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María del Mar Ramón: “Nuestra memoria es una forma de la ficción”

María del Mar Ramón, escritora colombiana radicada en Argentina, habló sobre “La memoria es un animal esquivo”, su más reciente novela (Hachette Literatura).

Andrés Osorio Guillott
22 de mayo de 2025 - 01:00 a. m.
Escritora colombiana que reside en Buenos Aires desde el año 2012.
Escritora colombiana que reside en Buenos Aires desde el año 2012.
Foto: Jorge Londoño - Gustavo Torrijos Zuluaga
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La primera vez que me topé con un libro de María del Mar Ramón fue hace tres años, cuando vi “Tirar y vivir sin culpa”. Quien me mostró ese libro me decía que era uno de sus favoritos, y yo, con mis prejuicios -absurdos como suelen ser-, pensé que no leería una obra con un título así. Pero como bien dice el dicho: “no juzgues a un libro por su portada”, así que lo abrí y descubrí que lo que allí escribió no me resultaba ni polémico, ni descabellado, así que resulté gratamente sorprendido.

En medio de la vorágine de obras de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, nuevamente me vi sorprendido por un libro suyo, que incluso resultó siendo en mi juicio una de las lecturas más amenas durante esas semanas. La memoria es un animal esquivo, que es la más reciente novela de la escritora colombiana radicada en Argentina, fue entonces la mencionada sorpresa. Con prosa poética y con unas inquietudes reflejadas en la fuerza de la escritura, María del Mar Ramón creó una novela que, como dijo Santiago Díaz, uno de sus lectores, tiene la misma capacidad de conmovernos como lo tuvo Todo muere salvo el mar.

La memoria es un animal esquivo es la historia de Juan Francisco, un artista que sabotea su obra, que vuelve a una casa que cuenta dos relatos, la de ella misma y la familia que vivió allí, como la de él, que retorna años después a su origen debido a la muerte de su hermano, una muerte que lo enfrenta no solo a ese duelo, sino a los que ya cargaba consigo en esa bolsa pesada que a veces es la nostalgia.

“La historia surgió un poco de la primera imagen de un personaje que vuelve a esta casa un poco tomada por la naturaleza, de un personaje un tanto exiliado de su familia, un personaje que nace a partir de un trauma, que emigra, y un personaje muy preso de su recuerdo como el único insumo que tiene para haber constituido gran parte de su identidad y cómo eso riñe con estas personas que fueron testigos de su crecimiento, que es obviamente esta estructura familiar”, explicó María del Mar Ramón en entrevista para El Espectador.

“Yo venía de la primera novela, que se llama La manada, que aborda desde una perspectiva masculina pero no en primera persona, como estos núcleos de amistad masculina y los problemas que se tienen. La segunda, que se llama Todo muere salvo el mar, es también desde una perspectiva masculina, pero es también en tercera persona, y es un duelo amoroso de un cuarentón, y además un duelo de un hijo desde esta perspectiva de un hombre que no es el protagonista. Y para esta novela, donde el conflicto principal se enraizaba en la memoria, yo quería trabajar con el problema de la familia, la herida de una familia, el conflicto de dos hermanos. Y el problema, justamente, de que nuestra memoria —que yo creo que es una forma de ficción— sea para nosotros tan importante, y que la concibamos como algo tan inflexible y como esta especie de verdad inamovible".

“Y resulta que el recuerdo, cuando lo contrastamos con personas que también estuvieron ahí, que son nuestra familia, pues tiene distintas versiones. Y esto que nos constituye y que hace parte de nuestra identidad y de quienes somos, es voluble y es falible, y creo que ese es un poco el problema al que se enfrenta este personaje. Después, a mí me interesaba que toda la novela también hablara del silencio de una familia, tanto de la mitología que hace una familia —que yo creo que es lo que las constituye, ese mito de origen, ese mito que se repite generación tras generación, cierta tradición oral—, como del silencio de lo que no se dice, de lo que se oculta y de lo que se guarda. Y esas narraciones un poco más subterráneas y simbólicas son también gran parte de la materia que hace esta novela. Para mí era muy importante que hubiera un énfasis muy especial en ese silencio del trauma y del dolor, y que estuviera puesta en un lugar particularmente masculinizado, como yo concibo y percibo a la región del Norte de Santander, donde hay algo de un territorio muy masculinizado, de un territorio que está en esta disputa entre la ruralidad y lo urbano, en este problema fronterizo todo el tiempo, un lugar que también ha sido bastante endogámico y cerrado a partir de esta exposición a la alteridad, que es un juego de la novela con esta idea de la frontera y de los migrantes y de los otros, como que hay unos otros. Y creo que eso también define un poco una familia, que es una constitución de un ‘nosotros somos esto’, y hay otros, y es una respuesta ante una alteridad que muchas veces no podemos entender”.

