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“Azulverde” o los colores de un recorrido por la Amazonía

De la mano de Jaravela Editores, el antropólogo y escritor Marco Tobón irrumpe en la escena literaria con Azulverde, un conjunto de relatos en los que combina realidad y ficción para acercarnos a la selva amazónica, sus anécdotas y sus habitantes.

Alejandro Sánchez- @lapalabraandante
27 de abril de 2025 - 03:18 p. m.
Portada del libro "Azulverde".
Portada del libro "Azulverde".
Foto: Archivo particular
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El libro, como puerta de entrada, tiene por título esa particular unión de colores que se esboza en el horizonte cuando el cielo y la tierra parecen tocarse. A continuación, una reseña sobre los tránsitos por la Amazonía y algunas de las tonalidades que pueden percibirse durante cada trayecto.

El primer libro de la colección Nébula es un compendio de diez relatos del escritor chinchinense Marco Tobón. La obra es una cartografía, un atlas de este y otros tiempos, que nos acerca a esos lugares que, ocultos entre las nubes, las ramas y raíces tupidas, se erigen, se construyen y, creamos o no, existen entre el cielo y la tierra. En otras palabras, una aproximación que, según el registro elegido por el autor, es rigurosa —por su conocimiento de la zona y sus habitantes— y juguetona —por las libertades creativas que le permite lo literario—.

Tobón pinta sus historias con una paleta en la que los colores predominantes son el azul y el verde, y sus trazos nos invitan a viajar en un avión que lleva a un médico tradicional del pueblo bora, a recorrer rincones olvidados de este país como La Chorrera o el área rural de Calamar en el Guaviare, a navegar sobre las aguas del río Yarí o a transitar las calles ahuecadas de Leticia, la capital amazónica.

En cada destino encontramos un abordaje singular, es decir, un estilo propio. En algunas narraciones el autor nos recuerda, con un tono político, que somos “un país distraído en maltratarse” y logra que nuestra mirada vuelva a esa cicatriz que, cubierta por la maleza, apenas asoma sobre la tierra, pero sabemos que arde porque no hemos sabido tratarla. En otros relatos el humor es tan crudo como necesario: Tobón introduce la expresión “neurosis latifundista” para recoger los llamados efectos clínicos de la “justicia restaurativa” a la que tanto se le teme en Colombia. Esa mirada crítica —y, a la par, traviesa— da cuenta de tan solo dos de los recursos que posee el escritor para lograr ampliar la resonancia de sus palabras a lo largo de su obra.

Los demás parajes del conjunto, que son siempre postales que miran hacia el horizonte, nos remiten a la importancia de lo ritual (en especial el cuento “El rapé de Napoleón”), a reivindicar, tras una lectura errónea, las bondades de la hoja de coca (como se cuenta en “Popeye el marino era mambeador”) o del tabaco (narradas en “Óscar Román y la voz del tabaco”), y a pensar en los efectos negativos que tiene sobre la tierra la aspersión aérea de glifosato (expuesto de forma ingeniosa en “Maleza redentora”).

Alejado de las narraciones que privilegian el exotismo y refuerzan el imaginario de las comunidades indígenas como grupos de “buenos salvajes”, encontramos a un escritor que, con sumo respeto por las cosmovisiones indígenas y por el territorio del que habla, logra que la palabra sea un vehículo para reconocer la importancia de las tradiciones en la región amazónica y pone en tensión los actos que desconocen las costumbres y dinámicas en ella. Por ello, nos regala una visión cercana sobre escenarios en los que unos individuos, con sus formas de ser y estar en el mundo, encuentran en la conexión y comunión con la naturaleza el sentido de construir una vida en estrecha relación con la tierra.

Quizá Tobón escribió este libro para confrontar las visiones de los saberes indígenas con las del “saber racional”, para realizar homenajes a sabedoras como Anastasia Candré o al “biófilo” Adalberto Jaramillo Soto, para hablar de los sueños que se vuelven pesadillas cuando las decisiones políticas afectan un territorio del cual desconocen sus dinámicas, para mostrarnos que los colores tienen tonalidades y es preciso detener la mirada en los matices. Por ello, los textos logran ser documentos sensibles y detallados sobre una región tan inmensa como el desconocimiento o desinterés general que se tiene de ella en y desde otros lugares de enunciación.

O quizá, que no es poco, porque sabe que “las palabras disputan nuestra visión del mundo” y entiende, como varios escritores contemporáneos, que solo lo verde sobrevivirá. Pero quizá Azulverde, más allá de las posibles intenciones del autor, sea una invitación triple: primero, a intentar comprender las palabras con las que los otros nombran el mundo. Segundo, a soltar el miedo a lo desconocido y dejarse envolver por la contemplación del horizonte o el tejido que las raíces forman sobre el suelo y, tercero, a recordar que la literatura tiene la posibilidad de trasladarnos a otros lugares sin movernos, de ser energía vital como la coca o el tabaco.

Por Alejandro Sánchez- @lapalabraandante

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