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Charlé esta semana con María Belén Sáez de Ibarra, abogada barranquillera con alma de filósofa, que descubrió el camino del arte como profesión mientras hacía una maestría en Asuntos Internacionales en Londres y terminó estudiando también Políticas Artísticas. Fue en 1995, a raíz de visitar en la capital británica la exposición “La Casa Viuda VI”, que la artista colombiana Doris Salcedo presentó en la galería White Cube. La conmovió la forma en que objetos de hogares de las víctimas de la violencia fueron convertidos en símbolos de memoria. Se especializó, trabajó como curadora independiente y fue asesora del Ministerio de Cultura. Desde 2007 es la directora de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional. La conozco hace más de diez años y, para mí, es quien más sabe de museografía en Colombia.
Hoy es el Día Internacional de los Museos. Los registros que encontré indican que hay 743 museos en el país, 554 de ellos registrados en el Sistema de Información de Museos Colombianos. ¿Cuáles son tus cifras?
Creo que esas son las cifras del Ministerio de Cultura. Entre esos hay algunos museos públicos, otros que son de intención comunitaria, otros que se han creado, como los Centros de Memoria Histórica, por leyes de la República, en procesos de paz o en representación de agrupaciones de víctimas. Es un sistema variopinto, pero hay muchísimos que están cerrados, incluso a la vista de todos.
¿Recuérdame cuáles?
Tú sabes. Por ejemplo, el Museo del Centro Nacional de Memoria Histórica, creado por los Acuerdos de Paz que debieron haberse implementado ya hace mucho tiempo. Es un monumento al vacío de la necesidad de incorporar una reparación simbólica a las víctimas del conflicto armado. Y muchos otros museos que están palideciendo ante la falta de una estrategia clara de cómo hacerlos sostenibles, de pensar no solamente en su infraestructura, sino en cómo habitan el espacio público, cómo circulan sus conceptos, para ver cómo logramos que sí haya una comprensión del mundo social que nos habita hoy en día.
Una de tus responsabilidades es manejar los museos de la Universidad Nacional, incluido el Claustro de San Agustín —donde estamos charlando—, el Museo de Arte y el Auditorio León de Greiff. ¿Cómo haces para que sean sostenibles?
Gracias a que la universidad pública apoya un sistema de cultura a través de museos, como en Estados Unidos, ligado a la noción de campus universitario. Las universidades juegan un rol muy importante en su aporte al pensamiento social generando procesos de formación. También es una visión hacia el espacio público para ponerlo en términos en donde la gente entienda más qué significa un museo, un espacio público social como escenario cultural fundamental.
¿Qué tan comprometidas están las demás universidades con la financiación de museos?
Las universidades públicas fundamentalmente, pero también las privadas, deberían aportar más en ese sentido y comprometerse más, no solamente para crear infraestructura y sistemas de lo público dentro de la práctica cultural, sino también en la formación. Nosotros tenemos una formación muy básica desde el punto de vista en que pensamos lo artístico solo desde lo que produce el artista. Pero hay un enjambre de posibilidades para mejorar en formación entre la curaduría y la crítica social, la istración pública, el manejo de una colección, el entendimiento del pasado y la historia del arte en general. Nos está faltando mucho pensar en estructuras de formación desde la educación básica de los pequeños.
Llevas ya 18 años en este cargo. ¿Qué balance haces de la política frente a los museos? ¿Hemos mejorado o estamos en la peor crisis, como dicen conocedores del sector?
Yo estaría de acuerdo en la crisis. Hablamos de instituciones tan relevantes como el Museo Nacional de Colombia. Nosotros en la Universidad Nacional también vivimos una crisis, no hay que desconocerlo. El propio Museo de Arte en el campus está cerrado hace más de dos años y ya venía en franco deterioro. La última exposición la hicimos con el artista Óscar Murillo, pandémica y luctuosa. La crisis de la infraestructura se agravó durante el estallido social por el impacto de los gases del ESMAD de la Policía, que destruyeron el techo del museo. Entonces, el tema de los museos es complejo.
¿Cuál es el problema de fondo en esa política?
Que no tenemos una norma que realmente regule un modelo. El Ministerio de Cultura podría avanzar en la idea de que no necesitamos burocratizar más la institucionalidad, sino trabajar en una autocrítica. Preguntarnos para qué una estructura madre burocratizada, cuál es la legislación, cuáles las evaluaciones, quién debe ejecutar directamente, quién debe articular proyectos y eventos sin depender de una estructura ejecutiva. Esas son preguntas relevantes, porque lo grave es que nuestra estructura no está dirigida a la práctica de la creación y a los temas de memoria. Hannah Arendt decía que la memoria hay que producirla y en ese proceso uno no se la puede tragar en grueso. Nuestra barbarie no podemos incluirla en nuestra conciencia así. Borges decía que en el presente se rueda el futuro, no en el choque con el pasado. Entonces, para comprender nuestra historia necesitamos la mediación de lo artístico, de la poesía, de la música, de las artes plásticas y visuales.
