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¿Cómo empezó su historia con los muebles?
Esto fue desde que era muy niña, cuando mis papás tenían sus muebles impecables y comenzaron a deteriorarse. Me daba cuenta de que necesitaban arreglos, pero ellos no hacían nada. Empecé a preocuparme y a estar intranquila por eso. Con el tiempo entré a la Academia Superior de Arte y me dediqué a estudiar delineante de arquitectura y diseño de interiores. Ahí fue cuando realmente le cogí gusto a todo esto de restaurar muebles, porque aprendí sobre el color, los espacios y todo ese mundo, y todo fue encajando. Hace muchos años mi esposo —que siempre ha sido un apasionado por la madera— comenzó solo, y veía que le hacía falta una mano. Sin pensarlo mucho, me acerqué a ayudarle. Y así empezamos juntos este camino, que para los dos es una verdadera pasión. Es muy gratificante saber que podemos devolverles la vida a los muebles.
¿Recuerda el primer mueble que restauró?
Me acuerdo de que era el mueble de una señora, madre de cinco médicos. Cuando se lo entregamos, ella estaba anonadada de la transformación. Ese mueble estaba en un rincón, solito, sin que nadie le prestara atención. Nosotros lo recogimos, lo restauramos y volvió a ser protagonista en esa casa. La señora lloraba, pero no de angustia, sino de emoción. Sentía que volvía a tener todos esos recuerdos en su mente: cuando su mamá le enseñaba a leer ahí, cuando le enseñaron a escribir, cuando su papá se sentaba a leer el periódico. Es muy emocionante ver cómo uno transforma corazones tristes en corazones alegres. Eso es lo que me llena de alegría con este emprendimiento familiar, porque este es un proyecto de familia. Mi esposo y mis hijos, Felipe y Juan Pablo, están metidos en todo y sienten lo mismo que yo.
¿Cómo ha sido construir este negocio junto a su familia, teniendo en cuenta aquel refrán que dicta que “familia es familia, negocios son negocios”?
No siento miedo ni temor. Este es un proyecto que tenemos claro: sabemos para qué es y hacia dónde va. Mi esposo siempre ha estado muy involucrado, especialmente en la parte de innovación y creación. Por eso no me preocupa que, si algún día no estoy, esto se acabe. En nuestra familia hay pasión y compromiso para seguir adelante muchos años más. Queremos que la gente entienda que este no es un negocio pasajero. Restaurar muebles es darles una nueva vida a los muebles y, al mismo tiempo, cuidar el medio ambiente. No se trata solo de que queden bonitos, sino de evitar que se sigan botando esos muebles antiguos que aún tienen mucho por ofrecer.
Hablemos sobre cómo funciona la restauración de los muebles...
Lo primero que hago es generar confianza para que la persona me entregue su tesoro y pueda restaurarlo, devolviéndole la vida y protagonismo en su casa. Le pido que me cuente qué significa ese mueble para ella, y con esa historia empiezo a idear cómo devolverle la felicidad a su dueña. Me comenta detalles como los colores o el acabado que le gustan, y transmito todo eso a mis artesanos para que el resultado sea tal cual lo imaginé. Cuando entrego el mueble terminado, ver la satisfacción en su rostro es increíble; ese sueño hecho realidad a partir de una simple conversación.
En Lurdes dice que “nada se desecha”. ¿Cree que eso es también una forma de mirar la vida y a las personas?
Sí. Pienso que todo merece una segunda oportunidad... Creo que no solo se trata de dar una nueva vida a los objetos, sino también de transformar la forma en que vemos nuestro entorno y a nosotros mismos.
Si cada mueble cuenta una historia, ¿hay alguno que nos pueda contar la suya?
Cuando mi madre se fue, dejó un reloj muy hermoso, y ese reloj empezó a cuidarlo mi papá. Desde muy pequeña veía cómo mi papá lo protegía: le daba cuerda, le sacudía el polvo y no dejaba que nadie más lo tocara. Después de que murió mi papá, recuerdo muy bien que entonces dije: no quiero nada, lo único que quiero es ese reloj antiguo, porque ahí puedo sentir que lo estoy cuidando igual que lo hizo mi padre. Me encantaría que la gente no solo se aferre a los muebles o la ropa, sino que entienda que hay muchas formas de conservar esos recuerdos. Las sillas, la decoración, todas esas cosas antiguas nos conectan con memorias que vale la pena no olvidar.
¿Qué le han enseñado los muebles antiguos sobre el paso del tiempo?
Pienso que cada día uno aprende algo. Estamos rodeados de muebles, no solo antiguos, porque también trabajo con muebles modernos, y creo que todo tiene una enseñanza. Por ejemplo, uno cree que si un mueble está quemado por una vela, ya es hora de pulirlo y quitar ese detalle, como si esa quemadura fuera solo un defecto. Pero no, esa marca tiene una historia: un día tuviste una vela que se estaba prendiendo. Eso me enseña que hoy en día todo se desecha muy rápido, sin valorar lo que hay detrás de cada objeto.
¿Cómo ve el futuro de Lurdes en un mundo que va tan rápido y que todo lo quiere nuevo?
Pienso mucho en el problema climático que hay en este momento, y creo que todos deberíamos comprometernos a no botar más cosas, porque ya no hay espacio para toda esa basura. Entonces, me veo en el futuro enseñando sobre la importancia de no desechar tantas cosas, porque imagínate botar esos muebles que realmente tienen un valor muy grande. No caben en cualquier parte de la basura y muchas veces terminan siendo triturados. Eso me da mucha tristeza, después de haberlos tenido tanto tiempo, tener que tirarlos. Por eso tengo esta obsesión de enseñar.
Si pudiera hablarle a la María Lourdes que comenzó en 1989, ¿qué le diría?
Con todo el amor, le diría que me siento orgullosa de mí misma, porque lo que un día construí con mi esposo hoy está saliendo tal cual lo soñaba, junto con mis hijos. No hay día en que no proyecte con ellos ese momento en que Lurdes sea reconocida por mucha gente. Porque no solo estoy haciendo historia al volver bonitos sus muebles, sino que también estoy mostrando que un mueble viejo y feo puede traer de vuelta todo ese mundo de recuerdos que solemos olvidar solo por estar deteriorado. Quiero que me recuerden como la mujer que llevaba historias para nunca olvidar. Esos muebles viejos y antiguos tienen mucho que contar, y quiero que esas historias se cuenten.

Por Samuel Sosa Velandia