Como el título ya lo sugiere, la memoria es uno de los ejes transversales de la novela. “En esta casa habita mi memoria y mi primer recuerdo nítido es el de la tristeza”, dice el personaje y narrador del libro, que también asegura: “Soy un hombre viejo, no tengo nada más que mi memoria, soy únicamente lo que puedo contar, soy cada una de las palabras que he dicho”. Frente a la importancia de rememorar, la autora comentó: “Lo que le sucede a este personaje es que su recuerdo lo constituye, su recuerdo conforma gran parte de su identidad, y cree que eso es absolutamente inamovible. Pero a mí lo que me pasa con eso, y creo que la novela también trabaja desde una pregunta sobre la identidad que a mí me interesa mucho, es que no podemos elegir quiénes somos, ni qué nos hace lo que somos. Y es algo que me parece a mí que las discusiones más lindas y sofisticadas sobre identidad nos las ha regalado la comunidad LGBTIQ+, que nos han permitido también hacernos preguntas —para las personas que no hacemos parte de la comunidad—, pero sí nos han habilitado estas preguntas, y que básicamente hay algo previo a la propia concepción de uno mismo que lo sobrevuela, y es quién uno es, ¿no? Y esto es como lo que proponen las personas trans con el tema de “no es que nosotros y nosotras somos mujeres o varones”: esto es. No es un estado voluntario. Y siempre frente a muchos argumentos conservadores, terribles, ridículos y transfóbicos de ‘bueno, ¿por qué no son mujeres en su casa?’, no, es que no se puede. No se puede. Uno es esto, pero uno no lo puede elegir. Y esa tragedia es la que inaugura la novela".

“Este personaje es ese recuerdo, y a pesar de que ese recuerdo se contrasta, y a pesar de que ese recuerdo se mueve, y a pesar de que ese recuerdo duele de una manera punzante, y a pesar de que ese recuerdo evita que haga muchas cosas, y a pesar de que ese recuerdo sirve para justificarse por no hacer muchas otras, no puede dejar de ser esto. Y yo siento que ese es un poco como el trabajo con la memoria y con la identidad que viene a encarnar este personaje. Hay personas que simplemente no pueden lidiar con el trauma, no pueden lidiar con el dolor, y están afectadas de una manera distinta incluso a quienes vivieron ese dolor con ellos. Y esa es la tragedia de este personaje que está encallado", dijo María del Mar Ramón.

La muerte del hermano del personaje principal, que parece ser el trasfondo del libro, pone sobre la mesa el otro tema central del libro, quizá también a su autora: el duelo. Y como los libros que nos calan son los que tocan aquello que nos atraviesa la vida y las dudas que tenemos sobre ella, aquí los dos coincidimos en que a pesar de que muchas muertes duelen, la de una madre puede resultar siendo trágica para cualquier ser humano.

