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Nacido en el seno de una familia de diez como el séptimo hijo de Policarpo María Flórez, quien, en 1871, fue presidente del Estado Soberano de Boyacá, y Dolores Roa de Flórez. Desde muy joven empezó a escribir poesía: sus primeros versos los realizó a sus siete años.
Luego de que su padre fuera elegido como representante a la Cámara por Boyacá, la familia Flórez se mudó a Bogotá, y el poeta empezó sus estudios de literatura en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Su tiempo en la institución se vio interrumpido por las guerras civiles y afectó su estabilidad socioeconómica.
A pesar de que no retomó los estudios, empezó a acercarse a círculos literarios, donde entabló una amistad con el también poeta Candelario Obeso, quien se suicidó en 1884 y marcó la primera declamación en público de Julio Flórez durante el sepelio de su amigo.
Dos años después, sus poemas aparecieron en la antología “La lira nueva” de José María Rivas Groot, lo que potenció su carrera como escritor. Abandonó el hogar familiar y se dedicó de lleno al arte, rechazando —por convicciones políticas— puestos en la Biblioteca Nacional o un consulado en el exterior.
Fue cercano a José Asunción Silva, quien le sugirió el título para su primer poemario “Horas”, en 1883. Luego de la muerte de Silva, Julio Flórez declamó una elegía en su homenaje, que le valió una amonestación por parte del obispo de Bogotá al considerar su poema como algo “blasfemo”.
En el año 1900, Flórez fundó “La gruta simbólica”, una tertulia literaria que duró apenas tres años. Sus ideas en este grupo le hicieron ganar acusaciones como “sacrílego” y “blasfemo”, lo que ocasionó su salida del país luego de la llegada al poder de Rafael Reyes.
Durante su tiempo en el exterior, publicó los libros “Cardos y Lirios” (1905), “Manojo de zarzas” (1906), “Cesta de lotos” (1906), “Fronda lírica” (1908) y “Gotas de ajenjo” (1909).
Regresó a Colombia en 1909 y se retiró a Usiacurí, Atlántico, teniendo apariciones esporádicas en recitales en Bogotá y Barranquilla. En 1917 presentó su poemario “De pie los muertos”, que reunió sus versos acerca de la Primera Guerra Mundial.
Un año antes de su muerte, en 1922, publicó una segunda edición de “Fronda lírica” y padeció una enfermedad que le deformó el rostro, sin que los médicos de la época pudieran diagnosticarlo adecuadamente.
Presionado por la Iglesia, tres meses antes de su muerte, en noviembre de 1922, Julio Flórez se confesó, comulgó, se casó y bautizó a sus hijos. Luego de este gesto, el gobierno de Pedro Nel Ospina le otorgó el título de “poeta nacional”.
A continuación, algunos poemas de Julio Flórez:
Flores negras
Oye: bajo las ruinas de mis pasiones,
y en el fondo de esta alma que ya no alegras,
entre polvos de ensueños y de ilusiones
yacen entumecidas mis flores negras.
Ellas son el recuerdo de aquellas horas
en que presa en mis brazos te adormecías,
mientras yo suspiraba por las auroras
de tus ojos, auroras que no eran mías.
Ellas son mis dolores, capullos hechos;
los intensos dolores que en mis entrañas
sepultan sus raíces, cual los helechos
en las húmedas grietas de las montañas.
Ellas son tus desdenes y tus reproches
ocultos en esta alma que ya no alegras;
son, por eso, tan negras como las noches
de los gélidos polos, mis flores negras.
Guarda, pues, este triste, débil manojo,
que te ofrezco de aquellas flores sombrías;
guárdalo, nada temas, es un despojo
del jardín de mis hondas melancolías.
Gotas de ajenjo
Tú no sabes amar: ¿acaso intentas
darme calor con tu mirada triste?
El amor nada vale sin tormentas,
sin tempestades el amor no existe.
Y sin embargo ¿dices que me amas?
No, no es amor lo que hacía mí te mueve;
el Amor es un sol hecho de llama,
y en los soles jamás cuaja la nieve.
¡El amor es volcán, es rayo, es lumbre,
y debe ser devorador, intenso,
debe ser huracán, debe ser cumbre…
debe alzarse hasta Dios como el incienso!
Pero tú piensas que el amor es frío;
que ha de asomar en ojos siempre yertos,
con tu anémico amor… anda, bien mío,
anda al osario a enamorar los muertos.
Por qué se mató Silva
En lo más abrupto y alto
de un gran peñón de basalto,
detuvo un águila el vuelo:
miró hacia arriba, hacia arriba,
y se quedó pensativa
al ver que el azul del cielo
siempre alejándose iba.
Escrutó la enorme altura
y, con intensa amargura,
sintió cansancio en las alas.
(En la glacial lejanía
el sol moría, moría
entre sus sangrientas galas
bajo la pompa del día).
Y del peñón por un tajo,
miró hacia abajo, hacia abajo,
con desconsuelo profundo;
el ojo vivo y redondo
clavó luego en lo más hondo…
y asco sintió del mundo
¡vio tanto cieno en el fondo!
Si huía el azul del cielo,
si hervía el fango en el suelo,
¿cómo aplacar su tristeza?
Ah, fue tanta su aflicción
que, en su desesperación
se destrozó la cabeza
contra el siniestro peñón.
