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¿Cómo ha sido su primer año en el cargo?
Ha sido un reto muy importante. Acepté la invitación del alcalde Carlos Fernando Galán y de Idartes, con una experiencia previa en la Dirección General de la Fiesta Filarmónica de Bogotá, cuando la Orquesta asumía muchas de las funciones que hoy tiene la entidad. Así que fue volver a conectar con Bogotá y lo público. Ha sido un año de establecer estrategias claras de desarrollo cultural y ver cómo la ciudad se apropia profundamente de las prácticas artísticas. Ese o directo con la ciudadanía es muy gratificante. Me encontré con un instituto mucho más grande que el que conocí hace 12 años, cuando trabajé en la Alcaldía. Hoy es una entidad que ya sabe hacer muchas cosas bien. Ha sido muy satisfactorio, pero también un gran reto, porque Idartes es un proyecto enorme.
Hablemos de ese reto de traducir las iniciativas culturales en proyectos que se sostengan en el tiempo...
En lo público existen diversas herramientas de planificación. Una de las más importantes es el Plan de Desarrollo, que orienta la visión del alcalde sobre cómo aportar al crecimiento de la ciudad. Es clave reconocer lo que se ha hecho bien, aquello que tiene apropiación social y reconocimiento, tanto por los ciudadanos como por visitantes. Políticas como los Festivales al Parque, liderados por Idartes, son hitos identitarios que se defienden, crecen y se proyectan al futuro. El reto está en fortalecer su impacto, por ejemplo, en el ecosistema musical de la ciudad, y al mismo tiempo abrir nuevos caminos de crecimiento para el sector cultural y artístico, garantizando los derechos culturales de todos. Para eso contamos con insumos del Observatorio de Culturas, los lineamientos de la Secretaría y el conocimiento técnico del equipo en Idartes: personas que lideran equipamientos y programas como Nidos y Crea, profundamente conectadas con la ciudad, los artistas y la ciudadanía.
Ya que mencionó los Festivales al Parque, cuénteme sobre ese trabajo y la definición de los conceptos. ¿Cómo podemos leer la ciudad a través de estos espacios?
Los Festivales al Parque son hitos identitarios de Bogotá. Rock al Parque cumple 30 años y lo celebraremos con todo el compromiso institucional. Esta estrategia es brillante, porque reconoce los géneros musicales con los que la ciudad está emocionalmente conectada. Rock al Parque fue una genialidad desde el inicio, al identificar a públicos jóvenes muy ligados al rock en los años 90, en una Bogotá underground, de garaje y estética dark. Además, visibiliza la diversidad dentro del mismo género: metal, ska, pop… Bogotá es una ciudad de múltiples gustos, y eso se refleja en los festivales. Otro acierto fue llevarlos al espacio público. A pesar de la lluvia, a los bogotanos nos gusta encontrarnos en los parques. En los 90, había miedo de salir. Especialmente las mujeres evitaban los parques. Los festivales ayudaron a recuperar esos espacios desde el disfrute y el encuentro. Así se crearon vínculos entre personas con gustos similares, se fortaleció la convivencia y se compartieron espacios desde distintas subculturas. Luego vino la idea de decir: ¿y si hacemos lo mismo con otros géneros? Así llegó Jazz al Parque, reconociendo que Bogotá tiene una fuerte escena académica y profesional en la música. Nos gusta la música bien hecha. Jazz al Parque se dirige más a las familias: adultos mayores, niños, jóvenes. Cada género ha ido encontrando su lugar en el espacio público, ampliando la conexión entre la música y la ciudadanía.
Ante la llegada de festivales privados de música, ¿hay una propuesta de seguir defendiendo lo público?
Ni yo ni esta istración vemos esto como una rivalidad. Son festivales distintos en su curaduría y propósito. Los privados fomentan el disfrute de diversos géneros y el encuentro en el parque. Los públicos, como Festivales al Parque, buscan garantizar el equitativo a la música. Los privados, además, aportan a la Ley del Espectáculo Público y generan recursos valiosos. Todo esto fortalece la circulación de las artes escénicas y dinamiza la industria musical. Pero los Festivales al Parque están pensados para que cualquiera, sin importar su condición, acceda a la música como derecho. Gracias a la política cultural, todos pueden disfrutar de la música en el espacio público. Por eso Bogotá fue reconocida por la Unesco como Ciudad Creativa de la Música.
Hablemos de su trayectoria. Su formación es de comunicadora social y periodista, pero se dedicó a la gestión cultural. ¿Qué la motivó a elegir ese camino?
