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Molly Walsh, una monja irlandesa, queda embarazada de un aristócrata chileno que rechaza su responsabilidad. Emilia del Valle, su hija, crece bajo los cuidados de su madre y su padrastro, Francisco Claro, un mestizo que dirige una escuela. A medida que crece, desafía las normas sociales de su tiempo y, a los 23 años, se convierte en columnista del Daily Examiner bajo un seudónimo masculino.
Cuando se presenta la oportunidad de cubrir la guerra civil en Chile, Emilia viaja junto al periodista Eric Whelan para informar sobre el conflicto entre el presidente Balmaceda y el congreso rebelde. Durante la guerra, enfrenta situaciones de extrema violencia, tanto en el campo de batalla como en hospitales y cárceles. A lo largo de su experiencia, también explora su relación con la familia Del Valle y conoce a su padre, aunque más para satisfacer el deseo de su madre. Pero Chile no es solo un lugar de guerra, sino también de naturaleza espléndida, donde Emilia podría descubrir su destino y, finalmente, su propia identidad.
“Mi nombre es Emilia del Valle”, el último libro de Isabel Allende, se publicó hace unas semanas en Estados Unidos —en inglés— y ahora se lanza simultáneamente en España y América Latina. Durante su trayectoria, la autora ha vendido más de 80 millones de libros que, además, han sido traducidos a más de 42 idiomas.
Isabel Allende y la escritura de “Mi nombre es Emilia del Valle”
Después de una larga ausencia en Europa, Allende regresó a España —un país que, en sus palabras, le ha dado mucho, incluyendo penas— para presentar la historia de Emilia del Valle. Su último viaje fue hacia Chile, donde su padrastro falleció en sus brazos.
Dijo que lo mejor de su trabajo es estar encerrada en silencio y en soledad mientras escribe. Las ruedas de prensa, las presentaciones y eventos públicos requieren de mucha energía. Descubrió que la edad la ha puesto mañosa. “No quiero salir de mi casa. No quiero separarme de los perros. Tengo un tercer marido —que espero que me dure—. Entonces, no quería viajar por mucho tiempo”.
Durante ese proceso de escritura sosegado, que comienza cada 8 de enero —aunque el día anterior no sepa qué va a suceder—, Allende no utiliza ninguna fórmula o estructura. Cuando le pregunté por la conexión entre las historias de la familia Del Valle a través de sus libros (“La casa de los espíritus”, “Violeta” y otros títulos) respondió que no sabe con certeza de dónde viene. Comienza a escribir y, de pronto, los personajes aparecen. Supone que muchos están vinculados con su abuela materna, con esa familia que describe como “deliciosa”, pero no siempre entiende por qué entran en la historia. “A veces no los estoy llamando ni nada, sino que yo voy por ahí por la página 50 y me doy cuenta: este personaje podría ser de la familia del Valle, y le cambio el nombre. Si tú me preguntas la genealogía de cómo aparecen en La casa de los espíritus y después en Hija de la Fortuna, no sabría hacerlo. Lo único que te puedo decir es que Severo del Valle va a la guerra y pierde una pierna. Y después aparece en ‘La casa de los espíritus’ con dos piernas. Eso es realismo mágico”.
“Son personajes que andan volando esperando que alguien los escriba”, dijo. ¿Por qué la mamá de Emilia es una monja? Una monja irlandesa, además. “Tampoco sé. Pero esa monja fue una niña huérfana, fue educada por unas monjas mexicanas porque yo necesitaba que hablara español. Ella y el padrastro de Emilia hablan español para que yo pueda mandarla en el libro a Chile”.
A veces le ocurre que tiene un final en mente; pasa toda la noche pensándolo, pero al día siguiente, al sentarse a escribir, descubre que la novela ya había terminado el día anterior. No hay nada más que agregar. En otras ocasiones, como en esta, sí tenía un final claro: la protagonista se alejaba sola en un bote por un lago del sur de Chile, desapareciendo entre la niebla. Cuando su editora en Estados Unidos leyó el cierre, le preguntó si la protagonista se había muerto. “¿Qué? ¡No! Simplemente se fue en el bote”, contó en medio de risas. Pero la editora insistió en que era una metáfora de la muerte. Entonces, para evitar esa interpretación, decidió añadir un epílogo que originalmente no había previsto.