“Yo me imagino que el duelo por una madre es una cosa tan constitutiva y tan intensa. Mi papá murió y para mí fue muy triste, pero yo pienso que uno solo entiende que la gente se muere cuando atraviesa un duelo cercano. Uno dice: ‘Dios, la gente se muere’. Y siempre que pienso en el duelo por mi mamá —que vive, y ni siquiera considero lo que ya es una certeza: que si tenemos suerte, ella va a morir antes que yo, porque si no, sería terrible para ella, y no quisiera que eso pasara— pienso: ‘Dios, la cantidad de años que me va a tomar volver a sentirme normal’. O sea, lo demoledor que va a ser eso. Y pienso también en la cantidad de decisiones idiotas que voy a tomar (risas).Y me parece hermoso, porque yo no lo había pensado así, pero creo que sí: el duelo que él resuelve es el duelo por su mamá. Murió ella y nadie nunca dijo lo cruel que fue. Llegaron al velorio y nadie les explicó nada. Es ese silencio de las familias donde no se elabora ni siquiera lo que es la muerte, es esta especie de tabú. Yo creo que uno no se recupera de los duelos. Y creo que eso también es algo de la vejez que a mí me interesa mucho: la relación con el duelo se vuelve más familiar. Eso sucede cuando la gente envejece. Las personas se mueren y uno se va quedando sin testigos, y el peligro que eso representa también: que tu versión empiece a ser la única que sobrevive, que ya no se contrasta, que ya no se dialoga, que ya no hay otras. Y creo que esa forma de soledad es una soledad muy característica de la vejez. Creo que la relación con la muerte va mutando, pero nunca deja de ser una herida muy profunda de la que uno no se recupera. Uno simplemente aprende a convivir con ella, a acercarse, a tener otras visiones de la muerte. Yo no lo había pensado conscientemente, pero me parece precioso pensar que el duelo del que este personaje no se repone es el duelo por su mamá“, aseguró la escritora colombiana.

“Todas las luchas contra el tiempo son luchas contra la naturaleza”, dice el narrador. ¿Por qué fue importante hacer de la naturaleza una parte importante del libro?

Yo creo que la naturaleza, la imagen de cómo la naturaleza ha avanzado sobre esta casa, para mí es un poco también la forma de nuestra manera de existir en el mundo: es domesticando estas fuerzas naturales. Tenemos que poner diques y tenemos que podar y tenemos que, todo el tiempo, mantener la naturaleza a raya, porque la naturaleza todo el tiempo quiere avanzar —o nos da la idea de que quiere avanzar—, y la forma en la que hemos construido la sociedad, de manera horrible, es obviamente tratando de domesticar y domar a la naturaleza. Y para mí hay algo súper bonito, primero, hay algo muy tranquilizador a partir de eso, de la idea de la naturaleza como este ente que nos sobrevive y que también nos pone en perspectiva, de que uno no es tan importante. Creo que eso es como una lección que el personaje tiene que aprender. Es algo en lo que el personaje es bastante insoportable, en la importancia que se da en relación a todo y a todos. Y es: no hay nada menos importante que un individuo. Y además esta lección de que la naturaleza no demuele: la naturaleza integra, la naturaleza avasalla e integra. La naturaleza se come esta casa pero no la derrumba, la maleza crece entre las grietas y va haciendo parte de esta estructura, y yo creo que eso funciona un poco como cierta metáfora de nuestra memoria. Si nosotros no habitamos nuestra memoria con otros y otras, y si no contrastamos el recuerdo, y si no hablamos del recuerdo, nuestra propia visión de las cosas se va devorando, nos va devorando y va devorando este espacio. Y siento que la palabra es un poco “habitar”, y habitar de manera más comunitaria el recuerdo. Eso es algo que estos personajes no hacen, porque no pueden, porque son hombres y no hablan de nada, y creo que ese es un poco el problema: cómo este recuerdo y este espacio de memoria está totalmente cooptado y salvajizado, lleno de una materia que es él mismo, que se devora a sí mismo.

Como lo hablábamos anteriormente, la casa parece ser una metáfora del personaje. ¿Es así?

Creo que la casa, además en cuestiones estructurales para la novela, es la que echa a andar el conflicto. Él tiene que volver porque tiene que venderla. Y yo pienso sobre esto en un poco el epígrafe de Louise Glück, de “solo fijamos la vida en la infancia”. Y esta sensación de que este lugar —que además es nuestra primera relación con la ficción—, cualquiera que haya tenido la oportunidad de volver a la casa de su infancia se da cuenta de que no es tan grande y de que las cosas las recordaba de una manera que, una vez uno vuelve de adulto, ve que los espacios eran de alguna forma distintos. Y ese creo que es un recordatorio súper inamovible de que nuestra memoria es bastante voluble. Y la manera también en la que este personaje nunca puede desarraigarse de un territorio, que carga ese lugar con él y que carga este lugar un poco antropomorfizado en una casa. Pero yo siento que eso también pasa con las personas migrantes. Yo soy una persona migrante, yo emigré hace muchos años a Argentina y no puedo dejar de escribir sobre Colombia, a pesar de mí. No es una acción voluntaria. En la ficción —que es lo más importante que tengo y lo que más me interesa—, lo que se manifiesta es Colombia. No lo puedo controlar. Y hay algo de esa cuestión de lo que somos y de cómo nuestra identidad está fijada de manera involuntaria en un territorio, en un lugar. Hay personas a las que no les pasa, ¿no? Y este personaje lucha toda la vida contra esa inercia y finalmente termina concluyendo que él es esa casa, en parte por lo que esa casa significa: esa casa es una familia, esa casa es una región, esa casa es un país, y no se puede escindir de ninguna de esas cosas.