Empecé mi carrera en El Espectador, cubriendo cultura. Hice allí mis prácticas y tenía claro que solo quería trabajar en esa sección. Era un gran momento para el periodismo cultural: había un cuadernillo completo y críticos especializados en todos los lenguajes artísticos. Cubriendo eventos culturales, empecé a preguntarme cómo sería estar del otro lado: diseñando políticas. Luego en Cali, trabajando en El País y La Gaceta, conocí a Amparo Sinisterra, quien me llevó al Festival de Arte. Ver cómo se producía todo fue revelador: decidí que quería ser gestora cultural. En ese entonces no había formación en gestión cultural, así que fui acumulando experiencia y más adelante hice una especialización en el Rosario, una maestría en Barcelona y gané becas con National Arts Strategies y Global Leaders. Ya había pasado por el Museo de Arte Moderno, el Festival de Cali y el Ministerio de Cultura. Después vinieron cargos como la Filarmónica de Bogotá y la Cancillería. Las becas me llevaron a Harvard, Míchigan y Berkeley. Ahí aprendí sobre liderazgo, innovación y talento humano. Todo eso ha moldeado mi visión de la gestión cultural en Colombia.
Después de tantos años en esto, ¿qué la sigue emocionando y sorprendiendo?
A mí me pasa lo contrario que a la mayoría: los domingos pienso: “¡Dios mío, qué felicidad que mañana es lunes!”. Adoro mi trabajo y estoy muy agradecida con el alcalde por haberme designado directora del Instituto Distrital de las Artes. He tenido jefes increíbles, como Mariana Garcés en el Ministerio de Cultura, Catalina Ramírez en la Filarmónica de Bogotá y la canciller Carolina Barco. Estoy profundamente agradecida por todo lo que he aprendido, pero lo que más me emociona es saber que hoy, aquí y ahora, estoy aportando para que la gente viva más feliz.
Uno creería que con esa experiencia todo está claro, pero ¿hay algo que la cuestione o la incomode del mundo cultural?
A veces la precariedad en la que tenemos que trabajar es muy grande, porque no hay suficientes recursos humanos ni financieros para llevar a la vida de todas las personas la experiencia del arte y la cultura. En las discusiones sobre gestión cultural siempre surge cómo lograr que todas las personas en un territorio tengan cotidiano al arte y la cultura. Esto requiere recursos y que todos los sectores, no solo los de desarrollo social, sino también los económicos y productivos, entiendan el valor del arte y la cultura para una sociedad sana, dinámica, creativa e innovadora. El problema es que los recursos no son infinitos, entonces hay que debatir, luchar y hacer visible este discurso, aunque a veces es difícil. Además, falta mayor articulación interinstitucional, más solidaridad en el ejercicio público para impulsar las artes y la cultura.
El arte y la cultura generan ingresos para el país, pero reciben poca inversión pública, como usted lo señaló. ¿Cree que esto se debe a falta de voluntad política o a un desconocimiento profundo del valor cultural?
Sí, yo creo que eso tiene que ver con la ausencia de formación artística temprana. Si desde que naces estás en o con el lenguaje simbólico del arte, cuando llegas a la adultez y tienes responsabilidades de decisión, vas a valorar lo cultural. Si las personas no han estado en o con el arte desde pequeñas, es muy difícil que comprendan su valor. Las personas sensibles, que han desarrollado el pensamiento creativo a través del arte, son quienes entienden su papel transformador en la sociedad.
¿Qué cree que podremos sanar de la ciudad con el arte o la cultura?
Al desarrollar políticas culturales, es cada vez más importante entender cómo las artes se relacionan con temas como la salud, el medioambiente y la educación. Hay estudios serios que demuestran que el o con lo creativo puede darle sentido a la vida y ayudar a sanar heridas emocionales. Las prácticas artísticas desarrollan el pensamiento crítico y creativo, fortalecen la imaginación y promueven la empatía, lo cual mejora nuestras relaciones. Todo esto tiene respaldo en la neurociencia. Como decía Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil, las artes pueden sacarnos de la tristeza o del aislamiento social, y por eso su valor es inmenso. Además, formar a niños y jóvenes en música, danza, teatro, literatura o artes visuales no solo es valioso en sí mismo, sino que desarrolla habilidades útiles para cualquier campo. Las artes no solo embellecen: transforman y sanan.
¿Y en usted qué han sanado?
El arte y la cultura me han sanado. No concibo mi vida sin ellas... A mí me ha sanado ver feliz a la gente en los festivales, viendo buen cine, participando. Me sana poder tomar decisiones que acercan la cultura a más personas y fortalecen las políticas culturales.
¿Se arrepiente de alguna decisión tomada durante su trayectoria profesional?
Primero, debo reconocer que soy una persona afortunada. He tenido la suerte de trabajar en los lugares más maravillosos del mundo, haciendo lo que amo: desarrollar proyectos estratégicos en el campo cultural. He contado con la confianza de mis jefes y el apoyo de colegas increíbles. Además, tengo el privilegio de ser profesora en una especialización para quienes se están formando, porque sería un error no compartir lo que he recibido, especialmente en términos de una formación técnica y muy valiosa. Tal vez, de lo único que me arrepiento es de no haber equilibrado mejor mi vida laboral y familiar. Le he dedicado muchas horas al trabajo, y en un momento difícil a nivel personal sentí que la vida me estaba dando un mensaje.

Por Samuel Sosa Velandia