“Me preguntan de dónde saco la energía para escribir… es que no la gasto en nada más. No tengo más vida, lo único que hago es escribir. No cocino, no hago vida social”. Dice que crece con sus personajes. Que puede ser Emilia un día y, al siguiente, un guerrero, un hombre o incluso un villano —un rol que disfruta—. “Yo soy cada personaje. Esa es mi vida”.
Lo que opina Isabel Allende de su obra literaria
“Si pudieses ser lectora de tus propios libros, ¿cuál crees que sería el mejor, el que más te puede ayudar a ti?”, preguntó una periodista durante la rueda de prensa.
Mencionó primero “La casa de los espíritus”, escrito con una “tremenda inocencia”, cuando aún no sabía que se convertiría en escritora. En ese momento vivía exiliada en Venezuela, istraba una escuela, su matrimonio atravesaba una crisis, y sus hijos ya eran mayores. “Sentía que mi vida no iba a ninguna parte. Tenía 40 años y no había pasado nada, solo pérdidas”.
El segundo fue “Paula”. Durante el año que su hija estuvo en coma, la experiencia fue como “una larga noche” en la que los días se confundían. Tras la muerte de Paula, su madre le entregó más de cien cartas que ella había escrito desde el hospital en Madrid y luego desde California. Estaban organizadas cronológicamente. “Léelas —me dijo—, para que veas que la única salida de Paula era la muerte”. Escribir ese libro, con lágrimas, fue el inicio de un proceso. “Fui eliminando los sentimientos negativos para quedarme con el espíritu y con lo bueno”.
Paula tenía porfiria. En el Hospital Clínico de Madrid existía un departamento especializado y un médico tratante. Al presentar una crisis fue trasladada allí, pero una huelga hospitalaria, un fin de semana largo y la ausencia del médico desencadenaron una cadena de errores. Paula cayó en coma, y el monitoreo inadecuado provocó un daño cerebral severo. Durante cinco meses no le informaron lo que realmente había ocurrido. Esperó en los pasillos del hospital hasta que le entregaron a su hija, ya en estado vegetativo.
La llevó a California —un traslado que hoy le parece imposible de imaginar— en un vuelo comercial, con una enfermera y un equipo médico. Hizo escala en Washington. Allí, gracias a la gestión de Ted Kennedy, dos personas de su oficina la esperaban en el aeropuerto. Paula ingresó a Estados Unidos sin visa, en coma.
Durante los cinco meses en el hospital estuvo rodeada de personas que, como ella, acompañaban a un ser querido. Habló de un hombre tosco, venido de un pueblo remoto, que velaba a su esposa con ternura brutal: “la insultaba de amor”, dijo. Compartía con ella bocados de jamón y pasaba noches a su lado. “No solo tengo las imágenes del dolor”, aseguró. “También me quedan esas otras, maravillosas”.
Cree que el autor siempre está presente entre líneas. “Uno escribe sobre lo que le importa”, afirmó. Los temas que atraviesan su obra —la violencia, la muerte, la pérdida, el amor, la lealtad— son también los que han marcado su vida. Por eso, dijo, le sería imposible escribir sobre una pareja neoyorquina que va al psicólogo para salvar su matrimonio, pero sí podría contar la historia de una abuela en Nepal.
Sus personajes suelen tener raíces en personas reales. Si no las conoce, las busca. Así fue en “El juego de Ripper”, donde necesitaba crear un héroe militar. Como no sabía nada sobre el mundo castrense y tenía prejuicios, terminó entrevistando durante tres días en Washington a un Navy SEAL del equipo que mató a Osama bin Laden. “Era exactamente lo opuesto a lo que me había imaginado. No era musculoso ni imponente. Tenía manos de pianista, era experto en vino y música clásica”.
Durante esa entrevista, usó un método que recomienda a cualquier reportero: ir al baño. “En el gabinete del baño se descubren muchas cosas. Y como suele estar al lado del dormitorio, también se puede mirar un poco más”.