Tiene que ver con la reflexión que hicieron ustedes en Bogotá con el crítico musical e historiador cultural estadounidense Jeremy Eichler, autor del libro “Time’s Echo”, la semana pasada en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, dentro del ciclo “Argumentos”.
Sí. Fue un evento muy bonito. El Espectador publicó una entrevista con él y dice que la música es muy importante para la memoria, porque hace que la gente en el presente se conecte con el pasado, una forma directa que tiene que ver con su emocionalidad y con su coherencia cognitiva. Casi todo el arte funciona de esa manera. Las colecciones de patrimonio necesitan de ese paso, de una relación que actualice una vivencia emocional, además de una acción de cognición, de comprensión y también de acción.
Redondeando el tema del que estábamos hablando, ¿para sostener este diálogo social desde los museos se necesita más presupuesto y menos funcionarios?
Así es. La burocratización de la cultura, como de todo el aparato estatal, es una tendencia que hemos tenido a través de la historia del desarrollo del Estado. Recordemos a Franz Kafka y El proceso, donde explica ese orden del mundo que es la burocracia, que se fundamenta en lo que no es verdad, en la mentira. El protagonista va desarrollando una empatía con el sistema hasta ser tan dócil que acepta su sentencia sin rechistar.
Pero es tu realidad. Eres curadora e investigadora y a la vez tienes que pensar en cómo conseguir presupuesto para hacer exposiciones.
La universidad nos da un recurso y somos un ejemplo realmente muy escaso en Colombia, porque la participación universitaria en estas responsabilidades es insuficiente y falta avanzar hacia lo que decía el doctor José Félix Patiño, quien pensó esa estructura universitaria incluyendo la cultura, en la que el campus es una forma de vivir. Uno no solamente va a estudiar, uno va a producir conocimiento y a tener una vivencia de la cultura. Por eso nosotros trabajamos en producir los contenidos. Al tú desburocratizar ese segmento del escenario cultural, estás en o vivo con el arte y los artistas. Estar cerca de ese momento de la creación es lo que permite que ese espacio público esté al servicio de una sociedad que puede estar al margen de una ideologización o de una reflexión autónoma. El ideal es que eso lo permita un sistema mixto, en donde también participa el sector privado a través de incentivos tributarios. Aquí lo han llamado una ley de mecenazgo, de la cual se ha hablado y no se ha concretado. No he visto ningún borrador y no es tan difícil hacerla, pero la burocratización lo impide.
La nueva ley de Cultura de la que está hablando el Gobierno debería beneficiar a los museos.
Sería un buen momento para discutir esto. La Ley de Cultura es una especie de sombrilla de política cultural y hay que hacer realidad las normas específicas de los sectores, en nuestro caso de las prácticas artísticas.
El modelo ideal, puede ser el que han logrado en ocho años con Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, que funciona también en el centro de Bogotá como resultado del proceso de paz con la antigua guerrilla de las FARC y que tú has asesorado.
Ese modelo funciona perfectamente y es un escenario artístico con la posibilidad de establecer vínculos con lo comunitario, con la vida social directamente. Yo creo que es un diseño feliz que promueve el arte y la memoria sobre el contramonumento de Doris Salcedo en memoria de las víctimas de la violencia. Sin embargo, istrativamente no está diseñado, porque opera como si fuera una sala del Museo Nacional y no está muy clara cómo esa relación afecta o no la ejecución. El año pasado se crearon 400 nuevos cargos para el Ministerio de las Culturas y fíjate que no se creó ni uno para Fragmentos. No hubo una mala intención, pero veo un modelo en donde lo istrativo se propicia por encima del proceso creativo, por encima del de la comunidad a la memoria y al arte.
Tú también has sido muy estudiosa en las artes audiovisuales. ¿Cómo deben ser los museos del siglo XXI, pensando en la era digital y en las nuevas generaciones?
Es clarísimo que tiene que haber una política de libre, si no permanente, por lo menos frecuente. Tiene que haber eventos, festivales, que congreguen a los jóvenes, que siempre están ávidos de sentir, de soñar, de plantearse hacia el futuro, en torno a la cultura de la creación, sin que la burocracia se convierta en un obstáculo, insisto. Es el mal que padece el sistema.
Eso lo vi hace tres años en este Claustro en la exposición inspirada en los saberes de las culturas originarias de la selva, que hiciste con la artista suiza Ursula Biemann.
Así es. Ese es un ejemplo de cómo en el arte el cortoplacismo no ayuda y eso tiene que ver con la burocratización. No es que te pidan hay que hacer cinco exposiciones y vamos chuleando. No. Es: vamos a pensar un proceso creativo, vamos a acompañar al artista, él es quien nos lleva y aprendemos desde el arte. Para ese trabajo con Ursula incorporamos a la Universidad Tecnológica de Zúrich en el proceso y hubo hasta arquitectos, porque surgió la idea de crear una universidad basada en el conocimiento de lo que se enseña en la selva, como el chamanismo en sus bases conceptuales. Los museos tenemos que ir detrás de los procesos creativos y lo que intencionalmente el ministerio quiera promover debe darse así, lo demás se vuelve al servicio de una causa que no es la del arte.