Hay unos rasgos quizá muy puntuales también del personaje, y uno es el tema de la mentira. Él dice: “sé que aprendí a fingir que sí, que mi vida se convirtió en la imitación de una existencia más o menos feliz, y que mi mentira se convirtió en un engaño cada vez más grande”.

Lo que me interesaba era que todo el tiempo nosotros dudáramos de si el personaje sabe que su versión de los hechos está sesgada, y si él nos está manipulando o no nos está manipulando. La idea, para mí, era que los lectores y las lectoras se sintieran traicionados, tanto por mí como por el personaje, que uno terminara y dijera: estuve 300 páginas del lado de un malparido. Y que, además de eso, uno se sintiera identificado con él, y que se sintiera absolutamente conmovido y enojado y asqueado y harto de esta persona. En lo personal, yo creo que cuando uno se arma una narración sobre uno mismo que repite mucho —y eso le pasa a las personas públicas—, se vuelve muy difícil tener una conversación que uno perciba fuera de ese engaño para los demás. Y yo siento que la gente se convence a sí misma de lo que dice de sí misma, y que termina siendo muy difícil escindir a la persona pública de la persona privada, porque esos relatos se van haciendo cada vez más perfectos, cada vez más invulnerables.Y creo que la lucha al leer a este personaje es buscar las grietas en las que hay verdad sobre él, y no son ni siquiera cuando él habla tan mal de sí mismo, porque él tiene momentos en los que se desprecia — que eso también es un gesto súper egocéntrico—, sino son como los momentos en los que la realidad lo agarra fuera de guardia, lo agarra fuera de posición, y ahí nos deja entrever un poco cómo se conmueve realmente de algunas cosas.

El otro rasgo precisamente va un poco por ahí, porque él dice: “El prestigio no era tanto ni tal, no me hacía mejor artista y lo más cruel de todo era que nunca era suficiente”. Entonces, también —voy a ponerlo en términos actuales—, hay un Síndrome del Impostor muy presente en él.

En este Síndrome del Impostor y también en esta envidia súper profunda que el personaje siente —y que creo que es lo que también nos confunde—, no sabemos si el personaje es bueno o no porque el personaje todo el tiempo está pensando en lo que no tiene y en lo que tienen otros. La materia prima para ese rasgo del personaje es muy íntima para mí, y nace de un temor personal y constante: primero, a ser una mala persona; segundo, a ser una escritora mediocre; y tercero, a que el éxito de los demás no me deje disfrutar el mío, o lo que sea que sea la razón por la que hago lo que hago. Poder agarrar ese temor y volcarlo en un personaje, donde esta pulsión de envidia y de autodesprecio y de delirios de grandeza y finalmente de egocentrismo está fuera de control fue divertido para mí, y fue súper agradable poder hacerlo. Y también, quizás, un poco usar la ficción para explorar ese rasgo al que yo le temo mucho, que es el preguntarme: ¿qué tanto me importa? Yo esa respuesta la tengo más clara, pero el personaje todo el tiempo está puesto ante la duda de si él hace arte porque es lo que ama, y porque no puede evitarlo, o si hace arte para ser un artista.

Usted menciona que en sus libros ha explorado lo masculino. Hablemos de por qué lo hace a partir de esta frase que está en esta novela: “Yo había tenido que abrirme paso entre la orfandad, mis hermanos y lo osco de mi padre, donde pensar siquiera en la palabra ‘belleza’ ya era motivo de burla y castigo. Hombres para los que solo existió el dolor y la opacidad, hombres que encontraban en la fealdad una virtud y se enorgullecían por ello.”