Isabel Allende y sus razones para escribir
Isabel Allende también escribe para recuperar voces. Lo hizo, por ejemplo, al investigar el papel de las cantineras —mujeres que acompañaban a los ejércitos en el campo de batalla—, figuras importantes en guerras prolongadas cuerpo a cuerpo, en las que alguien debía llevar agua, atender heridos o incluso tomar las armas. “No aparece ni un solo nombre de ellas en los documentos militares”, afirmó. Su trabajo de escritura parte muchas veces de preguntas: ¿quién cuidaba de los soldados? ¿Cómo se hacían las amputaciones? ¿Había anestesia?
Le ocurrió lo mismo con "Inés del alma mía", la historia de la única mujer española en la conquista de Chile, ignorada en los libros de historia. “En Plasencia no hay una estatua de Inés. En cambio, todos los capitanes tienen la suya”. Esa ausencia la mueve a escribir.
En “Mi nombre es Emilia del Valle”, la protagonista también intenta hallar su lugar en un mundo que no la toma en serio. En sus inicios escribe “novelitas baratas” bajo seudónimo masculino, única forma de ser publicada. Como periodista, la destinan a cubrir fiestas y arreglos florales hasta que exige otra clase de reporteo: crímenes, escándalos, política. Para que su trabajo sea respetado, debe seguir usando un nombre masculino. Solo cuando se convierte en corresponsal de guerra exige firmar con su verdadero nombre, Emilia del Valle, que también le abre puertas en Chile.
Allende eligió narrar la guerra civil chilena de 1891 a través de una periodista extranjera —estadounidense—, como una forma de mantener distancia. “No quería contar esta historia tomando partido. Necesitaba una voz neutra, y pensé que solo podía venir de afuera.” Como vive en California, le resultó natural que el personaje proviniera de ahí.
El proceso creativo, aseguró Allende, varía según la historia que se quiere contar. En el caso de la novela histórica, si la investigación ha sido rigurosa, ya se tiene resuelto gran parte del trabajo: el contexto está definido y esos acontecimientos reales funcionan como una estructura que guía el desarrollo de la historia. Con ese marco claro, el resto del relato encuentra su cauce con mayor precisión. “Cuando no es una novela histórica es más difícil, porque ahí no tengo nada y tengo que ir haciéndolo de a poco. A veces tengo una idea de algo, pero no es no es una idea terminada, sino que es como apenas sugerida, que se va cristalizando en el proceso y otras veces la historia me cae encima”.
Allende y su relación con Estados Unidos
“Lo que me pasó en Chile fue a nivel de piel. No puedo vivir así. No puedo vivir con miedo. No puedo vivir callada. No puedo vivir escondiendo, escondiéndome o escondiendo gente”, aseveró. “No quiero vivir en una dictadura, no quiero vivir en un gobierno autoritario. Por eso me fui de Chile. No quisiera tener de nuevo esa experiencia de empezar de cero en otra parte. Pero si llega el momento, vale. No me siento tan vieja como para no poder empezar de nuevo. Puedo empezar de nuevo”, continuó respondiendo cuando le preguntaron si pensaba seguir viviendo en Estados Unidos con la situación de miles de inmigrantes hispanos.
“Ahora, con Trump hay una insistencia en que hay que ser blanco. Sin embargo, está invitando como refugiados a unas personas blancas de Sudáfrica, que no son realmente refugiados, porque no están escapando de nada. Pero son blancos. Entonces, hay una cosa del nacionalismo cristiano blanco en Estados Unidos que es muy peligrosa y además absurda”.
Las mujeres en la vida y obra de Isabel Allende
Para Isabel Allende, que escribe sobre la resistencia de las mujeres, el feminismo es una revolución en marcha. Y, como toda revolución, dijo, avanza con errores, retrocesos y sin un mapa claro. “Cuando las muchachas jóvenes me dicen que no son feministas porque no es “sexy”, digo ‘no importa’. Llámense como quieran, pero tengan amigas, estén conectadas, informadas y juntas pueden hacer lo que quieran".
“Estoy rodeada de mujeres como Emilia. Yo tengo una fundación que trabaja con mujeres en ciertas áreas que son, en este momento, muy conflictivas en los Estados Unidos: los derechos reproductivos y los de los inmigrantes. Y esas mujeres están en la primera línea arriesgando muchísimo, a veces arriesgando que las detengan. Son como Emilia en otro tiempo, en otra circunstancia. No tengo que inventarla”.

Por Paula Andrea Baracaldo Barón