Que quienes sean nombrados en políticas artísticas sepan lo que van a hacer y les den el tiempo suficiente para mostrar resultados.
Para la producción de conocimiento necesitamos estabilidad. Un ministro de las Culturas de ocho meses no ayuda, lo mismo un director de escenario de seis meses. Miremos el ejemplo del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo: Ramiro Osorio lleva 15 años dirigiéndolo y sus resultados nos demuestran que la creación artística no se hace en los tiempos burocráticos. Entonces, el llamado es a trascender todos los modelos burocráticos istrativos para pensar más en los procesos culturales correctos.
Has sido profesora en universidades como los Andes y la Javeriana. ¿Cómo ves la formación de las nuevas generaciones de artistas y críticos?
Si es que eso se enseña. ¿No? Hay oficios, hay técnicas y hay que volver a ellas. Hay que enseñar estructura de pensamiento, que es el tipo de cosas que hace Fragmentos con su programa “Argumentos”. Creo que nos falta ampliar la base de la formación artística a la curaduría, con un enfoque mucho más claro, porque normalmente los museos están regidos por arquitectos, que también es una forma de arte, por supuesto, pero deberíamos poder tener la posibilidad de que también sean representados por gente experta en políticas del arte. Todo eso acompañaría un modelo nuevo de pensar la estructura del fomento a los museos.
Eso implica una educación social. ¿Cómo formar a los colombianos en la conciencia frente al arte y frente a la memoria?
Cumpliendo con nuestra responsabilidad de conectar a la gente con lo que ofrecemos. Si logramos que la gente se conecte, siempre va a volver y va a crear la necesidad de buscar el aporte que da el museo sobre el conocimiento que tiene que hacer de sí mismo. Lo vimos en la pandemia. ¿Cómo pudimos sobrevivir? Por el gran cine, por la gran música y por la compañía que no da voz de los artistas.
¿Falta pedagogía? El público no aprovecha espacios abiertos como este, o no se entera o no lo tiene en su agenda.
Sí. La presencia de la gente revitaliza lo que hacemos, nos da fuerza, nos motiva a ir más allá de nuestras posibilidades. Un ejemplo es ArtBo fin de semana. Vamos y salimos con un sentimiento de que tenemos que hacer parte de algo grande y comunitario. Eso nos motiva de una manera incalculable, incluso mucho más que el dinero.
El arte también es un sector productivo y si los museos están en crisis, te pregunto por las galerías. ¿Van bien, como ArtBo?
ArtBo es quizás el evento cultural más importante para el sector en los últimos 20 años, porque sacó a Colombia de un aislamiento, lo hizo parte de un flujo y de una profesionalización, incluso de una suerte de ideologización en la práctica artística que la han satanizado en la universidad colombiana y es que el comercio es negativo. No necesariamente. Hay un comercio sano, decente, bien planteado. Todos vivimos de lo que hacemos, ¿no? Y el galerista también es una figura importantísima en el en el esquema del campo del arte, porque acompaña y cuida la práctica del arte. También hay grandes mecenas, que son al final los más grandes coleccionistas. Los incentivos de ArtBo para los artistas han sido notables, además del acercamiento de la ciudadanía al fenómeno del arte plástico y visual. Es necesario una ley de mecenazgo que incluya exenciones tributarias, como ocurre en Francia, que volvió a París un centro global del arte. Allí hay un incentivo directo a una cantidad de museos y eso ha impactado la economía a través del turismo, llegando a ser el destino más visitado del mundo. ¿A qué van los turistas? Van a ver museos y eso es algo que no hemos hablado, que son la base sustancial de cualquier proceso de turismo. En México también ocurre algo igual. Sesenta millones de personas visitan los museos en un año solo en Ciudad de México. Hay que caminar hacia allá. Ahorita el problema que tienen los grandes museos es un sueño cumplido y es que El Prado, en Madrid, y el Louvre, en París, tienen tantas visitas que están teniendo que cerrar sus salas para mirar nuevas formas de cómo circula la gente, cómo reorganizan la colección, cómo se amplían.
¿En Colombia hay condiciones para el surgimiento de nuevos artistas con calidad para reemplazar a las generaciones lideradas por Doris Salcedo u Óscar Murillo?
Primero necesitamos fomentar la práctica del arte para tener artistas. Hay que acogerlos en su casa directamente. Pensar en ellos y en la forma como contribuyen a la sociedad. Eso parte de tener un o con la obra que están haciendo, que es como si naciera un bebé y ahí tenemos que estar. Los museos deberían ser salacunas. En la Universidad Nacional podemos decir que en los últimos 12 años hemos producido absolutamente por convicción todos los contenidos, desde la salacuna, que es recibir el artista, dejar que engendre el proceso hasta que madure la obra.

Por Nelson Fredy Padilla
