural”.

Entre esas luces de esperanza hubo un estudio de la Universidad de San Francisco que mostraba cómo las infancias con identidades de género diversas que tienen el apoyo de sus familias y entornos logran vivir vidas plenas. Bajo estas redes de apoyo, estas personas son un 93% menos propensas a tener afectaciones de salud mental a diferencia de las personas cuyas familias les rechazaron o prohibieron expresar su identidad de género.

Incluso, en Colombia, se creó la Red Colombiana de Profesionales por la Salud Trans, una iniciativa que ha reunido a médicos de diversas especialidades que brindan atención a la población trans, como psiquiatras, endocrinólogos y pediatras. Este grupo se mantiene en un constante diálogo con profesionales sociales, quienes también juegan un papel crucial al acompañar a las familias y las infancias trans en su proceso, esta fue una de las primeras respuestas que encontró Tiana.

Después de ese acercamiento, el camino estaba claro: lo único que debía importar era la felicidad de su pequeña. Lo que seguía no iba a ser fácil, pero el primer paso era hacer el “duelo de perder un hijo” junto con Tomás y abrazar con todo el amor y la resiliencia del mundo a Antonia para que ella pudiera vivir libre y sin miedo.

Sabían que este recorrido no podían hacerlo solos y el poder conectar con otras familias con infancias trans les ha permitido seguir adelante. Es construir vínculos en un espacio seguro de apoyo y acompañamiento; entender que efectivamente no son la única mamá y papá pasando por la transición de género de su hija o hijo; es poder compartir sus experiencias; y saber que aunque el mundo externo se empeña en construir barreras, hicieron lo correcto al decidir amar y apoyar incondicionalmente.

Las redes de apoyo que sostienen a las infancias trans

El Espectador tuvo la oportunidad de conocer y dialogar con nueve familias con experiencia de vida trans que hacen parte de la organización Familias y Amigos Unidos por la Diversidad Sexual (FAUDS). Estas mamás y papás, cuyos hijos e hijas tienen entre los tres y 35 años, nos compartieron sus historias de vida, las intimidades de su hogar y nos contaron lo que significa para cada una de ellas la infancia, la adolescencia y la adultez trans. Este relato es una recopilación de este encuentro, sus miedos, nostalgia e ilusiones, y lo importante que ha sido para estos pequeños poder ver que existen personas “grandes” orgullosamente trans.

Fue en esta red para familias, que Tiana y Tomás hallaron un respiro a todas esas preguntas y miedos que les agobiaban. Pero también, un lugar en el que, en colectivo, lograron crear un espacio seguro para enfrentar el rechazo que empezaron a recibir al tomar la decisión de apoyar a su hija. Detrás del amor y el apoyo incondicional que estas familias han decidido brindar a sus hijos e hijas, hay una carga de prejuicios y ataques. A menudo, enfrentan cuestionamientos crueles que buscan deslegitimar su labor como cuidadores al asegurar que son quienes están “forzando” a las infancias a ser trans. Señalan, principalmente a las mamás, como “malas madres”, irresponsables, manipuladoras o incluso como personas con agendas ideológicas ocultas.

Frente a todos estos señalamientos: “El amor es la respuesta”, es lo que responde Milena, la abuela de Antonia, esa primera persona externa a su núcleo familiar a la que Antonia le confió quién realmente era.

Hoy, después de enfrentar y encontrar respuestas a todas esas preguntas, Tiana y Tomás, al igual que las demás familias de infancias trans que participaron en este reportaje, no tienen dudas sobre el camino que han elegido. “Si volviera a nacer y una vez más me dijera que es trans, haría exactamente lo mismo”, dicen. “Ver a mi hijo feliz, libre, creciendo en un hogar donde se siente respetado, no tiene precio. Nada ni nadie nos va a hacer dudar de eso”. El amor de estas familias es más fuerte que cualquier prejuicio. Su lucha no solo es por sus hijos e hijas, sino por una sociedad que, algún día, entienda que la diversidad no es un peligro, sino una realidad que merece ser celebrada.

Por otro lado, estas familias enfatizan que la educación y la información son claves para erradicar prejuicios y garantizar que cada niño, niña y adolescente pueda vivir con plenitud su identidad. De acuerdo con los expertos consultados, las personas con experiencia de vida trans no deberían esperar a ser adultas para ser reconocidas plenamente. Tienen el derecho a ser quienes son desde el instante en el que entienden su identidad de género, y el Estado y la sociedad está en la obligación de garantizar que puedan crecer libremente.

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Ocho años después de esos primeros momentos en los que Antonia empezó reafirmar su identidad de género con sus padres, ese mismo en el que la única preocupación de ella era ponerse vestidos de princesas y una trenza hecha con lana sobre su cabello corto, su único deseo es vivir una vida tranquila. Ella sabe que tiene preocupaciones diferentes a las de sus amigas, pero anhela un mundo en el que pueda vivir sin la necesidad de dar explicaciones sobre su identidad y que esa etiqueta “trans” no sea lo único que la defina.

Y es así como sus padres la ven, como una niña. “Es analítica, observadora y, sobre todas las cosas, muy empática”, afirman. Hoy, a Antonia la define su gusto por los videojuegos, las matemáticas y la estética. Si bien es consciente de que sus papás y familia han construido un espacio seguro para que ella pueda vivir sin miedo, también entiende que en el mundo exterior hay otros riesgos, y es a través de esa empatía, con la que la definen, que le gustaría ser un ejemplo. Sueña con ser una líder cuando sea mayor y, quizás, una arquitecta o profesora.

“Yo entendí que no puedo cambiar el mundo, pero sí puedo cambiar la experiencia de Antonia en ese mundo”, concluye Tiana, haciendo referencia a que las infancia trans no deberían ser sinónimo de lucha constante ni de resistencia ante un mundo hostil. Debería ser, como la de cualquier otro niño, una etapa de descubrimiento, de amor incondicional y de apoyo inquebrantable. Al final del día, todos los niños y niñas merecen lo mismo: vivir sin miedo.

*Todos los nombres de las familias que se mencionaron en este especial multimedia fueron modificados para proteger la identidad de los y las menores de edad.

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Dirección del especial e investigación:
Mariana Escobar Bernoske y Alejandra Ortiz

Realización audiovisual:
Catalina Mesa, Valentina Santiago y Alejandra Ortiz

Diseño:
Eder Leandro Rodríguez

El Espectador
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