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La histórica presencia árabe en el Magdalena Grande

En el marco de la conmemoración de los 500 años de la fundación hispánica de Santa Marta, también es necesario rememorar la histórica presencia árabe en los territorios del Magdalena Grande. En este texto, un esbozo.

Francisco Flórez*, especial para El Espectador
17 de mayo de 2025 - 04:00 p. m.
Cédula de Extranjería de comienzos del Siglo XX, como se registraban los árabes sirio-libaneses que llegaban a Colombia.
Cédula de Extranjería de comienzos del Siglo XX, como se registraban los árabes sirio-libaneses que llegaban a Colombia.
Foto: Archivo Particular
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En los territorios del Magdalena Grande descritos por Gabriel García Márquez en sus novelas y cuentos, al tiempo que aparecen mujeres de belleza sobrenatural ascendiendo a los cielos mientras doblan sábanas en un jardín, gitanos portadores de novedosos conocimientos o míticos combatientes de cruentas e inacabadas guerras civiles, emergen habilidosos comerciantes árabes dedicados a conjugar los verbos transar/permutar/vender en todos los tiempos posibles.

En Cien años de soledad, por ejemplo, García Márquez narra cómo Macondo se volvió “una ruta de comercio permanente por donde llegaron los primeros árabes de pantuflas y argollas en las orejas, cambiando collares de vidrio por guacamayas”. Es en Macondo donde estos migrantes hallan “un buen recodo para descansar de su milenaria condición de gente trashumante”. A la vez, es en ese lugar ubicado a la orilla de un río lleno de piedras enormes parecidas a huevos prehistóricos que crean “luminosos almacenes de ultramarinos” y le dan vida a la llamada Calle de los Turcos.

Lejos de tratarse de una referencia propia de la ficción literaria del escritor nacido en Aracataca, las alusiones a personajes árabes como protagonistas del mundo comercial caribe se sustentan en la histórica presencia de migrantes de este origen en los actuales territorios de Colombia y Latinoamérica y el Caribe en general. Si se tiene en cuenta la llegada de moriscos a los territorios hispanoamericanos durante el mundo colonial, las huellas de esa presencia se pueden rastrear desde los siglos XVI y XVII, períodos en los que, como lo mostró la historiadora Karoline P. Cook, musulmanes conversos navegaron las restricciones impuestas por las autoridades españolas a todos aquellos migrantes que no probaran poseer una genealogía familiar asociada a la profesión y práctica del catolicismo.

Siguiendo lo argumentado por Cook en su libro Forbidden ages, podría decirse que el indeterminado número de moriscos que atravesaron el Atlántico influenciaron parte de la naturaleza del colonialismo español y fueron el cuarto pilar de la sociedad mixta nacida en el siglo XVI como producto de la mezcla de indígenas, españoles y personas africanas sometidas a condición de esclavitud en ultramar.

Varios siglos después, ya no frente a las estructuras de desigualdad propias del jerárquico mundo colonial, sino en el marco de la formación de naciones con aspiraciones de igualdad, migrantes árabes siguieron incidiendo en la configuración de las sociedades latinoamericanas. De manera particular, aquellos que integraron la primera oleada sistemática de migrantes de este origen en llegar a esta parte del continente americano (1880 y 1930), salieron de Palestina, Líbano y Siria (pertenecientes al Imperio Otomano). En su mayoría, lo hicieron para escapar del conflicto religioso ocasionado por el enfrentamiento entre las comunidades cristiano-maronitas y las druso-musulmanas.

El viaje era largo y no siempre se tenía claro un destino final. Viajaban de Beirut o Trípoli a Alejandría y luego a Marsella. Allí buscaban cupo para embarcarse hacia algún puerto de América, siendo Estados Unidos, Brasil y Argentina algunos de los horizontes privilegiados. En muchas ocasiones la llegada a destinos como Colombia -por entonces poco atractivos en la geografía global de las migraciones- era producto de los caprichos del azar. Algunos zarparon pensando en algún puerto argentino como destino y terminaron en Puerto Colombia.

Si bien hay rastros de su presencia en distintas partes de la geografía colombiana, la gran mayoría de estos migrantes se asentaron en las poblaciones del litoral y de las sabanas de la costa Caribe. Como lo han reconstruido los investigadores Ana Milena Rhenals y Joaquín Viloria, la provincia del Sinú, Cartagena y Barranquilla se convirtieron en sitios privilegiados por estas corrientes migratorias.

Aunque en menor grado, los territorios del otrora Magdalena Grande (César, Guajira, Magdalena) también fueron recorridos por parte de los migrantes que llegaron en el tránsito del siglo XIX al XX. Ciénaga, espacio que con la presencia de la United Fruit Company dejó de ser un pequeño pueblo y se convirtió en un centro urbano con una activa vida económica, albergó a trabajadores y comerciantes de todos los rincones del país y de varias nacionalidades, entre ellos los árabes.

En las primeras décadas del siglo XX, algunos de los árabes establecidos en Ciénaga o Santa Marta comenzaron a expandirse a otras poblaciones del Magdalena Grande. Tal fue el caso del palestino José Abuchaibe, quien, tras llegar a Barranquilla en 1904 y acumular dinero en Santa Marta en medio de la bonanza bananera, se radicó en Riohacha y se dedicó a comercializar arroz. Su hermano Nicolás -según las pesquisas del investigador Freddy González Zubiría- también amasó fortuna en Riohacha y fue el responsable de que la hoy capital de La Guajira, entre otras cosas, contara con su primer cine y con su primera planta generadora de energía (1922). Cual Melquiades, Nicolás estableció una fábrica de hielo e importó el primer carro de que se tiene registro en tierras riohachenses.

Maicao, en la segunda mitad del siglo XX, también recibió una corriente significativa de migrantes árabes, principalmente del Líbano, que llegaron huyendo de los conflictos que estallaron en medio oriente durante la segunda mitad del siglo XX. Visto como un cruce de caminos perfecto entre Venezuela y Colombia y entre La Guajira y Valledupar para desarrollar actividades comerciales, Maicao poco a poco se fue familiarizando con apellidos como Amastha, Sawady, Awad, Nader, Shado, Saker, Hachen, Matnet, Hanni, Osman, Malof, Manzur, Waked y Elneser. En la actualidad, Maicao, considerada la “meca” árabe en Colombia, cuenta con la mezquita sunita más grande del país y un centro cultural chiita.

El camino hacia la consolidación económica y posterior integración social de estos migrantes árabes en Colombia estuvo lejos de estar libre de adversidades. Llegaron en un contexto en el que se les consideraba un corriente migratoria fuera del ideal de inmigración, una a la que, por razones raciales e higiénico-sanitarias, había que rechazar. Y así lo hicieron varios gobiernos colombianos a través de sus leyes de inmigración durante la primera mitad del siglo XX.

Por tal razón, en el marco de la conmemoración de los 500 años de la fundación hispánica de Santa Marta, así como se ha destacado la diversidad colombiana a la luz de las raíces afroindigenas e hispánicas, también es necesario rememorar la histórica presencia árabe en los territorios del Magdalena Grande. Al hacerlo, la ciudadanía estará en condiciones de nutrir las memorias árabes presentes en el universo creativo de Gabriel García Márquez con miradas históricas en las que, además de resaltar los aportes de estos migrantes a territorios de la costa Caribe y a Colombia en general, se hagan reflexiones sobre las formas en las que navegaron la xenofobia y lograron ser aceptados como parte de la nación colombiana.

* Director del Archivo General

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Por Francisco Flórez*, especial para El Espectador

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