Me da mucha curiosidad el universo afectivo y emocional de los hombres hetero cisgénero. Y porque he encontrado muy poca literatura que satisfaga la curiosidad de lo que yo quiero saber: cómo han navegado sus emociones, sus intimidades, sus dolores, su universo afectivo. Y cuando yo me planteé que iba a escribir una novela, mi primera novela, lo que yo realmente quería saber era lo que desconocía. O sea, para lo que yo quería que la ficción me funcionara a mí era para poder asignarle una voz y un universo a algo que me había generado una curiosidad toda la vida, que es: ¿cómo sentían los hombres? ¿Cómo sentían miedo? ¿Cómo sentían humillación? ¿Cómo sentían los hombres a los que yo despreciaba? ¿Cómo sentían los hombres que más me habían lastimado?

En este lugar, a mí me parecía fascinante pensar en ese universo de hombres que habitaron otra generación. Una generación que no es esta. Una generación mucho más cerrada. Una generación mucho más censurada de las emociones, de hablar de las emociones masculinas, de entenderlas, de siquiera permitirse sentirlas. Y sobre eso hay algo —es una frase que yo he repetido mucho estos días, pero que a mí me gusta bastante—, que dijo el escritor Martin Cohen, sobre que a él le interesaba la ficción como la creación de un punto de vista. Que eso le interesaba a la literatura. Y que le interesaba, de hecho, cuando creaba ese punto de vista, que fuera totalmente distinto al suyo; que entre más se alejara del suyo, le interesaba más. Y a mí me pasa lo mismo. Para mí, la literatura es un espacio de crear, pensar y construir la alteridad. Y en ese sentido, yo creo que desde La manada hasta esta novela, lo único que yo realmente he querido hacer es alejarme —y alejar mi punto de vista— de la ficción que estoy escribiendo y dejar que el personaje tenga su propio juego moral, que tenga su propia forma de ver el mundo, que nos pueda contar sobre eso y que le pueda contar a los lectores y a las lectoras esto que estoy diciendo. Y que eso no tenga nada que ver con lo que yo pienso del mundo. Y ese ejercicio a mí me ha parecido tan emancipatorio como liberador, como imprescindible para habitar el mundo en el que vivimos: la posibilidad de construir una alteridad, la posibilidad de pensarla, la posibilidad de alejarnos, de darnos menos importancia, que es algo que tiene la ficción y que a mí me reconforta mucho.

“Al abandonar las palabras, papá sintió que el espacio del mundo era demasiado amplio, y limitó su universo al último lugar en el que había estado con mi madre.” Hablemos de esa importancia de las palabras, del lenguaje en la novela.

La afasia... sí. Yo creo que es una novela en la que el personaje usa todas estas palabras para poder circundar el silencio primigenio de la novela. Hay algo de lo que nunca se habló. Algo que se sugiere, que se bordea, pero de lo que nunca se habla explícitamente. Este suceso, este sueño, esta cosa. La novela usa todas esas palabras para poder hablar de un silencio que nunca se resuelve. Y creo que —volviendo un poco a lo que hablábamos— el silencio también es la materia que aglutina a una familia. Y lo que no se habla, crece, crece en cada uno de maneras distintas como una maleza que se toma todo. Y creo que la novela es el intento —ya ni siquiera de él por ponerle palabras—, sino por contar cómo no las tuvo. Y cómo ha llegado al final de su vida sin poder resolver, a través de las palabras, todo ese silencio que lo sobrevuela. Ese, creo, es el rol del lenguaje en la novela.

“Los otros” y “los nosotros” son dos nociones que aborda también en esta novela, que retratan de alguna manera la migración. ¿Por qué estas categorías?

Los otros, la alteridad, los salvajes, lo que no entendemos. Esa cosa de la clase media colombiana y esa idea muy revolucionaria en nuestras mentes, pero súper estática. El personaje, cada vez que pudo hacer algo, no lo hizo. Y miró. Y dijo: “Pero igual yo soy mejor”. Es súper crítico, porque tiene este estándar moral de: yo soy mejor que todos ustedes. Y al final, no hay tal. No hay tal superioridad moral. Yo creo que este universo —ni que la novela— está puesto en una especie de distopía en la que ya no queda claro quiénes son unos y quiénes son otros. Y ese contexto de una tierra que está muy tensa todo el tiempo también funciona como esa palabra que avasalla, que se lleva todo puesto. Como que la única manera de vencer un silencio tan largo es a través de la violencia.

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