
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿Qué la motivó a realizar este show de rancheras?
Primero, que estamos en el mes de la mujer y es una época de mucho empoderamiento femenino. Creo que gran parte de eso es la mujer romántica, la dulzura, el poder hablarle a quien amas a través de canciones muy poderosas que han sido escritas para el amor. Creo muchísimo en el amor, y en este punto pienso que el matrimonio tiene muy mala fama. Nadie se quiere casar, nadie se quiere enamorar, todo el mundo le tiene pánico. Me casé hace cinco años y he encontrado una libertad muy especial en el amor. Cuando logras conquistar ese hogar, ese terreno en donde eres feliz, te sientes tranquilo y tienes la posibilidad de crecer, de construir, de trabajar en ti. Ese es el trabajo más duro ahora: trabajar en uno mismo.
¿Qué retos ha encontrado al interpretar este género musical?
Cantar canciones de Rocío Dúrcal, Juan Gabriel o Ana Gabriel es muy osado, porque han sido voces que marcaron la historia de la música universal y generaciones enteras. Pero creo que justamente la dignidad de mi oficio, con más de 25 años cantando jazz, tango, blues y rock, y con formatos como big band, tríos de boleros y mariachis me permite tener la osadía de interpretar este repertorio, porque siento que estoy en un momento espiritual para hacerlo.
¿En qué consiste ese momento espiritual?
Es un momento en el que mi conexión con la música tiene un propósito genuino: transmitirla por el simple hecho de que la gente la pueda recibir, experimentar y sentir, más allá de sobrevalorar mi imagen, porque ya no creo en eso. Dejé de perseguir esa fantasía hace mucho tiempo, porque la música nos pertenece a todos. Todos tenemos derecho a cantar, a experimentar canciones que nos hagan bien en el alma y también a salvarle la vida a alguien con un poema o una frase de amor. No tenemos que ser superestrellas para, en una fiesta familiar, darle felicidad a nuestra familia cantándole una canción.
¿Cómo describiría la experiencia de una gira?
Es lo máximo. Sobre todo la primera gira con Sonia Osorio fue una maravilla, porque me permitió entender la disciplina de un artista escénico. Te levantas a una hora específica, comes de cierta manera, tomas clases siempre. Nuestra rutina incluía clase de ballet o de preparación, luego ensayo y después la prensa, porque siempre debes hablar sobre el proyecto que presentas y la cultura de tu país. Mi mayor conexión fue con los músicos.Tenía dos o tres grandes amigos que eran bailarines, pero también muchas enemigas dentro del ballet, porque tenía ciertos privilegios como cantante y era muy joven. Era la rivalidad normal entre jovencitos con sueños. Por eso me refugiaba en los músicos y en mis amigos bailarines. Aprendí a viajar trabajando intensamente en el escenario, con disciplina en horarios, descanso y cuidado personal. Ahí fue donde más me enamoré de este oficio.
¿Qué es lo más complejo de bailar ballet?
El ballet de Sonia Osorio está construido sobre técnica de ballet clásico y danza contemporánea, y al folclor lo mezclaron con estas estéticas. Por más que fuera a bailarme un sanjuanero o un joropo, me tocaba hacer dos horas de barra de ballet. Lo más difícil era la relación con la técnica, su rigurosidad, el lenguaje, la terminología, todas las palabras que empiezan a ser parte de tu léxico y de ese reconocimiento de la técnica. También darme cuenta de cuáles son mis capacidades a partir de lo anatómicamente posible. Entonces uno empieza a reconocer su cuerpo como un instrumento escénico y como una máquina, es como entrenar a un atleta, pero para el escenario. Creo que ahí es donde uno se encuentra con esa realidad.
¿Tiene algún género favorito para cantar?
Tengo una fascinación específica con el jazz, porque me permite cantar todo. Es el género con el que entrenamos los músicos. Por eso, aunque no sea una escena masiva, nunca muere. Siempre está ahí, vigente, debajo de la ciudad, en el “underground” de la escena. Hay bares con escenarios abiertos para sesiones de improvisación de jazz, lugares donde se pueden hacer encuentros de músicos. Somos nosotros, los músicos, quienes no permitimos que muera, porque es nuestro campo de entrenamiento. En el caso del canto, el jazz es un universo exquisito para entrenar la voz y conocerse aún más, para improvisar, para arriesgar. Tengo una fascinación por el jazz y el blues, porque si uno no canta blues, no puedes entrar al jazz.
¿Qué artistas han sido referentes para usted?
Ella Fitzgerald siempre será mi “Biblia del canto”. Tengo una conexión muy fuerte con ella. Erykah Badu es una cantante que hace hip hop con un poco de soul y me gusta muchísimo. Diana Krall, una gran pianista y cantante, también me encanta. Obviamente, pasé por la fiebre de Janis Joplin y Aretha Franklin. Son artistas que me han marcado mucho. Entrando en el mundo del teatro musical, Liza Minnelli ha sido una gran inspiración para mí, porque tiene todo ese jazz de los 40 y 50, con la unión de todas esas estéticas.
¿Qué siente al estar en un escenario?
Siento una conexión total con Dios, con la divinidad. Cuando estoy en el escenario dejo de estar en este planeta y me transporto a un lugar muy especial. Es un espacio de alto riesgo, una jungla en la noche donde nunca sabes cuándo una fiera te va a elegir. Uno debe estar atento, completamente conectado, porque cualquier cosa puede suceder. En una ejecución escénica profesional, donde depende de uno el trabajo de muchas personas —una orquesta, un ensamble, bailarines— la responsabilidad es enorme. Como protagonista, mi manera de dar vida al cuadro escénico es clave para que todo funcione. Por eso, creo que solo es posible con la mano divina. El arte es una especie de sacerdocio escénico. Creo profundamente en esa energía sagrada que me protege, me inspira y, al final, es la que realmente hace el trabajo. Simplemente entreno mi instrumento para que esté listo cuando la magia decida bajar y llegarle a la gente.
